Venezuela, lo malo y lo peor

Venezuela, qué difícil resulta opinar con un océano real y otro de prejuicios de por medio. Y aun así, no solo lo hacemos, sino que nos permitimos el desahogo de trepar hasta lo más alto de la parra y apuntarnos a una de las banderías, como si esto fuera cuestión de tripas y querencias. Desde este instante les advierto de que las siguientes líneas no van a estar, ¡ay!, libres del mal que acabo de describir. Puede, tampoco se lo niego, que pequen del vicio casi peor de la aparente equidistancia. Ocurre que, por vueltas y vueltas que le da uno a la torrentera de informaciones sesgadas que nos llegan, no acaba de decidirse por el cólera o la peste. Rizando el rizo, se llega a cambiar de antipatía en función de quién toma postura a favor o en contra de los gallos en liza. ¿Cómo estar con Trump o Bolsonaro junto a Guaidó? ¿Cómo estar con Putin o Erdogan al lado de Maduro?

La paradoja, que a la vez explica casi todo el embrollo, es que solo por haber preguntado lo anterior se convierte uno en sostenedor de un tirano o en imperialista del carajo de la vela. Cómo decir, cómo contar, que seguramente a falta de muchos datos, a pesar de tener una opinión difícilmente empeorable de Nicolás Maduro, me cuesta un mundo aceptar la legitimidad de un tío que se proclama mandarín en medio de una plaza a voz en grito. Con todo lo criticable que tenga el cutre poschavismo, sencillamente no son formas. Y si resultara que sí, que hay motivos para que la comunidad internacional se meta a desfacedora de entuertos y justiciera, cabría preguntar si en el ránking planetario de regímenes infectos no hay varios por delante de Venezuela.

Consultas, según

Es un vicio encabronar a tirios y troyanos de boina a rosca. ¡Lo ponen tan fácil, además! Resulta digno de estudio de veterinaria el modo en que entran al trapo, el tamaño de su enfurruñamiento zangolotino y, cómo no, lo ramplonamente previsible de sus encorajinadas respuestas. Puto facha, puto separatista, te espetan con similar entonación y cabreo, una vez les mandas una pelota un milímetro por encima de la chapa.

Basta señalar, por ejemplo, lo curioso que es que los mismos que aplauden a rabiar la consulta venezolana contra Maduro deploren la catalana sobre la soberanía. Y viceversa, claro: buena parte de los propugnadores del derecho a decidir a toda costa en Catalunya tachan de gusanos a los que ponen urnas de cartón en Venezuela. Para que el embrollo sea aún más divertido, unos y otros se lían a tirarse a la cara los mil titulares de cada medio afín en que queda patente la brutal contradicción de apoyar esto y deplorar lo otro. Ni así caen en la cuenta de que son tal para cual.

Lo confirman cuando la bancada correspondiente salta como un resorte a gritar que no es lo mismo, siempre siguiendo la vieja ley del embudo que establece que las cosas son como me sale de la entrepierna. Por supuesto que uno tiene la edad y la capacidad de discernimiento suficiente para comprender que ambos procesos, movimientos, o lo que sean tienen sus propias particularidades y se defienden, en general, desde obediencias ideológicas y vitales que rozan lo antagónico. Y, sin embargo, la semejanza es aplastante: igual en Catalunya que en Venezuela, la solución es dejar que el pueblo escoja democráticamente su destino.

El elegido en Caracas

He visto cosas que vosotros no creeríais. ¿Atacar naves en llamas más allá de Orión? Bah, eso es una menudencia al lado de la llegada del adelantado Albert Rivera al aeropuerto internacional de Maiquetía-Simón Bolívar cual si fuera la reencarnación engominada del Mesías. O de Messi, que fonéticamente suena parecido. Flashes para cegar un ejército, cámaras y micrófonos a machaporrillo —cualquiera lo diría, con la falta de pluralidad informativa, ¿eh?—, escoltado por Lilian Tintori, ya más célebre que su entrullado marido, el tal… ¿cómo se llamaba? ¡Y la radio y la televisión públicas de España abriendo a todo trapo con la noticia, lo mismo que cuarto y mitad de los medios privados!

Más allá del patetismo y la insoportable sensación de vergüenza ajena, ese racimo de imágenes acompañadas por las membrilladas que soltó el gachó ofrecen el nivel exacto de lo que es la política española. Un mindundi de pies a cabeza que no ha empatado un partido en su vida aclamado como esperanza blanca de no se sabe qué democratización pendiente de Venezuela. Vuelvo a preguntarme de dónde saca para tanto como destaca, y a no esperar respuesta, por lo evidente: tiene unos chulos con mucho parné el figurín. Será por pasta. Se dejarán lo que sea para hacerlo pasar por un hombrecito, que después del 26 de junio, a medio bien que salgan las cosas, llegará el momento de cobrar con intereses.

Y por lo que toca a la oposición que agasaja con tal exceso a semejante nadería en mangas de camisa, enorme retrato también. Vaya unas personalidades internacionales para darle lustre a su bisnes. Maduro, ríndase, le tienen rodeado.

Venezuela, dos varas

Es para llorar todos los pantanos del plan Badajoz, pero me lo tomo con filosofía y resignación. Dos varas para hostiarse, dos varas para medir. La violencia es buena o mala, o sea, según cómo, según dónde, según cuándo y, muy especialmente, según quiénes. ¿Que me deje de jeremiadas y ponga un ejemplo concreto? Venga, va: Venezuela, convertida en campo de batalla por el pésimo perder del tipo ese que nos vendían como esperanza blanca y se ha retratado como un buscabocas al que le importa una higa derramar sangre. Y encima, con síndrome de capitán Araña, que en cuanto tiene embarcada toda la carne de cañón y caen los muertos sobre el asfalto, él se baja en marcha y se cambia el nombre por Andanas. Con el respaldo, el auspicio y la complicidad no disimulada de los autotitulados líderes del mundo libre y sus mariachis del concierto internacional.

Pero no son solo los mariachis. Luego están los palmeros, esa gente de orden que estos días luce brazalete negro en señal de duelo por la pérdida de Santa Margarita del Puño de Hierro. Es cosa de ver lo que se sulfuran y lo que ladran cuando el populacho sale a la calle a gritar su hartazgo o una partida de cabreados le echa el aliento bilioso en el cogote a un suseñoría. “Puro nazismo”, bramó indignada la que ahora jura que nunca dijo que los votantes del PP se quedan sin comer antes que sin pagar la hipoteca. Sin embargo, a la vista de los que al otro lado del Atlántico han salido a tomar con porras, bates y pistolas lo que no sacaron en las urnas, claman que hay que comprender al pueblo soberano que se rebela contra la tiranía.

En la contraparte, y con rostro igual de marmóreo, los que se pasan la vida pidiendo leña al mono hasta que hable suajili, se echan las manos a la cabeza y urgen al séptimo bolivariano de caballería a convertir en fosfatina a los disolventes. ¿Es mucho preguntar en qué quedamos? No espero respuesta. Ya sé que sí.