Diario del covid-19 (53)

Una hora después de que el ultramonte motorizado pusiera la nota bicolor —rojo y gualda— por el sufrido asfalto de varias ciudades hispanistaníes, incluyendo Bilbao y Gasteiz, el Timonel Sánchez emitió una suerte de adelanto de último parte de guerra. Faltaría más, no dio por cautivo y desarmado al bicho, puesto que todavía queda un rato para seguir ordeñándolo como se hace con las benditas maldiciones, pero sí apuntó que la nueva normalidad, o sea, la vieja tuneada, está a la vuelta de la esquina. Apertura al turismo extranjero ya en julio, no vaya a ser que los italianos, a los que se ha seguido al milímetro en cada mala decisión, y que ya se han adelantado en ese terreno, le coman la merienda a la tierra que nació entre flores, fandanguillos y alegrías.

Y la cosa es que no seré yo quien critique tal decisión, del mismo modo que me parece absolutamente razonable celebrar a mediados de ese mes unas elecciones si la situación sanitaria lo permite. Hasta entonces seguiremos en este columpiarnos de fase en fase o de desfase en desfase, con episodios como la toma al asalto y antes de tiempo de las playas, las colas kilométricas ante las terrazas o la cuchufleta del inicio de las fiestas de Beasain el viernes pasado que le costó la dimisión a una edil de EH Bildu que se dejó llevar por el jolgorio.

Diario del covid-19 (50)

Francamente, no esperaba que los campeones siderales de loas a la soberanía popular fueran a retratarse como los más refractarios del lugar a la colocación de urnas. Como ya anoté aquí, resulta particularmente insultante, amén de autodefinitoria, la soplagaitez esa de que la sociedad vasca no está para elecciones. Cualquiera que se haya dado un rule ayer mismo por nuestras calles en la fase cero coma pico habrá comprobado que, sin ser el de antes de la pandemia, el paisaje ya no tiene nada que ver con el páramo del confinamiento. Vuelve a haber vida. Más incluso de la que el cenizo que teclea cree que sería razonable para un momento en el que el virus todavía no ha hecho las maletas.

Parece, por lo tanto, que no es descabellado pensar que el 12 de julio, dentro de casi dos meses, la situación vaya a ser mejor. Y si resultara que no, hay tiempo para plegar velas y esperar un momento más propicio. Puro sentido común. Por eso se antoja tan incomprensible que la cojan llorona y bronquista las formaciones políticas que, por lo demás, no tienen nada que perder de la convocatoria electoral. Al contrario: se la juegan los que llevan la manija de la gestión de una crisis endiablada donde casi todo el monte es orégano para hacer oposición de pimpampum calcadita, oh sí, de esa tan pintoresca allende Pancorbo.

Diario del covid-19 (48)

Escucho a señalados portavoces de uno y otro lado del meridiano ideológico que la sociedad vasca no está para elecciones. Así, tal cual, a palo seco, categóricamente, sin lugar al matiz ni a la réplica. Como tantas otras cosas en estas semanas de espanto, los usufructuarios únicos de la verdad han tomado la decisión de lo que es y lo que no es sin consultar a los implicados. Igual en lo que atañe a la sanidad, la economía, la educación o los meros comportamientos individuales, los autoinvestidos doctores toman las decisiones basándose en el mismo principio que guiaba a la asamblea de majaras de la canción de Kortatu: mañana sol y buen tiempo.

Y en esto de la celebración de las elecciones pendientes en julio —que yo no sé si sí o si no, se lo juro— ya han determinado que no hay más tutía. No, no, y no. Como me dicen varios oyentes de Euskadi Hoy en Onda Vasca-Grupo Noticias, quizá el error del lehendakari fue no hacer la propuesta contraria a la que le parecía más razonable. Si hubiera dicho que en septiembre o hablado de posponer el asunto sine die, se le estarían exigiendo los comicios para pasado mañana porque la Democracia no puede quedar al albur de una pandemia. ¿Y saben lo que les digo? Que tendrían razón. Si de verdad nos creemos lo de la soberanía popular, no hay que renunciar a ejercerla.

Diario del covid-19 (47)

Asisto con una ceja enarcada al debate sobre la vuelta a las aulas el próximo lunes de parte del alumnado de la demarcación autonómica. Como padre de uno de los chavales a los que les toca el regreso presencial, soy el primero no ya en comprender el recelo, sino en compartirlo. Por lo mismo, pero también porque tiendo a escuchar todos los argumentos antes de apostarme en la trinchera y disparar, me hago cargo de los muchos y diversos motivos por los que se considera inoportuna la medida. Hablo, insisto, de razonamientos, no de consignillas de a duro como esa letanía estomagante que ha hecho correr —con fortuna, reconozcámoslo— el equipo paramédico habitual: “Esto es para poder justificar las elecciones en julio, raca, raca, raca”.

Dejo para otro rato extenderme sobre esa mandanga que sirve para rotos y descosidos, y retomando la cuestión, anoto aquí lo que parece, más que una paradoja, una enorme contradicción o, incluso, una colosal muestra de hipocresía. Cualquiera que haya salido a la calle estos días en las franjas permitidas habrá sido testigo de la presencia masiva de cuadrillas de adolescentes de cuatro, seis, ocho y hasta quince integrantes haciendo exactamente lo mismo que antes de la pandemia. Y por tanto, arriesgándose a lo mismo por lo que no queremos que vuelvan a clase. ¿Entonces?

Diario del covid-19 (46)

Amigos, sí, pero la vaca, por lo que vale. Quiero decir que yo tengo responsabilidad individual por arrobas y que la regalo de mil amores por el bien de la causa, aun a riesgo de pasar por gilipollas, primaveras, meapilas o pringadete frente a los apóstoles del “buah, chaval, deja a la peña hacer lo que quiera”. Y estoy casi seguro de hablar también en nombre de las miles de personas que llevan dos meses poniendo de su parte hasta donde ya no hay más que sacar. Por fortuna, la mayoría de lo que Gabilondo llamaba la infantería social estamos a la orden no ya para vencer en la lucha contra el bicho, que ojalá, sino para limitar sus daños devastadores. No creo que se nos pueda pedir mucho más.

Comprendo perfectamente que nuestros dirigentes deben interpelarnos a sus administrados para que aportemos nuestra cuota de civismo solidario. Si yo fuera su asesor de comunicación, les anotaría en negrita esa parte del discurso, por supuesto. Pero acto seguido, les invitaría a ponerse al frente de la manifestación o, más que eso, a pasar de las palabras a los hechos. ¿Más claro todavía? A acabar con las herramientas a su alcance con los comportamientos letales que amenazan con devolvernos a lo más duro del duro invierno. Esa “minoría” es lo suficientemente grande como para arruinar lo conseguido hasta ahora.

Diario del covid-19 (39)

Por primera vez en no recuerdo cuánto tiempo, el reloj que mide mi actividad física me dice que he alcanzado el objetivo diario. Me ha sentado bien el permiso para estirar las piernas y ensanchar los pulmones, esto último, con bastante prevención, no vayamos a joderla. Además, por lo menos en mi zona y en la franja matinal, el tiempo ha acompañado y de tanto en tanto, salvo por las mascarillas y los guantes de látex, las imágenes se correspondían con las de cualquier sábado de primavera anterior a la llegada del maldito bicho a nuestras vidas.

¿Y qué tal nos hemos portado? Confieso que a la hora en que tecleo, me he cuidado mucho de mirar lo que se contaba por ahí. Empieza uno a estar harto del extremismo pendular que divide el mundo entre incumplidores contumaces y seres angelicales que ejercen legítimamente su derecho a contagiar a los prójimos. Qué decir de los denunciadores compulsivos de los primeros y de los defensores a machamartillo de los segundos. Todo, como si esto no fuera bastante más simple: va de actitudes individuales mondas y lirondas, censurables unas, loables otras, pero siempre de una en una. Por eso me limito a dar testimonio de lo que vi con mis propios ojos, que fue un comportamiento modélico de casi todas las personas con las que compartí el pequeño bocado de libertad.

Diario del covid-19 (38)

Las formas son parte del fondo. La esperadísima, casi ansiada, comparecencia del ministro español de Sanidad, Salvador Illa, para detallar las condiciones bajo las que podremos salir a la calle a partir de mañana estaba prevista para las seis de la tarde. El tipo no apareció ante el atril hasta las seis y veinte. Así, porque sí, porque él lo vale. ¿Quién de ustedes se puede permitir un retraso semejante en su oficio? Yo, desde luego, no.

Por lo menos, iría al grano, ¿no? Pues tampoco. Antes de hincarle el diente al pifostio del cuadrante horario y de edades y actividades, que era lo único que nos interesaba a los agarrotados ciudadanos, Illa se adornó con un puñado de mentiras o, en palabras de la famosa asesora de Trump, de hechos alternativos. Por ejemplo, contó sin que se le moviera un pelo del tupé que España es uno de los primeros países en acometer la desescalada, como si no tuviéramos acceso a los medios.

Lo dijo, eso sí, con la misma convicción con que soltó otra de las grandes trolas que anda aventando el gobierno al que pertenece. “Entramos todos juntos en esto y saldemos todos juntos”, porfió el ministro, y con blindaje inguinal digno de mejor causa, añadió que para eso se había establecido un plan de transición a la nueva normalidad asimétrico y a diferentes ritmos. Es lo que hay.