Diario del covid-19 (37)

Trato de imaginarme mi primer vermú extradomiciliario en las circunstancias descritas por el birlibirloquero Sánchez anteayer y se me pone el cuerpo raro. Sé de entrada que deberá ser en el treinta por ciento de la terraza de un local hostelero. Puesto que seguirá imperando la distancia social de dos metros, si quedo con otra persona para la libación, deberemos ocupar, como poco, dos mesas, y sentarnos en diagonal. Ahí se me descoyuntan las matemáticas. Con dos o tres parejas quedaría completado el aforo que se le permitiría a la mayor parte de los bares que conozco. ¿Cómo deberían hacer cola los clientes que aspirasen a su consumición? ¿Cuánto espacio urbano podrían ocupar, teniendo en cuenta que en muchas calles las tabernas se suceden sin solución de continuidad? Todo eso, claro, sin plantear si a los propietarios les resultará rentable abrir, con todos los gastos que ello implica, para dar servicio a tan limitada clientela.

También es verdad, lo confieso, que mi reparo mayor es psicológico. Si coger una lata de atún en el súper me provoca taquicardia al barruntar lo que pueda llevarme a casa, me declaro incapaz de imaginarme posando mis labios en un vaso que ha sido utilizado vaya usted a saber por quién y por cuántos. Incluso sabiendo que lo han lavado a 80 grados. Maldita nueva normalidad.

Diario del covid-19 (35)

Aquí andamos, cuarenta y pico días después del casi toque de queda, no está muy claro si camino de la luz al final del túnel o de vuelta a la casilla de salida. No sé a ustedes, pero a mi me acongoja una hueva que en el mismo informe para la desescalada del comité de sabios del autócrata vocacional Sánchez se exija a las comunidades autónomas que garanticen la capacidad para duplicar las camas de UCI. Suena bastante al refranero español que tanto gustaba citar a uno de los milicos ahora excluidos de las ruedas de prensa oficiales: A Dios rogando y con el mazo dando. También puede ser la sentencia bíblica que sostiene que la mano derecha no debe conocer lo que hace la izquierda. O tal vez sea el latinajo de rigor, a saber, excusatio non petita…

Se diría que seguimos jugando a cara a cruz o, como poco, a frenar y acelerar a la vez. Los mensajes oficiales oscilan de un segundo a otro entre la idea de que ya está todo chupado y la de que como nos confiemos, nos vamos a dar una piña de campeonato y que más fuerte será la recaída. “Un paso atrás sería más grave que lo vivido hasta ahora”, proclamó ayer el infalible hechicero monclovita Simón, pasando por alto que, por mucho que los demás podamos aportar quintales de responsabilidad individual, es él quien tiene que recomendar las medidas adecuadas.

Diario del covid-19 (28)

78 personas muertas con coronavirus en 24 horas en los cuatro territorios del sur de Euskal Herria. Sí, con el porcentaje más bajo de positivos desde el comienzo de la pandemia, con un crecimiento notable de las curaciones y con los hospitales liberando camas a un buen ritmo. Lo que quieran: sigue siendo una cifra demoledora, inaceptable, inasumible, que bajo ningún concepto deberíamos normalizar ni relativizar a base de edulcorantes estadísticos. Mucho menos, si como sospechamos cada vez con más indicios —y no exactamente porque haya mala intención de las autoridades—, la cifra real de defunciones es mayor porque una parte importante escapan al recuento oficial.

Les doy mi palabra de que no pretendo que cunda el desánimo, que bastantes circunstancias se nos juntan ya para hacernos el camino cuesta arriba. Creo, sin embargo, que debemos conjurarnos para no perder la dimensión de la tragedia, que es global, por el tremendo número de víctimas, pero también individual porque, como no nos cansaremos de señalar, detrás de los datos hay personas; las que se van y las que se quedan destrozadas por el dolor. Me parece oportuno que lo tengamos claro los ciudadanos, pero también nuestros representantes políticos. Por supuesto que hace falta un pacto, pero transparente y sin trampas. ¿Es pedir demasiado?

Diario del covid-19 (16)

El pico de contagios empieza a ser como la línea del horizonte. Parece estar ahí, pero con cada paso que damos se va alejando. Malos tiempos para ser escéptico o incrédulo porque siempre se tiene la sensación de estar ante domadores de estadísticas y de gráficas. Ojalá sean las cosas como escuchamos en las últimas comparecencias oficiales y vayamos camino del inicio de la cuesta abajo. O, por lo menos, del llano. Con qué poco nos conformamos.

Entretanto, miro embobado el calendario, tratando de imaginar el mundo que pudo ser y no está siendo. Si no hubiéramos caído en esta pesadilla, ahora estaríamos agotando la campaña electoral. Seguro que nos sentiríamos hastiados por las naderías y los mensajes reiterativos que en esta situación hacen sentir una nostalgia infinita. ¿Dónde hay que firmar para volver a esa bendita rutina que tan poco nos estimulaba?

Puras divagaciones en un primero de abril, la jornada en la que en España se sobrepasarán los cien mil contagios y en los cuatro territorios del sur de Euskal Herria nos pondremos a tiro de piedra de los diez mil. Siempre, claro, de acuerdo a los cómputos oficiales, que casi todos sospechamos que son un reflejo no demasiado exacto de la realidad. Ocurre, y aquí voy a poner el punto final, que simplemente no podemos permitirnos el lujo del desánimo.

Diario del covid-19 (9)

La curva no es una curva. Pasará tiempo hasta que podamos llamarla así. De momento, sigue siendo casi un muro vertical que avanza imparable de día en día. Las comparaciones son escalofriantes. En el estado español ya se ha se ha superado el mismo número de casos que tenía Italia en el mismo día de la crisis. La cuestión es que no podremos decir que no fue porque no nos lo advirtieron. Y hago precio de amigo con esa primera persona del plural. Me aterra, me descompone, me encabrona enormemente pensar que los que ahora lideran los linchamientos a los memos irresponsables que se saltan de uno en uno el estado de alarma son los que hace dos semanas despreciaban las conminaciones urgentes a tomar medidas desde los lugares donde el virus ya hacía estragos. ¿De qué se quejan, qué denuncian hoy esta patulea de ventajistas?

Estoy de acuerdo. Seguro que esta no es la actitud en un momento como el presente, pero intuyo que tampoco lo es exhibir impúdicamente unos principios cambiantes y de conveniencia. Especialmente, cuando sabemos, y ya no solo de oídas sino por cercanía, que hay personas que se van quedando en el camino. Por no hablar de las heroínas y los héroes que siguen luchando hasta la extenuación y más allá por combatir la cruel pandemia. Qué balsámico sería, por lo menos, pedirles perdón.

Diario del covid-19 (2)

Acabamos de pasar de pantalla. Pandemia, dice la OMS, como el locutor del bingo que canta línea, solo que esta vez nosotros rezamos para que la combinación no sea la nuestra. La cosa es que ahí le andamos en los territorios del sur de Euskal Herria. La dichosa curva empieza a calcar la de Italia de hace una semana, y al margen de las cifras, empezamos a poner nombres y apellidos a los contagiados. Abandonan la condición de números anónimos para convertirse en ese compañero de tal medio, aquella amiga que trabaja en la tercera de Basurto, la suegra del vecino o el camarero del bar de la esquina. Cómo evitar preguntarse en cada caso si habremos estado cerca de sus fluidos recientemente.

Sin ánimo de resultar alarmista, la cuestión es que la estadística va jugando en nuestra contra. Como en el poema de Blas de Otero, el cabrito del bicho vendrá por ti, vendrá por mi, vendrá por todos. La buena noticia, el clavo ardiendo al que agarrarnos, es que todavía en una más que apreciable mayoría de los casos, saldremos vivos, coleando y, ojalá, con alguna que otra lección aprendida. Por ejemplo, que tan señoritos del primer mundo que nos creemos, hay seres microscópicos que de un rato para otro ponen patas arriba nuestra falsa sensación de estar al mando.

Somos, oh, sí, vulnerables como individuos y como colectivo, pero también, si de verdad nos lo proponemos, atesoramos las opciones de salir con bien de este envite. Debemos empezar conjurándonos contra el infantilismo, el cainismo y la naturaleza del escorpión que anida en nuestro seno. No sé ustedes, pero yo quiero que en el futuro se diga que estuvimos a la altura.

Nos va el morbo

Parece que vamos estando todos. Tanto en la demarcación autonómica como en la foral ya tenemos casos de Coronavirus. No escribo cuántos porque intuyo que hasta el momento de la publicación de estas líneas el marcador puede quedarse viejo. Digo marcador porque se diría que estamos en una suerte siniestra de Carrusel deportivo donde cada positivo se canta como aquel célebre gol en Las Gaunas. Y según salta la noticia, hay un intrépido reportero informando a pie del hospital que corresponda. Si lo piensan, no deja de ser un poco chorrada desplazar un equipo hasta el centro sanitario solo para que aparezca de fondo, como si para creer lo que se nos cuenta, los espectadores necesitáramos ver el edificio donde está el agraciado (o sea, el desgraciado) en la lotería infausta del contagio.

La cosa es que según lo he escrito, empiezo a pensar que es así, del mismo modo que también empiezo a considerar que si los medios tiramos tanto al amarillo con estas cuestiones, quizá sea porque hay una alta demanda de la morbosa farlopa. Pone uno la oreja por ahí y constata que ocho de cada diez conversaciones van sobre el asunto. Lo mismo se cruzan chistes negrísimos, que se pontifica sobre el origen del bicho en un laboratorio de Wuhan, se dice de-buena-fuente que las autoridades sanitarias nos ocultan datos o se asegura que no sé qué medico ha dicho que la enfermedad es apenas resfriado común.

Yo lo vivo conteniendo la respiración, no exactamente por evitar el virus, sino porque me veo incapaz de pronosticar en qué va a acabar esta pesadilla. Cruzo los dedos para que pronto en ese marcador que les mentaba ganen las curaciones.