Diario del covid-19 (9)

La curva no es una curva. Pasará tiempo hasta que podamos llamarla así. De momento, sigue siendo casi un muro vertical que avanza imparable de día en día. Las comparaciones son escalofriantes. En el estado español ya se ha se ha superado el mismo número de casos que tenía Italia en el mismo día de la crisis. La cuestión es que no podremos decir que no fue porque no nos lo advirtieron. Y hago precio de amigo con esa primera persona del plural. Me aterra, me descompone, me encabrona enormemente pensar que los que ahora lideran los linchamientos a los memos irresponsables que se saltan de uno en uno el estado de alarma son los que hace dos semanas despreciaban las conminaciones urgentes a tomar medidas desde los lugares donde el virus ya hacía estragos. ¿De qué se quejan, qué denuncian hoy esta patulea de ventajistas?

Estoy de acuerdo. Seguro que esta no es la actitud en un momento como el presente, pero intuyo que tampoco lo es exhibir impúdicamente unos principios cambiantes y de conveniencia. Especialmente, cuando sabemos, y ya no solo de oídas sino por cercanía, que hay personas que se van quedando en el camino. Por no hablar de las heroínas y los héroes que siguen luchando hasta la extenuación y más allá por combatir la cruel pandemia. Qué balsámico sería, por lo menos, pedirles perdón.

Diario del covid-19 (7)

Un rey diciendo nada mientras buena parte de la ciudadanía confinada en sus casas le muestra el más estruendoso de los desafectos. Saldremos de esta, bla, bla, bla, requeteblá. Discurso de aliño pergeñado a base de topicazos aventados con una sobreactuación que no les habrá colado ni a los más convencidos. Por mucho que el tipo se empeñara en marcarse un Churchill, viéndolo y escuchándolo era imposible no pensar en los turbios negocios de su padre, que no dejan de ser, renuncias impostadas aparte, los de toda la real familia. A ver si es verdad, como dice el meme al uso, que de esta salimos sin virus y sin corona.

Lástima que en el ínterin crezca la conciencia de que nos va a costar mucho más de lo que somos capaces de imaginar y de que nos quedan quintales de titulares que nos helarán la sangre. 8 muertos en una residencia de personas mayores de Gasteiz. 17 en otra de Madrid. Suma y sigue, mientras los más espabilados del lugar se saltan el estado de alarma, millonarios con casuplones se hacen los héroes por su ganduleo o compañeros de mi gremio compiten por el Ondas del narcisismo con exhibiciones impúdicas desde su domicilio. Claro que los peores son los negacionistas de anteayer poniéndose como hidras cuando se les recuerda que si llevamos retraso en esta batalla es por su puñetera culpa.

Cuñados del clima

Ando en búsqueda y captura por parte de la retroprogritud por haber cometido el otro día el atrevimiento de manifestar que no me postro de hinojos ante Santa Greta del Ceodós, patrona alevín de los cantamañanas del ecologismo posturero. Nada que no estuviera previsto desde antes de escribir unas líneas, por otro lado, contenidas; era y soy consciente de la trampa para elefantes que es poner a modo de pimpapum a una criatura diagnosticada de Asperger. Ese ventajismo de los que la llevan de sarao en sarao ya es indicativo de la falta de autenticidad —o sea, de la falsedad— de las presuntamente nobles intenciones que los guían. Y, sin contar el daño futuro que uno intuye que le están haciendo a su mascota, habla fatal de la causa que dicen defender.

Claro que, como ya apunté en la columna anterior, Thunberg es solo el trasunto del infantilismo ramplón de lo que pretende pasar por denuncia ambientalista y se queda las más de las veces en pataleta, en repetición de consignillas al peso o en cuñadismo de tomo y lomo. No, no se equivoquen. Ni de lejos soy un negacionista del calentamiento global. Más allá de algunos datos presentados con exceso de trompeteo apocalíptico, soy consciente del problemón que tenemos encima. Lo que, sin embargo, desconozco es cómo hacerle frente con medidas contantes, sonantes, factibles y, ojo, asumibles por los pobladores de la parte guay del planeta. Que sí, que muy bien lo de no usar bolsas de plástico para los tan molones aguacates, pero lo que yo quiero saber es a cuánto trozo de nuestro bienestar, es decir, de nuestro confort, estamos dispuestos a renunciar para detener la amenaza.