Esperanza se va de copas

Atención a la soberana estupidez: “Un equipo de fútbol puede ganar o intentar ganar la Liga, que es una competición profesional con sus reglas y sus trofeos, pero que no representan al conjunto de los españoles. Pero debe abstenerse de competir en el Campeonato de España”. Lógica literalmente aplastante, como corresponde al peso intelectual del ser humano con orejas y nariz que regüelda tal anacoluto, que no es sino esa ladilla en las partes marianas que atiende por Esperanza Aguirre. Pueden ustedes pasarse tres días volteando a derecha e izquierda el par de frases, que no encontrarán la relación entre los dídimos y comer trigo. De hecho, si nos tomáramos al pie de la letra la gachupinada, resultaría que, dado que no nombra a ninguno en concreto, la doña estaría farfullando que todos los equipos tienen que renunciar a disputar lo que nombra, imagino que con los pelos del sobaco como escarpias, “el Campeonato de España”.

Antes de que les sobrevenga un ictus, me apresuro a ofrecerles la clave para desentrañar el galimatías. Como los más perspicaces ya habrán adivinado, aunque la lideresa insumergible habla de “un equipo” en genérico, en realidad se refiere a dos clubes muy concretos. Vean: “Sobre todo si, como ha ocurrido con el Barça y el Athletic de Bilbao las últimas veces en que han llegado a la final, sus seguidores han aprovechado la lógica solemnidad del acto para dar una exhibición de odio al resto de los españoles”.

En resumen, que la tiparraca está pregonando que los pérfidos vascos y catalanes tienen la obligación de regalar la copa al Madrid o, en su defecto, al Atlético. Pues tararí.

See you later, Ander

Pido perdón a los lectores de las cabeceras no vizcaínas porque en las líneas que vienen a continuación me voy a mirar mi ombligo levemente —apenas vuelta y vuelta— rojiblanco. Bien es cierto, añado como excusa, que si cambian las camisetas y los nombres propios, la moraleja puede ser de aplicación universal. Con su docena de diferencias, lo de Ander Herrera viene a ser en lo esencial lo de Illarramendi, Bravo, (¿Griezmann?) y tantos otros idilios balompédicos para toda la vida que acaban siéndolo para un ratito. Sorprende, con la colección de desgarros que arrastran los corazones de los hinchas, que sigan viviendo como dramas terribles lo que deberían tener amortizado desde el mismo instante del fichaje.

Fíjense que eso estaba fácil con el causante del (pen)último desengaño de los forofogoitias. Igual que ha hecho ahora el United, el Athletic hubo de comprar su amor a golpe de talonario. Hasta que la cantidad no fue lo suficientemente golosa, el chaval dejó en las hemerotecas una larga lista de frases de desplante que, por lo visto, no quedaron registradas en la memoria selectiva de la afición. Solo ahora, con la presunta traición consumada, se remueven aquellos barros y el resentimiento hace proclamar que ya de antiguo se veía que fingía los orgasmos y que lo suyo era más el cachirulo que la txapela. Le pasó a Lizarazu hace 17 años: se acostó Bixente y se levantó Vincent.

Servidor, que es de los que piden que todos los males sean así, se queda con los destellos de esplendor en la hierba y con el equis por ciento de los 36 kilos que caigan en la buchaca de la Hacienda donde soy contribuyente.

El error Bielsa

Hace un año y seis días, cuando Bielsa confirmó que continuaría en el Athletic, cometí la insensatez de opinar en Twitter que el rosarino se había equivocado. Me cayeron hostias dialécticas como panes. Sin tiempo para hacerme a un lado, se me echó encima una parte de la talibanada forofogoitia con los 140 caracteres inyectados en sangre a darme el escarmiento merecido por pinchaglobos y tocapelotas. Según sus cálculos de la lechera, por entonces indiscutibles, la primera temporada había sido un frugal aperitivo de lo que traería la segunda. Copa segura, liga ahí-ahí, paseo triunfal en Europa y Champions de calle. Ese era el presupuesto mínimo, al que yo me atreví a oponer uno que me parecía más realista: con quedar hacia la mitad de la tabla, ni tan mal. El diagnóstico de mis encendidos interlocutores fue unánime: “No tienes ni puta idea de fútbol”.

Eso era y sigue siendo rigurosamente cierto. Ocurría, sin embargo, que mi molesto juicio no se basaba en mis conocimientos balompédicos sino en las cuatro o cinco cosas que sé acerca de la condición humana. Sin necesidad de ser capaz de distinguir una falta de un córner, se veía a la legua —y se ha comprobado con extrema crueldad— que el bueno de Marcelo no encaja, no ya en el Athletic, sino en una disciplina que, como él mismo dijo el otro día, cada vez se parece menos al aficionado y más al empresario. Era de cajón que en cuanto al hechizo le saliera media grieta, Bielsa pagaría muy cara su osadía de haber desafiado las leyes de la gravedad pelotera, que son las del negocio puro y duro.

No se puede hacer frente en solitario a la caterva de millonarios prematuros, pisamoquetas advenedizos, tertuliantes de casinillo local, plumillas resentidos y esa cuenta de resultados que es la clasificación al término de cada jornada. Ni siquiera alguien con los arrestos del loco, ni aun en un club que jura no haber dimitido del romanticismo. Por desgracia.

Bravo, Martínez

Dirán, seguramente con razón, que es un derroche innecesario pulirme los mil novecientos caracteres de esta columna en la enésima tontuna de un imberbe multimillonario falto de un hervor. Un colega cuyo criterio siempre he estimado sostiene que es una chiquillada que no debería pasar de chascarrillo y que si algo tiene de grave es que haya habido alguien lo suficientemente imprudente como para airearlo. Tal vez sería mi postura en otros casos similares, pero este ha reventado mis diques contemporizadores. La gañanada del niñato Martínez saltando de madrugada la valla de Lezama para vaciar su taquilla clandestinamente no es una anécdota sino una categoría.

De entrada, nos completa el tristísimo autorretrato que se ha ido componiendo el muete en tiempo récord a base de melonadas sucesivas que se iban superando. Como traté de explicar cuando hablé de esa engañifa que llaman “amor a los colores”, lo que menos me importa es que aceptara una oferta que, con todo el derecho, consideraba apetecible. Eso solo puede molestar a los que se enroscan la txapela hasta la nariz y carecen de la mínima tolerancia a la frustración. Otro cantar es el silencio cagón, las negaciones a lo Judas de regional cuando todo estaba hecho, el patético viaje para firmar disfrazado de Lagarterana o que su novia —primorosamente ataviada con la elástica de la selección nacional española— se erigiese en portavoz del muchacho a ver si de rebote le ofrecían presentar el Telecupón. Fuera de concurso, esa despedida que por no ser a tiempo ya no será nunca.

Y como postre, la escena de Pajares y Esteso del cuele furtivo. Ni un gramo de valor para dar la cara ni medio de cerebro para pedirle a cualquiera que le mandase sus bultos por Seur. Será que me acabo de hacer más mayor y me ha subido el almíbar, pero si lo siento es por esas criaturas que tienen la camiseta con el nombre del sujeto y no saben qué hacer con ella.

Los colores

Es enternecedora la candidez de los aficionados de un equipo de fútbol. Contra toda evidencia y, más inaudito, a pesar del sinnúmero de veces en que les han dejado el corazón en la raspa, se empecinan en la vana ilusión de que sus héroes pateabalones aman la camiseta que llevan como ellos mismos y matarían antes de lucir en el verde cualquier otra. La fantasía incluye la convicción absoluta de que no hay dinero en el mundo capaz de romper el idilio. Creen a pies juntillas que lo que el Dios esférico ha unido no lo separará el transfer. No intuyen —o seguramente sí, pero les da lo mismo porque en el fondo tienen vocación de autoflagelantes— que su ceguera es una hipoteca del enésimo desengaño. Tarde o temprano acaba llegando un cheque lo suficientemente grande y el amante bandido hace las maletas con nocturnidad y alevosía, sin detenerse a dejar en el espejo un mal post-it diciendo que fue bonito mientras duró. Lo más, un tuit de oficio, que sólo hace crecer la rabia del forofo despechado. Serás ca…

Si esta coreografía repetitiva del chasco se da en los clubs que tienen por norma echarse chulazos de alquiler que han chutado a puerta con mil y un escudos en el pecho, en aquellos en los que todavía quedan unos restos del romanticismo original, aunque estén ya muy aguados, la cosa adquiere dimensiones de tragedia. Confírmese en cualquier diario local y no les digo ya en blogs de la cosa o redes sociales. Unos clamando venganza y otros despatarrados de la risa por la cusqui que le han hecho al vecino. Primer pensamiento: que todos los dramas sean como este y que siempre que renunciemos a cenar sea porque no queremos, no porque no podemos. Segundo: si en tanto valoramos los sentimientos, no vayamos por ahí regalándolos a quienes hacen caja con ellos, y que conste que no hablo del jugador, que sólo ha cumplido el guión previsto. Tercero y último: asumamos que va a volver a pasar.

Los Bielsa

Hace ya unos cuantos lustros que el forofo que me habitaba se marchó, creo que a Ipanema, harto de que le pusiera en duda cada penalti que él veía a tres metros del área y hasta la coronilla de mis molestos comentarios sobre lo bien que estaba jugando el contrario. Lo señalo para dejar claro que no vengo a sumarme ni a los tirios ni a los troyanos que, llevados por la querencia que aquí profesamos a las banderías, se han apresurado a hacer causa con o contra. Por una parte, me faltan datos para inclinarme por Bielsa o por el Athletic en este peculiar episodio que nos ha sido regalado para quitarnos de encima la tontera de estar dándole vueltas y vueltas a la prima de riesgo, el rescate y me llevo una. Por otra, me parece irrelevante que haya alguien que tenga o deje de tener la razón en un asunto que, comparado con los mil que nos toca poner en fila india en un informativo o en una portada, es apenas una anécdota o una entretenedera para porfiar en Twitter o en la barra de un bar, que vienen a ser lo mismo.

Dicho todo lo cual, y aun a riesgo de caer en aparente o flagrante contradicción, me declaro bielsista. No de Marcelo en concreto ni de sus métodos para conducir un equipo de fútbol, que no soy quien para evaluar, sino de todas las personas que, no apellidándose como el rosarino, pertenecen a su estirpe. En un mundo donde se estilan, y cada vez más, la indolencia, la sonrisa de cartón piedra y el desvío de la mirada como estándar de relación social, los Bielsa —grandísimos cronopios, diría Cortázar— están abocados a perder siempre.

Su condena es tal que ni siquiera pueden disfrutar de sus éxitos porque no los cifran en lo mismo que cualquier común y conformista mortal. Y ahí es donde se produce la gran colisión, cuando un cero más a la derecha en un cheque se revela incapaz de comprarlos. No buscan dinero. Sólo que se hagan las cosas tan bien como intentan hacerlas ellos.

Calentando la pitada

Hace unos años, Barbra Streisand le montó una pajarraca de pantalón largo a un fotógrafo que había tomado imágenes aéreas de su mansión en la costa californiana para una campaña publicitaria. Todo lo que consiguió fue que las instantáneas que iban a ver un puñado de ojos acabaran siendo la comidilla mundial y que su casuplón secreto fuera conocido de uno a otro confín. Desde entonces, ese fenómeno que por aquí llamábamos “dar tres cuartos al pregonero” quedó bautizado oficialmente como Efecto Streisand. La lección no puede ser más simple: si no quieres que se enteren de que tienes un callo, no chilles cuando te lo pisen.

Parece mentira —o no— que con los trienios en la política que lleva a cuestas, la lideresa matritense Esperanza Aguirre desconozca el mentado Efecto Streisand y los peligros de apagar el fuego con gasolina. “Si hay parte de los aficionados que quieren silbar el himno en la final de Copa, pues mire usted, el partido no se va a celebrar, así de claro”, se engoriló ayer la señora de la Villa y Corte y alrededores. Un buen titular, de eso no hay ninguna duda, pero también una invitación en toda regla para que los hinchas del Athletic y del Barça se sientan aun más inclinados a enterrar el chuntachunta a grito pelado. El más irredento de los independentistas no habría cosechado tal éxito en su llamamiento a poner una pica en el Calderón, que ya puede estar construido a prueba de decibelios, porque tiene pinta que lo del viernes va a hacer época.

Cabe otra interpretación, más retorcida y por eso mismo, más verosímil. ¿No será que Aguirre y las plumas cavernarias que se rasgan ritualmente las vestiduras patrióticas por la que se avecina arden en deseos de que sus profecías apocalípticas se cumplan? Por ahí sospecho que va el envite. Cuanto peor, mejor. Sé que es una tentación darles gusto y liar la de San Quintín que ya están soñando. Pero sería un tremendo error.