¡Cómo andan de revueltas las placas tectónicas al fondo a la derecha! Y lo bien que lo estamos pasando, oigan, asistiendo al intercambio de guantadas y zancadillas desde el palco y como a quien no le va nada en el envite. ¿En qué acabará la tormenta en el paraíso diestro? Se me ocurren dos opciones. O el PP suelta lastre por estribor para convertirse de una vez en un partido de derecha civilizada como hay en otros lugares del mundo… o involuciona (todavía más) para competir en extremismo con las hijuelas ultramontanas que se le han desgajado. Anotación mental: manda huevos la brasa que da con que no se le rompa España una formación a la que le salen secesiones internas como champiñones tras el aguacero. Lo malo es que a los disidentes en fuga no les pueden mandar los tanques. Les queda rezar para que a Aznar no se le crucen los cables y se vaya a liderar Vox. No caerá esa breva, pero imaginarlo resulta orgásmico.
De todos los focos del incendio en el nido de la gaviota, el que más me entretiene —diría incluso que me interesa— es el que nos toca más de cerca. Ya es mala leche que el mejor diagnóstico de la situación por la que atraviesa la sucursal local de Génova se lo tengamos que tomar prestado a un pedazo de rojo como Gramsci: hay un PP vasco viejo que no acaba de morir y un PP vasco nuevo que no acaba de nacer. Si las tensiones eran hasta ahora latentes y disimuladas, parece haber llegado el momento de escupirse las verdades a la jeta. No era ni medio normal que los actuales dirigentes, los llamados Pop, encajaran sin rechistar las collejas atizadas por los del búnker.
Me resultó muy estimulante la alusión de Arantza Quiroga a “los que vienen de Madrid con billete de vuelta”. Y más, si cabe, lo que afirmó Borja Sémper en Onda Vasca: “Acabarán diciendo que somos los que apretamos el gatillo”. Cómo nos suena lo uno y lo otro, ¿eh? Nunca es tarde para caerse del guindo. Que cunda.