Felipe al aparato

Se decía que antes pasaría un camello por el ojo de una aguja que Felipe González se dejara entrevistar por El Mundo. Pues ya vemos que no era para tanto. Una tonelada de páginas en la edición del último domingo. No hay enemistad que mil años dure, especialmente cuando ejerce como alcahueta la razón de Estado, esa que hace extraños compañeros de orgía. Por lo demás, y como el otrora llamado Copito de Nieve aclara, desde hace ya un porrón de lunas, ese papel no lo dirige Pedrojota, bestia negra del susodicho.

¿Y dice algo interesante el señor equis?, se preguntarán, seguramente con nulo interés, no pocos lectores que no gastarían un segundo de su tiempo en echarle un ojo a la charleta. La verdad es que casi nada. Que si sigue siendo de izquierdas y sus propuestas son “solidarias, progresistas y de lucha contra la injusticia”. Que si en lugar de Rajoy, cedería gustoso el paso a un sustituto. Que si con ETA se cometió algún error, pero que menudencias menores. Que si a él mismo le acusaron de corrupción y todavía hay quien dice que es millonario…

Para qué les voy a seguir contando. La ciencia tiene un gran desafío: averiguar de qué material está hecha su jeta y replicarlo para hacer objetos indestructibles sobre los que resbale lo que le echen. En todo caso, y sobre la cuestión candente, me permito pedirles que se queden con esta frase: “Catalunya está más cerca de perder la autonomía que de ganar la independencia”. Es una versión de otra de su compadre Cebrián: “Con el 155, el debate no sería cuándo se va a lograr la independencia, sino cuándo van a recuperar la autonomía”. Del enemigo, el consejo.

Investidura o así

Venga, va. Marchando el enésimo día histórico para Catalunya. Esta vez se trata de la investidura del President que ha de comandar la nueva etapa. No les digo de qué porque hasta eso ha quedado en difusa nebulosa. Y ahí tenemos ya una pista sobre quién maneja esta barca. Como todas las anteriores jornadas para la posteridad que se han dado desde el 27 de octubre de 2017, el ritmo y las normas de juego las marca el Estado español. Comprendo la jodienda que implica recordarlo, pero es que lo contrario nos llevaría al autoengaño.

Allá quien quiera timarse a sí mismo en el solitario. Lo contante y sonante es que, cuando de acuerdo a aquella hoja de ruta que se nos dijo estaba grabada en mármol y meditada al milímetro, deberíamos haber cumplido el primer trimestre de independencia, sigue habiendo un gobierno intervenido. Con menos capacidad de decisión que el de Murcia, para expresarlo de un modo claro y, supongo, doloroso.

Más allá de la épica, cada capítulo que ha sucedido desde la promulgación del 155 hasta hoy mismo ha respondido a la voluntad de Madrid. Eso incluye las elecciones del 21 de diciembre, los encarcelamientos y las libertades condicionales, las mil actuaciones judiciales, las expatriaciones, y lo que de momento es lo último, esta investidura que puede acabar no siendo tal cosa. Por de pronto, varios consellers desplazados han tenido que renunciar a su acta, conscientes de que caminan por el lado más débil de la cuerda. Recuerdo las palabras de Girauta: “Se aplicará el 155 las veces que haga falta, hasta que tengamos el Gobierno que sea el que nos merecemos los catalanes”. Pues eso.

Ya veremos

Pateo algunas calles de Barcelona el sábado por la mañana, apenas unas horas después del nacimiento de la República Independiente de Catalunya, ustedes y la RAE me perdonen si he escrito alguna mayúscula inicial de más; la falta de costumbre. El tiempo soleado es idéntico al de ayer. De amanecida ha amagado con una gotita más de aliviante fresco, pero pronto se ha restituido la normalidad meteorológica. Anoto en mi libreta de periodista a lo Camba o Chaves Nogales —más quisiera, sí, ya lo digo yo— que eso no ha cambiado respecto al día anterior. Tampoco la moneda. Pago el vermú y la tapa de butifarra en euros, y me devuelven en euros. La clavada, que es de escándalo, es la habitual de los tiempos de la pertenencia a España.

¿Qué más puedo observar? ¡Ah, sí, los quehaceres cotidianos, las caras y las actitudes! Pues menudo chasco, porque la gente sigue haciendo las mismas cosas de cualquier día libre de veroño. Unos desayunan en las terrazas, otros se echan carreritas sudorosas embutidos en prendas multicolores de licra —running le siguen llamando— y hay quien entra en las prohibitivas tiendas de ropa o complementos a pagar un pastizal por algo que no vale ni la mitad de la mitad.

En cuanto a los rostros, ni alegría desbordante ni tristeza incontenible. Como mucho, si fuerzo mi observación para ver lo que yo quiero ver, que es lo que hacen todos los cronistas, intuyo curiosidad. Apurando, una migaja de incertidumbre, que infiero de una pregunta que he captado en cuatro o cinco conversaciones a las que he puesto antena: ¿Y qué pasará ahora? La respuesta no puede ser más obvia y a la vez cabal: ya veremos.