Deshojando la rosa

Tuiteé con cierta ligereza el pasado sábado que parecía que esta vez el PSN no se iba a arrugar. Más tarde, leyendo ese comunicado de 636 palabras y no menos de tres patadas en la espinilla de la gramática castellana, regresé a mi escepticismo inicial. O quizá me instalé en un grado superior del cabreo. Ya de niño me jodía que el balón fuera del tonto de la clase y que —por una paz una avemaría— hubiera que jugar con sus caprichosas y estúpidas reglas sin rechistar. Me asombra en ese sentido la paciencia franciscana, por no decir la pachorra indolente, con que el resto de las formaciones que quieren descabalgar a Barcina se están tomando las interminables tribulaciones de Roberto de Pitillas y su cofradía de mareadores de perdices. Hasta Bildu parece que acepta de buen grado su papel de apestado oficial y se presta sin mayores aspavientos al ninguneo sobreactuado, seguramente calculando que tragar ricino ahora tendrá como recompensa encabezar la mayoría alternativa el 25 de mayo a las diez de la noche.

Se entiende que haya que extremar la prudencia cuando se roza con la yema de los dedos el momento largamente soñado de derribar el infausto gobierno de la Doña, pero sorprende y encorajina la infinita comprensión hacia la indecisión de la dirección socialista. Como después de tanta espera marzo se convierta en marzazo, no va a haber abasto suficiente de lágrimas negras de Cortes a Urdazubi. Y la cosa es que la amarga llantina sería más que merecida por haberse dejado llevar al huerto una vez más por ese calientabraguetas políticas que ha demostrado ser el PSN. ¡Leñe, que es para hoy!

Rajoy defiende a Barcina

Cómo degenera la especie ultramontana. Hemos pasado del “Antes roja que rota” al actual “Mejor corrupta que lo que sea”. Rajoy defendiendo a Barcina es la reedición en el tercer milenio de los apaños de la CEDA, Mola, el Conde de Rodezno y demás carcunda que bañaron en sangre la tierra que tanto decían amar. Esta vez, por fortuna, no hay riesgo de paseíllos, cunetas, ni grilletes en San Cristóbal. Permanece prácticamente igual, eso sí, la coartada ideológica encapsulada en el santo y seña clásico: Navarra, cuestión de Estado, foral (o así) y por pelotas, española.

Pero tampoco nos engañemos demasiado ahí. Ni tan mal, si fueran unas ideas o unas convicciones, por muy rancias que resulten, las que estuvieran en juego. Habría una cierta dignidad en ello o, qué sé yo, por lo menos, unos gramos de coherencia. Poco de eso hay, sin embargo. Como señalaba la genial viñeta de El Roto anteayer, si a un patriota español le rascas el bolsillo, descubres que en realidad es suizo. Y esto vale igual para el navarrista más furibundo. Su gran pesadilla no es tanto que su nación sentimental se vaya por el desagüe, como que con ella desaparezcan su pecunio y, más importante todavía, su poder sobre casi todas las cosas que se mueven en lo que queda del viejo reino. Desafío a cualquiera a encontrar en la península un lugar donde la palabra régimen tenga tanto sentido como en Navarra. No es algo que venga de hace treinta años como en Andalucía o de hace veintipico como en Castilla-León. Hablamos de un siglo largo, y habrá quien pueda documentar que hasta de alguno más. Ojalá estos que vivimos sean sus últimos días.

Recado de Ferraz

Los meses del calendario navarro se nombran en aumentativo. Febrerazo, marzazo, abrilazo, mayazo… Incluso después de unas hipotéticas elecciones, y especialmente si la Señora no encabezara las listas de UPN, no sería pequeño el riesgo de que se cumpliera la regla onomástica. O lo que es lo mismo, el de repetir el capítulo de la historia reciente que tantos tenemos grabado a fuego, cuando aquel furriel apellidado Blanco mandó parar el cambio de régimen. Lo grave no fue que el motejado Pepiño dictara esa orden, sino que sus subalternos locales, gentes de docilidad borreguil que no distinguirían la dignidad de una onza de chocolate, la obedecieran como si hubiera sido de cosecha propia. Y de entonces acá, el PSN no ha perdido una sola oportunidad de abundar en la fechoría, aun sabiendo que estaba acumulando boletos para el desastre. Tan de mal en peor, que si la primera desautorización la perpetró un mindundi de la política como el visitador de primos y amigos en gasolineras, esta la ha cacareado la versión más conseguida de Belén Esteban que mora en Ferraz. Que no es que Jiménez sea un Willy Brandt, pero uno imagina pocas humillaciones tan bochornosas como que te venga a enmendar la plana Elena Valenciano, oh, oh.

Triste sino el de Roberto de Pitillas, condenado a ser eterno calzonazos, ora lamiendo los zapatos de Doña Barcina, ora poniendo el lomo para que se lo caliente a fustazos una inane dominatrix como la susodicha. “El PSOE en Navarra soy yo”, se le escuchó proclamar ayer, en plan rey sol de la foralidad. Tardía y escasamente creíble sublevación a la vista de su hoja de servicio a Madrid.

Dietazo archivado

Titulares que hacen daño: “La juez del ‘caso Can’ da carpetazo definitivo a toda la causa”. Mentalmente añades que ya está, que se acabó, que tenemos que circular porque aquí no hay más que rascar. Y te viene a la cabeza aquella serie de televisión que veías en la lejana infancia, en blanco y negro y con doblaje mejicano. Sí, hombre, ya me acordaré del título, aquella que empezaba o terminaba con una sentencia lapidaria: “No olviden que el mal siempre paga”. ¿En cuántas ocasiones he visto que ocurriera eso en la vida real? Tres o cuatro, no creo que sean más. Lo normal es exactamente lo contrario.

¿Había motivos para pensar que esta vez iba a ser diferente? Debía de haberlos, porque no era yo solo, que al fin y al cabo estoy a ciento cincuenta kilómetros, el que tenía esa (falsa) impresión. Coincidían media docena de señales que también para los que pisan el terreno se antojaban inéditas, comenzando por el simple hecho de que alguien con toga se atreviera a escudriñar bajo la alfombra de los intocables. ¡En la Navarra de Mola y Garcilaso! ¡En su capital, la plúmbea y provinciana Umbría retratada por Miguel Sánchez-Ostiz, esa ciudad que sigue honrando en placas y piedras a tantos enterradores! Y los paisanos, en lugar de desviar la mirada o conformarse con el cuchicheo, hablando del asunto a plena luz y a cara descubierta por las calles. O incluso, sumando manos para tirar de la manta sagrada. Enfrente, el régimen con cara de pasmo y cierto acojono, preguntándose qué carajo había podido pasar para que los mansos dejaran de serlo.

Supongo que tras digerir el ricino del archivo de la causa sobre el dietazo, es preciso combatir la tentación del desaliento pensando que hay cimientos presuntamente inamovibles que se han echado un buen baile. El mal no ha pagado esta vez, pero el susto no se lo quita nadie. Ni la desasosegante sensación de que su impunidad no va a durar toda la vida. Ya no.

Una moción ¿fracasada?

La moción de censura contra Yolanda Barcina que se sustanciará el próximo jueves en el Parlamento navarro está condenada al fracaso. Un momento… ¿Fracaso? ¿Es esa la palabra más adecuada para nombrar lo que ocurrirá en virtud de la inflexible aritmética y del tembleque de piernas del PSN? Se me antoja excesiva. De hecho, aunque técnicamente lo sea, ni siquiera hablaría de derrota. Simplemente diría —o diré cuando ocurra— que no ha prosperado o que ha sido rechazada. Incluso, que no ha visto cumplido su objetivo, si por tal entendemos el relevo de la presidenta, pero en ningún caso que ha resultado inútil.

Cuando el marcador de la cámara certifique, tozudo, la continuidad de Barcina y los medios afines lo vendan como la victoria de San Jorge frente al dragón, tal vez cunda la sensación de que se ha hecho un pan con unas tortas. Se dirá, seguro, que para este viaje no hacían falta alforjas y que la Doña ha recibido un balón de oxígeno cuando más lo necesitaba y, encima, de quienes menos cabía esperarlo. Quizá eso no sea del todo falso, pero aparte de que tal alivio efímero le va a servir de bien poco a la cada vez más cercada escapista, quedarán sobre el tapete, amén del autorretaro de cada formación, un puñado de aprendizajes valiosos de cara a un futuro nuevo intento.

Ojalá el primero de ellos sea que la oposición —dejo en el limbo o en el purgatorio al PSN, que no es ni carne ni pescado— se olvide por un rato de las siglas y de las cuentas pendientes. Eso incluye la renuncia a la tentación, por golosa que sea, de aparecer individualmente como líderes o motores de la demanda de cambio. Ya llegará el momento de pelearse por los votos. Si de verdad la meta común es que eso suceda cuanto antes, si no estamos una vez más frente a poses para ir acumulando puntos, ahora se trata de ir todos a una. Comprenderlo equivale a que, aunque no prospere, la moción del jueves no sea una fracaso.

Encrucijada foral

Perdonen que hoy les venga a hablar de mi libro, es decir, de mi programa de radio. Esta noche abandonamos el terreno conocido de los estudios de Onda Vasca y trasladamos Gabon a la sede de Diario de Noticias de Navarra. Ya, no es ninguna heroicidad porque seguimos jugando en casa y —eso espero— con red, que una cosa es pellizcarse las neuronas para que no se adocenen y otra, a las edades que va gastando uno, jugarse la angina de pecho por exceso de entusiasmo y adrenalina.

¿Y qué le trae al Viejo reyno a un pecador confeso aunque no recalcitrante de CAVcentrismo? Pues, aparte del empuje insistencialista de nuestro factótum y navarro de pro, Daniel Sánchez, precisamente una gota de mala conciencia diluida, eso sí, en litros de propósito de enmienda y, por encima de todo, unas inmensas ganas de encontrarnos cara a cara con algunos de los protagonistas de lo que va a ser un momento histórico. O yo estoy muy equivocado —preguntaré con denuedo y reiteración al respecto a los muchos invitados que nos acompañarán—, o lo que estamos viendo durante los últimos meses en los titulares no es una suma de episodios circunstanciales ni de coyuntura. Algo se mueve y da la impresión de que esta vez no van a servir de tope los socorridos muros de contención que se siguen sacando a paseo en los discursos de los que se han investido en defensores de la fortaleza. Ya se ha visto, por cierto, que el alcázar no guarda las esencias sino intereses contantes y sonantes.

Y por ahí justamente puede caer la plaza, porque ya no son los malvados vascos del topicazo foralista los que la asedian. De hecho, lo identitario, sin dejar de estar ahí, es solo un ingrediente más de la creciente marea que reclama y acabará consiguiendo el cambio más temprano que tarde. Claro que lo que anoto puede ser la visión de uno que vive a 150 kilómetros. Esta noche pediré opiniones mejor fudamentadas. Les espero a partir de las diez.

Barcina de los diques

Pillada con los dedazos en el tarro de la mermelada, Yolanda Barcina parece aspirar a batir la plusmarca mundial de declaraciones abracadabrantes. Nadie suelta con más desparpajo que ella que del asunto de las megadietas dobles y triples lo que importa es que su eliminación fue cosa suya (pasando siempre por alto el pequeño detalle de que se subió el sueldo en una cantidad equivalente, por cierto). Lo de los alicatadores que se encienden Cohibas con billetes de quinientos euros fue sencillamente sublime; consiguió que la indignación y el cachondeo nos brotaran juntos y revueltos de la misma herida.

Sin embargo, por estrafalarias que puedan sonar esas palabras y por resultonas que sean para convertirlas en jugoso titular, no son las que más me han llamado la atención de entre las toneladas que ha expelido estos días la aún presidenta de Navarra y de UPN. Será porque soy un clásico o porque tengo la manía de fijarme en lo aparentemente accesorio y escudriñar lo que se oculta tras el dobladillo de las cosas, pero considero más elocuente la frase de la doña que entrecomillo a continuación: “Me voy a esforzar en que siga habiendo un dique de contención frente a los nacionalistas”.

Se dirá, con razón, que eso no es nuevo. Incluso, que viene de serie con el personaje y que lo sorprendente sería que de su boca saliera algo diferente. Claro que sí, pero lo revelador es que saque a paseo la matraca en este preciso instante en el que prácticamente todos sus hechos conocidos nos gritan que Barcina no está en la política para defender unas convicciones. Si repasamos los más sonados episodios que ha protagonizado últimamente, comprobaremos que casi siempre hay dinero de por medio. A veces, como en las cesantías de la UPNA o las dietas de Vinsa, en unas cantidades que la retratan como pesetera sin matices. Su pretendida ideología, ese antivasquismo de trazo grueso, es lo que le paga su tren de vida.