Casi 9.500 positivos en la CAV el pasado domingo. Son más de la mitad que en Alemania, que tiene 83 millones de habitantes frente a los 2,2 millones que suman Araba, Bizkaia y Gipuzkoa. La incidencia es estupefaciente: 4.469, el doble que hace una semana. Y ojo, que frente a esa verdad a medias del escaso impacto en los hospitales, ahora mismo tenemos 560 personas ingresadas en planta por covid y 132 en la UCI. En el histórico contemplamos cifras más altas, eso nadie lo niega, pero tampoco cabe tomarse a la ligera estos registros. Mucho menos si, como queda a la vista de todos, y como no dejo de señalar desde hace dos semanas, la brutal explosión de contagios tiene prácticamente colapsado el sistema sanitario en su puerta de entrada. No hay manos suficientes (y no podría haberlas de ningún modo, digan lo que digan los listos desde la barrera) para gestionar las pruebas.
Lo desconcertante es que en esta situación se sigan lanzando las campanas al vuelo. Algunos de los medios que se tienen por más serios anuncian la inminente consecución de la tan cacareada y hasta ahora fallida “inmunidad de grupo”. Y yo digo que ojalá sea así, y no niego que hay cierta lógica en lo que se nos dice. Pero no puedo evitar recordar que también la había cuando se nos aseguraba que la íbamos a conseguir con el 70 por ciento de la población vacunada. Ya hemos visto que no es así, del mismo modo que también hemos comprobado que haber padecido la enfermedad hace relativamente poco tiempo no está impidiendo la reinfección. ¿Cómo podemos saber que no ocurrirá lo mismo con los contagiados por la variante ómicron dentro de dos o tres meses? Vayamos paso a paso.