¿Qué pasó el domingo?

Todo es según el ángulo de la fotografía y el entusiasmo en la narrativa. El mismo acto puede ser un fracaso descomunal o un éxito sin precedentes en función del titular y la imagen que lo acompaña. Entre las impías calvas de las gradas y una panorámica abigarrada de cabezas y telas al viento debe de estar lo más parecido a la verdad. Otra cosa es que interese contarla. O, qué caray, que se sea capaz de verla, porque al final, los ojos son un apéndice del corazón, que cada vez tolera peor las frustraciones. Créanme que en muchos de los grandes engaños no hay intención de darla con queso sino incompetencia para percibir la realidad. Llámenlo ceguera del alma y quizá lo disculpen.

Y ya, apeándome del lirismo, ¿con qué lectura sobre lo que ocurrió el domingo en cinco capitales de Euskal Herria hemos de quedarnos? Tienen para escoger la versión de la épica multitudinaria que avanza un mañana inminente plagado de urnas en las que decidir lo que seremos o la interpretación pinchaglobos que reduce la movilización al clásico de los cuatro y el tambor. Claro que si prefieren salirse de lo maniqueo, lo binario y lo trillado, pueden huir de la disyuntiva entre el triunfo y el fiasco, y plantearse si las mareas de color salmón han cubierto su objetivo.

Ahí, de nuevo, les cabe la opción de hacerse trampas o no. Piensen si se trataba de abrir un camino imparable para cambiar el estado actual de las cosas o si, siguiendo la estela de lo que ya se vivió el año pasado, el fin era fijar en el calendario una nueva tradición festivo-reivindicativa para soltar adrenalina patriótica y que siga sin pasar nada de nada.

Autocríticas o así

Después de cada baño de urnas, a los partidos les conviene pararse a pensar por qué las cosas han ido como han ido. Y no solo en caso de derrota. También cuando la cosecha de votos ha sido generosa, resulta un ejercicio de provecho hacer inventario de cómos y por qués. Siempre que se haga, claro, desde la sinceridad y no desde el subidón soberbio de trazo grueso que tiende a parir explicaciones como que se es el puto amo y/o que el pueblo esta vez ha sido muy listo y ha sabido escoger. Errores de diagnóstico de ese pelo suelen engendrar futuros y no lejanos batacazos. Vuelvo a escribir como ayer que cuatro años son un visto y no visto. Ahí tienen empacando sus efectos personales en este o aquel despacho a los que hace casi nada no había quien tosiera.

Centrémonos en estos y en los muchos otros que, llevando en el machito varios quinquenios, acaban de descubrir que su culo también es desalojable de una patada popular. Son excepción ínfima los que son capaces de reconocer que la han pifiado pero bien. Lo más que llegan a admitir, provocando una pereza infinita, es que “quizá no hemos sabido comunicar nuestro mensaje”, o en una formulación directamente insultante, que “tal vez la gente no ha sabido entendernos”. Y luego están los que cierran los ojos a su monumental trompazo y rebuscan en acera de enfrente algo que dé apariencia de triunfo a su fracaso. Casi me caigo de la silla el domingo por la noche, cuando miembros de unas siglas abofeteadas por el escrutinio retuiteaban aleluyas por la pérdida de la mayoría absoluta de un partido que les había triplicado largamente en votos y representación.

Una moción ¿fracasada?

La moción de censura contra Yolanda Barcina que se sustanciará el próximo jueves en el Parlamento navarro está condenada al fracaso. Un momento… ¿Fracaso? ¿Es esa la palabra más adecuada para nombrar lo que ocurrirá en virtud de la inflexible aritmética y del tembleque de piernas del PSN? Se me antoja excesiva. De hecho, aunque técnicamente lo sea, ni siquiera hablaría de derrota. Simplemente diría —o diré cuando ocurra— que no ha prosperado o que ha sido rechazada. Incluso, que no ha visto cumplido su objetivo, si por tal entendemos el relevo de la presidenta, pero en ningún caso que ha resultado inútil.

Cuando el marcador de la cámara certifique, tozudo, la continuidad de Barcina y los medios afines lo vendan como la victoria de San Jorge frente al dragón, tal vez cunda la sensación de que se ha hecho un pan con unas tortas. Se dirá, seguro, que para este viaje no hacían falta alforjas y que la Doña ha recibido un balón de oxígeno cuando más lo necesitaba y, encima, de quienes menos cabía esperarlo. Quizá eso no sea del todo falso, pero aparte de que tal alivio efímero le va a servir de bien poco a la cada vez más cercada escapista, quedarán sobre el tapete, amén del autorretaro de cada formación, un puñado de aprendizajes valiosos de cara a un futuro nuevo intento.

Ojalá el primero de ellos sea que la oposición —dejo en el limbo o en el purgatorio al PSN, que no es ni carne ni pescado— se olvide por un rato de las siglas y de las cuentas pendientes. Eso incluye la renuncia a la tentación, por golosa que sea, de aparecer individualmente como líderes o motores de la demanda de cambio. Ya llegará el momento de pelearse por los votos. Si de verdad la meta común es que eso suceda cuanto antes, si no estamos una vez más frente a poses para ir acumulando puntos, ahora se trata de ir todos a una. Comprenderlo equivale a que, aunque no prospere, la moción del jueves no sea una fracaso.