Tamborrazo

Desde el otro lado de la A-8 asisto pasmado al espectáculo del Tamborrazo finalmente desierto. Cualquiera diría que hay una cepa resistente del pernicioso virus de la capitalidad cultural europea teóricamente pasada.

Confieso no entender del todo, aun respetándolos profundamente, los usos y costumbres de la ciudad, especialmente en lo que toca a su fiesta grande. Llego o creo llegar, sin embargo, a la importancia simbólica de la distinción principal. Se comprende, incluso, que la decisión suscite cierta discrepancia. Salvo cuando recaen en la media docena de comodines habituales —que lo son por su genialidad indiscutible o su inanidad absoluta—, los premios no arrastran grandes unanimidades. Pero con la elección de Àngels Barceló se rompieron, o eso parece, todos los registros.

Un segundo después de la comunicación inicial se instaló, dentro y fuera de Donostia, una corriente de estupor que dio paso inmediato a una plural expresión de rechazo. Ojo, no exactamente a Àngels, contra la que nadie tiene nada personal ni profesional, y que ha acabado siendo víctima del esperpento. Simplemente, no entraba en cabezas de distintas tallas y pelajes el motivo de la designación. Resultaba caprichosa, máxime cuando se conocía una larga lista de personas que acreditan largamente los requisitos, amén de ser figuras sobre las que se diría que cosecharían un amplio consenso.

Me dice un amigo, siempre dispuesto a ver el lado bueno de las cosas, que la rectificación en el pleno implica la victoria de la ciudadanía porque se ha escuchado la voz de la calle. Podría ser, pero  seguro que hay formas mejores de hacerlo.

Censura en Donostia 2016

La capacidad de pegarse tiros en el pie de Donostia 2016 empieza a ser digna de estudio. Desde que era una idea recién parida por el entonces alcalde y hoy verso suelto a tiempo completo, Odón Elorza, hasta estas largas vísperas de la clausura, no ha dejado de acumular broncas, bronquillas y broncazas. Casi todas ellas, además, absolutamente innecesarias. Tanto, que la sucesión de rifirrafes invita a una suerte de teoría de la conspiración: ¿no será que lo están haciendo adrede para que se hable de un evento que en sí mismo —no nos engañemos— interesa a locales y foráneos poco tirando a nada?

Sí, suena a desvarío paranoico, pero no menos, me van a reconocer, que el motivo de la última zapatiesta. Oigan, que hablamos de censura abiertamente reconocida y justificada por los responsables ejecutivos y políticos de la cosa. Se admite sin el menor rubor que se han retirado equis obras de una exposición de arte realizado en centros de reclusión porque las firman presos o expresos de ETA, y eso podría “ofender a las víctimas del terrorismo”. ¿Por el contenido? ¡No, por la mera autoría!

Por las propias características de la muestra, es bastante probable que tras el resto de los trabajos haya asesinos, pederastas, violadores, políticos corruptos… La lista de posibles agraviados es amplia. Yo mismo me incluiría en ella, si no fuera porque en realidad me importa una higa lo que se pueda exhibir en una feria de manualidades creadas, no dudo que con toda ilusión, en talleres ocupacionales. De hecho, lo que de verdad me asombra y me irrita es que nos lo cuelen como arte. Y más aun, que lo censuren torpemente.

Moderna y arriesgada

Échale farlopa al pavo real. Al artista multidisciplinar y notable tahúr de amplio espectro que atiende por Hansel Cereza, me refiero. No te jode que después de haber perpetrado un finstro cósmico inaugural de la capitalidad cultural europea de Donostia, unánimente deplorado, va el gachó y se pone bravo. Que le confunden y le cabrean las críticas a su bodrio, farfulla el gachó. Y para terminar de demostrar la clase de prepotente chuleta que es, arrumba de paletos a las y los donostiarras al escupir que no están preparados para un montaje “moderno y arriesgado” —hay que joderse— y que de haber puesto fuegos artificiales, le habrían sacado a hombros. Valiente tipejo.

Siempre he sostenido que hay pecados que llevan adosada la penitencia. Del mismo modo que me anonada que los munícipes se sulfuren porque la peña se les descoyunta en un puente pagado a trillón a Calatrava, se me enarcan las dos cejas al contemplar el chandrío montado por el individuo que se autodefine como “conceptor de equipo” y otra docena de oquedades del pelo. No es de recibo que a estas alturas de la liga te cuelen un espéctaculo-de-luz-y-sonido con chuntachuntas y contorsiones epilépticas como la hostia en verso de la innovación. Tampoco, que sueltes un pastón del carajo por ello, y mucho menos, que después de haber tenido un congo de advertencias sobre el truño que se viene encima, sigas mirando a la vía, no sea que vayas a pasar por provinciano. Pues fíjense la paradoja ojalá instructiva para lo que queda del evento: al final el que te lo llama —a ti organizador, y contigo, a los ciudadanos— es el que te la ha liado parda.

Yo creo en Donostia 2016

Es ahora cuando empiezo a pensar, y creo que no soy el único, que Donostia 2016 se saldará con un éxito sin precedentes en la historia de los euro-saraos. La monumental bronca en el seno de su (des)organización, a la que estamos asistiendo en tiempo real, solo puede ser un buen augurio. ¿No dicen que la hora más oscura es la que precede al alba, que parirás con dolor o que cuanto más dura es la subida más gozosa es la llegada? Pues preparémonos para deslumbrar no ya al continente sino al Universo todo en cuanto llegue el momento de la verdad. Los quintales de bilis de estos tortuosos meses previos se demostrarán catarsis necesaria y las malas hostias se sublimarán en el más delicado de los espectáculos para asombro de propios y extraños. Y si no es así, bueno, qué se le va a hacer, otra vez será, anda que no hay capitalidades de lo que sea a las que aspirar. De la ecología, del diseño, de la gastronomía, del macramé, del tute… Todo es cuestión de presentar la candidatura, camelarse al jurado por el método habitual, convencer a los locales de que el evento supondrá el impulso que el terruño necesita como el comer y dejarse llevar plácidamente hacia la inauguración. De acuerdo, en este caso, no tan plácidamente.

Recurro al cinismo porque no se me ocurre otra actitud ante algo que escapa a mi comprensión. Y a mi capacidad de empatía, en realidad. El único instante en que me sentí cercano al proyecto fue el día de su elección, y más por el rebote que se agarraron los munícipes de las ciudades perdedoras que por otra cosa. Ahora, al ver que hay quien desea que salga mal, vuelvo a estar a favor.

2016, chinchan y rabian

Lo confieso: hasta las cinco y veinticuatro minutos de la tarde de anteayer, la candidatura de Donostia a la capitalidad cultural en 2016 me provocaba una indiferencia estratosférica. Recelo por sistema de cualquier elección -reina de las fiestas, sede olímpica, patrimonio de la Humanidad- que dependa de un jurado que se lo pasa cañón mientras se deja camelar por los sumisos aspirantes. Con más motivo si, como ocurre en este caso, el premio gordo de los juegos florales tiene como reclamo la palabra “cultura”, que llena mucho en la boca, sí, pero que generalmente no sabe a nada; la de timos que se cometen en su nombre.

Pese a todas estas reservas y otras que darían para dos páginas, no pude evitar alegrarme cuando el tipo ese con pinta de vividor de manual culminó su infumable chapa previa pronunciando el nombre oficial de la antigua Odonópolis. Los cenizos del apocalipsis, empezando por el que suscribe, habíamos vuelto a meter la gamba hasta el cuezo. Fue digno de los telefilmes lacrimógenos americanos donde el protagonista pasa en un par de secuencias de la silla de ruedas a ganar la final de los cien metros lisos. La ciudad descartada de saque, la que parecía condenada a participar en la ceremonia sólo para recibir la justa humillación por la mala cabeza de sus votantes, acabó birlando la cartera a los niños buenos de la clase.

Qué gran desquite, el de las camisas a cuadros y las camisetas de algodón sonriendo desde el estrado a las corbatas y modelitos de diseño que habían previsto otro final de festejo. Claro que lo mejor vino después, con la enorme lección de mal perder del encarcelador de insumisos (yo sí me acuerdo) Belloch y de la tránsfuga contumaz Rosa Aguilar. Impagables, sus respectivos berrinches que a la vez eran autorretratos. Y para redondear el jolgorio, los trogloditas mediáticos rugiendo a pleno pulmón. Definitivamente, empieza a molar lo del 2016, sea lo que sea.