Diario del covid-19 (50)

Francamente, no esperaba que los campeones siderales de loas a la soberanía popular fueran a retratarse como los más refractarios del lugar a la colocación de urnas. Como ya anoté aquí, resulta particularmente insultante, amén de autodefinitoria, la soplagaitez esa de que la sociedad vasca no está para elecciones. Cualquiera que se haya dado un rule ayer mismo por nuestras calles en la fase cero coma pico habrá comprobado que, sin ser el de antes de la pandemia, el paisaje ya no tiene nada que ver con el páramo del confinamiento. Vuelve a haber vida. Más incluso de la que el cenizo que teclea cree que sería razonable para un momento en el que el virus todavía no ha hecho las maletas.

Parece, por lo tanto, que no es descabellado pensar que el 12 de julio, dentro de casi dos meses, la situación vaya a ser mejor. Y si resultara que no, hay tiempo para plegar velas y esperar un momento más propicio. Puro sentido común. Por eso se antoja tan incomprensible que la cojan llorona y bronquista las formaciones políticas que, por lo demás, no tienen nada que perder de la convocatoria electoral. Al contrario: se la juegan los que llevan la manija de la gestión de una crisis endiablada donde casi todo el monte es orégano para hacer oposición de pimpampum calcadita, oh sí, de esa tan pintoresca allende Pancorbo.

¿Exhumación o exaltación?

Andará preguntándole Pedro Sánchez a su gurú donostiarra de cabecera qué ha podido fallar para que lo que debía haber sido un acto lleno de épica y solemnidad acabara en esperpento circense rezumante de patetismo. ¡Si hasta le tenían dicho al piloto del helicóptero que evitara las farolas traicioneras! Al tiempo, en su recién estrenada nueva morada de Mingorrubio, la momia del viejo carnicero debe de estar retorciéndose de risa y gustirrinín. Miren que es joía la Historia: al cuadragésimo cuarto año resucitó y se pegó el lujazo de comprobar que en la reserva espiritual de Occidente todavía hay quien le añora.

El segundo entierro poco ha tenido que envidiar al primero. ¿Por qué? Vuelvan a cuestionárselo a los brillantes cacúmenes citados al principio de estas líneas. Suya es toda la responsabilidad de que la imagen que vaya a quedar del pifostio de ayer entre Cuelgamuros y El Pardo sea la del féretro de madera nobilísima saliendo a hombros de los familiares del dictador, liderados por uno que se apellida Borbón. Como guarnición, los brazos en alto, unos uniformados cuadrándose ante la comitiva, rojigualdas con el pollo, vítores a Tejero, Abascal profetizando una segunda maldición como la de Tutankamón y el equipo de producción de Ferreras persiguiendo a unos viejos comunistas para que se prestaran a dejarse grabar brindando en un bar.

Resumiendo, que la exhumación se transmutó en exaltación monda y lironda. La pretendida reparación ha resultado una ofensa para las víctimas del franquismo que se suma a las mil y una coleccionadas desde el comienzo de la interminable noche de piedra. Y todo, por un puñado de votos, qué rabia.

Exhuma, que algo queda

Menos mal que el traslado de la momia del ferrolano de la voz aflautada iba a ser discreto para no dar tres cuartos al pregonero ultramontano. Pues solo ha faltado indicarnos qué marca de gayumbos llevarán los miembros del equipo exhumador habitual. Menuda profusión de detalles nos han suministrado los que ya para los restos —valga la redundancia— quedarán como los que sacaron la basura de donde llevaba cómodamente instalada desde hace cuarenta y cuatro años de vellón. Qué casualidad, pensará algún suspicaz, que el punto álgido de la tragicomedia coincida con unas elecciones inminentes y el (anunciado) incendio social en Catalunya tras la sentencia del Procés.

No cuela. O no debería. Lo que han hecho los amorrados al pilo monclovés en funciones roza el insulto a la inteligencia, a la dignidad y, en síntesis, a la tan cacareada Memoria histórica. Se ha convertido en espectáculo circense a mayor gloria de Ferreras, Ana Rosas e imitadores varios lo que debería haber quedado en un acto austero, casi de trámite, porque ni el abyecto matarife ni sus deudos podridos de pasta se merecen más. Qué asco da ver a los descendientes del carcamal de plató en plató reclamando, manda huevos, justicia y denunciando, jódete y baila, que se han vulnerado sus derechos. Pena de expropiación forzosa de todos sus bienes adquiridos por expolio y pena más grande, que antes de la reinhumación no le vayan a degradar al generalísimo a chusquero. A eso no ha habido bemoles. Y todo esto que voy anotando casi será mal menor si la nueva morada de los residuos no acaba siendo santo lugar de peregrinación de franquistas de viejo y nuevo cuño.

La bronca de los lazos

En la gresca esta de los lazos prohibidos deberíamos empezar por el principio. O sea, por escoger una única vara de medir. A partir de ahí, se abren dos opciones. Primera, nos ponemos profilácticos hasta la médula y establecemos que desde la convocatoria electoral hasta el día de la votación no cabe ni la cuestión más infinitesimal que pueda entenderse como mensaje de parte. Segunda, nos dejamos de chorradas y permitimos que cada quisque haga de su capa un sayo. Esta última es, de hecho, la alternativa por la que me inclino. Parto de la base de que somos lo suficientemente mayorcitos como para dejarnos influir por este símbolo, aquel recado subliminal o no sé qué medida estupenda promovida por esta o aquella institución. Lo que no vale es ir por parciales, de modo que sean requetelegítimos los viernes sociales de Sánchez y megamaxiilegales unos trozos de tela de determinado color.

En cualquier caso, si se fijan en todos los actores del psicodrama de diseño, verán que ninguno está particularmente incómodo. Cada cual vende su moto a discreción. Así, Torra tira de martirologio y victimismo y da pie a que Casado y Rivera monten el numero de los ofendiditos que reclaman un duro castigo para los rebeldes, mientras el inquilino de Moncloa sobreactúa como estadista que llama a la cordura, el cumplimiento de la ley y me llevo una. Tales para cuales.

Por lo demás, si pongo en un plato de la balanza todo este teatrillo bufo y en el otro, la realidad palmaria de unos políticos injustamente encarcelados desde hace más de un año, no me queda la menor duda de qué es lo sustantivo del asunto y qué lo ridículamente accesorio.

El retorno de la momia

Esta nueva adaptación de La momia ya tiene más secuelas que sus predecesoras. Aquí andamos ya por El retorno del retorno del retorno de la momia, y me llevo una. Quién le iba a decir al viejo criminal de Ferrol que sus residuos mortales iban a ser, así que pasaran 44 años del hecho biológico, combustible para la campaña electoral de un partido nominalmente socialista. Quién se lo iba a decir también, por cierto, a los dos presidentes de esa formación, Mister Equis y Mister Zetapé, que sumando un jartá de años en el gobierno de la nación, no se acordaron para nada de los huesos del caudillo de España por la gracia de Dios. Y ahora, en cambio, se agita a cada rato el espantajo. ¿Por qué?

La respuesta oficial, ya me la sé, es que por dignidad, por reparación a las víctimas y blablablá. Soy consciente de que ese relato cala entre mucha gente que tiene cuentas pendientes con el régimen asesino. Pero por eso mismo todo este baile con el difunto de hace casi medio siglo resulta más indecente. No se puede usar una cuestión tan seria para hacer electoralismo de aluvión. Menos, cuando todo lo que se ha hecho hasta la fecha es una sucesión de anuncios que siempre han resultado fallidos. Eso, sin contar con el buscado efecto —así de triste— de resucitar no a Franco sino a los franquistas. Incluso, de crearlos ex-novo entre chiquilicuatres que ni habían nacido cuando palmó el sátrapa.

Mi propuesta sigue siendo cortar el chorro económico al Valle de los Caídos y dejar que se venga abajo solito, allá cuidados. Las exhumaciones que de verdad me parecen urgentes son las de los miles de cadáveres que permanecen en las cunetas.

Sangre rentable

Palabras grandilocuentes, golpes de pecho, concentraciones, fotos, lazos, hashtags, ramos de flores, reuniones solemnes, gestos adustos, firmezas ensayadas, compromisos rimbombantes, llamamientos a la unidad. ¿A la qué? Cuento hasta cien. Borro las palabras descarnadas que me había dictado el estómago. Cambio esas expresiones por una pregunta que me urge: ¿De verdad van a aprovechar electoralmente la matanza de París y, con ella, eso que llamamos de forma tan difusa como impotente Amenaza yihadista?

Qué estupidez, faltaría más. Votos son votos. La sangre siempre ha sido muy rentable. Lo hemos visto durante años. Sin vergüenza, sin rubor, a cara descubierta. ¿Cómo no hacerlo ahora que los muertos —de momento— parece que pillan una gotita más lejos? Y luego, que si los suelos éticos, que si el reconocimiento del daño causado, la autocrítica, la contrición, el flagelo público. Váyanse ustedes al guano, demócratas-de-toda-la-vida.

Vuelvo a contar otra vez hasta cien. Mejor doscientos. Respiro hondo. Reparo en que he empezado por el final. Toda esta diatriba, toda esta descarga, todo este cabreo infinito es porque en el Parlamento donde se supone que están mis representantes no ha habido bemoles a consensuar una puñetera declaración de condena de los ataques del otro día. Con ser tremendo eso, lo peor no es la imposibilidad de acordar el puñado de líneas de rigor, sino la infamante constatación de que PP y PSE tenían de saque la intención de provocar el disenso para luego correr a denunciar, como en los añorados viejos tiempos, supuestas tibiezas, cuando no complicidades, con la violencia. Qué asco.

¿Racismo o electoralismo?

¿Maroto, racista? Diría que el alcalde de Gasteiz es capaz de ser lo que haga falta con tal de llenar la saca de votos. De hecho, lo que suponen sus últimas y tan comentadas palabras no es más que el cruce de un Rubicón que había estado rondando desde que era concejal de a pie. Simplemente, a diez meses de la cita con las urnas, ha visto el riesgo real de que otro culo acabe en su poltrona y, entre la aritmética y la convicción, ha decidido echar el resto llevando el partido a los barrizales donde sabe que sus adversarios están condenados a un autogol tras otro: la pataleta antivizcaína que tan bien supo exprimir aquel tunante apellidado Mosquera y, con más ímpetu, la mandanga xenófoba sin desbastar.

De lo primero, que no es martillo pilón exclusivo del munícipe por antonomasia, hablaremos otro día, porque es asunto que da para columna y hasta para tesis doctoral. Me centro en lo segundo, las soflamas calculadamente incendiarias contra la inmigración en general y la procedente del Magreb en particular. Lamento defraudar alguna expectativa buenrollista si en lugar de tirar por el camino trillado del exabrupto a la yugular de quien está buscando exactamente eso, llevo la cuestión a un terreno menos explorado. Se puede formular con una sencilla pregunta: ¿Por qué, no solo en Vitoria sino en cualquier lugar de nuestro entorno, hay una cantidad creciente de personas dispuestas a respaldar con su papeleta discursos como el de Maroto? ¿Porque son unos fascistas, unos insolidarios, unos ignorantes? Esa ha sido la respuesta de carril hasta ahora. Lo único que ha provocado es que cada vez sean más.