Cuando ETA quiso matar a Patxi López

Tengo muy frescos en la memoria aquellos días de junio del año pasado. Dos noches de insomnio mediante, acababa de tomar la decisión de cambiar la cómoda chaselongue de la radio pública en que me iba atrofiando por un futuro excitantemente incierto. Como si adivinaran lo que pasaba por mi cabeza y quisieran reafirmarme en mi resolución, mis todavía jefes me vinieron con el encargo de entrevistar a determinado político socialista el domingo, día 20. Sabiendo los decibelios que alcanzaban mis gruñidos cuando barruntaba que querían meter las narices en mi territorio y conscientes de que ni una sola vez en todo el curso había aceptado nada que me oliera a imposición, me lo pidieron como favor personal. Era mi flanco débil, pues el comité peticionario estaba compuesto por gentes a las que apreciaba sinceramente y que en los nueve meses anteriores habían respetado -contra lo que ya era habitual- la integridad del viejo MQP. Total, que a la cuarta acometida, me avine a hacer esa entrevista, dejando claro que iba a ser a mi modo, lo que se tradujo en que el invitado, alguien por el que también siento simpatía y que nunca deja una pregunta sin responder, me reprochase amistosamente al terminar la charla: “Me has metido las gomas hasta el fondo, ¿eh?”

Qué y por qué

¿Qué hecho tan importante ocurría ese domingo 20 de junio de 2010 para que alguien, allá en lo alto, se empeñase en que había que contrarrestarlo con las declaraciones de aquel político? Han venido después tantos capítulos de la novela, todos con la vitola de históricos, que es probable que muchos no recuerden que en esa fecha se escribió uno de los iniciales y decisivos. En el Palacio Euskalduna de Bilbao la izquierda abertzale ilegalizada presentó, junto a Eusko Alkartasuna, un documento en el que por primera vez se apostaba por las vías exclusivamente políticas. El lenguaje no era tan contundente en el rechazo de la violencia como el que hemos escuchado después -ni siquiera se mencionaba a ETA-, pero la declaración marcó el comienzo de lo que todos esperamos que sea el camino sin retorno.

Y aquí viene lo que no me cuadra. Acabamos de saber, gracias a las acostumbradas filtraciones de lo supuestamente no filtrable, que para la víspera, 19 de junio, ETA tenía previsto asesinar al lehendakari Patxi López. Sólo un bendito error logístico lo impidió. ¿Cómo casan el mismo fin de semana dos acontecimientos de tan macabro signo opuesto organizados, si hacemos caso a la doctrina oficial, por la misma banda terrorista? Hagan sus cábalas.

La metamorfosis de López

Eterna disyuntiva: ¿Qué tipo de gobernante puede ser más nocivo para su pueblo, un necio o un malvado? Hay una trampa en el planteamiento o, cuando menos, un hecho que se pasa por alto. La necedad, la incapacidad y/o la ineptitud conducen casi inevitablemente a la maldad. Es puro instinto de supervivencia y cualquiera que haya tenido el infortunio de compartir días o espacio vital con alguien carente de luces lo ha podido padecer. Acorralados por su propia incompetencia, muchos nulos que pasaban por entrañables patosos incapaces de matar una mosca terminan metamorfoseándose en implacables máquinas de hacer daño con mayor poder destructivo que cualquier perverso de cuna. Es más que una evidencia que López, el ente humano gris que pasó de no ser nada en esta vida a primera autoridad de la Comunidad autónoma vasca, ha mudado ya de inofensiva oruga a siniestra polilla dispuesta a vengarse de quienes han puesto ante sus ojos el espejo en que no ha tenido más remedio que reconocerse.

Y salió del capullo…

Es posible que la eclosión tuviera lugar antes, pero fue el pasado viernes cuando se manifestó en todo su esplendor. Una simple pregunta, ni más ni menos jodida de despachar que las decenas que se despejan a córner en las generalmente inanes sesiones de control parlamentario al Gobierno, fue el detonante de la performance. “¿Considera idóneas las actuaciones en Somoto de la Delegada de su gobierno en Chile, Ana Urchueguía?”, preguntó, coma arriba o abajo, el representante del PNV, Andoni Ortuzar. Mira que hay fintas en el repertorio de salidas por la tangente. Pero no. Contra la costumbre y la prudencia, López saltó a degüello y siguiendo un libreto que, una vez más, le habían escrito esos amigos que le hacen no necesitar enemigos, se lió a trompadas dialécticas con el mensajero, o sea, el Grupo Noticias en general y Xabier Lapitz en particular.

Les ahorro la descripción del momentazo de ira, porque se habrán aburrido de leer los detalles en estas páginas o de escucharlos en Onda Vasca. Me quedo sólo con el retrato. ¿El de alguien que mentía, como se subrayaba en los titulares de ayer? Eso me parece secundario o, más bien, complementario de lo sustancial. Al ponerse como una hidra para defender a quien él sabe positivamente que, con o sin ilícitos penales, abochorna con su proceder a su propio partido, el hijo de Lalo se limitó a mostrarse tal cual es. En su furia infantiloide, emergió el chisgarabís, la inframedianía, el petate lleno a partes iguales de carencias y aire que, ¡ay!, nos gobierna.

Dos años de López y unos días de Juaristi

Primero de marzo, dos años redondos del estreno de Cuando Patxi encontró a Toni, que como en la peli original parodiada, la de Meg Ryan y Billy Crystal, tenía como escena más famosa la simulación de un ruidoso orgasmo. De hecho, de aquel día acá la pareja protagonista no ha hecho sino repetir una y otra vez la toma alternándose en la ejecución del clímax fingido. Ni a los suyos les ha convencido el teatrillo, según todas las encuestas, incluidas las cocinadas en casa. Pero a quién le importa lo que piense esa cargante chusma que llaman ciudadanía, si el consejo de notables del grupo mediático amigo (cuando conviene, claro) le ha otorgado un entusiasta aprobado cum laude al gabinete del ingeniero -ejem- del cambio. Cierto es que en contrapartida, al otro lado del eje del mal, o sea en estas mismas páginas y otros andurriales extramuros del poder bipartito, el cate ha sido sin paliativos. Siempre hemos sido país de blancos y negros.

Fiel retrato del bienio

Tenía servidor la intención de desmarcarse de ese extremismo calificador y ensayar un balance razonado y razonable de pros y contras de estos 24 meses de tortilla vuelta, pero el domingo vi lo inútil de la tarea. Por favorables que se mostraran las musas conmigo, jamás podría llegar a garrapatear un puñado de líneas que definiesen el bienio que cumplimos con tanta precisión como la exhibida anteayer en las páginas de ABC por ese dechado de todo lo inefable llamado Jon Juaristi Linacero. Lo más espectacular del caso, rozando el prodigio, es que su propósito no era, ni de lejos, hacer un retrato de esta primera mitad de legislatura. Era sólo otro compendio de sus regüeldos bravucones y, sin embargo, como las caras de Bélmez o el rostro de Jesucristo en la célebre tostada, pero sin necesidad de trucos, de entre el olor a chorizo emergía una nítida imagen de Nueva Lakua.

Sólo en un tiempo como el inaugurado por López es posible que un Gobierno ampare, promocione y adopte como mascota a un tipo como Juaristi, que además de celebrar que Savater se lo haya pasado bomba -literal en su columna- con el terrorismo, se jacta de haber aceptado el puesto en el Consejo Asesor del Euskera únicamente -también literal- para chinchar porque el idioma le importa una higa. Objetivo conseguido: ha chinchado a lo grande y en el mismo viaje ha dejado perdido de guano un organismo que se supone debería quedar fuera de la refriega politiquera. Y no va a ser la última vez. Sabe que goza, no ya de impunidad, sino de la complicidad absoluta de quienes lo apadrinan.

Jon Juaristi y la normalidad

López denuncia a quienes utilizan el euskera en la guerra política. Es decir, se denuncia a sí mismo o, para ser más exactos, al amanuense de corps que le escribió que el euskera y la violencia van amarraditos los dos de espumas y terciopelos, como canta María Dolores Pradera. Tal vez le falten un par de hervores pedadógicos al presidente de la CAV para comprender que la frase que le hicieron leer no era otra cosa que un obús lanzado contra las líneas declaradas enemigas. Hizo blanco y provocó daños. Puede estar satisfecho el intendente intelectual de la mayoría trucada. Me cuesta creer, sin embargo, que en su fuero interno lo esté el autor material del disparo dialéctico. Al actual lehendakari y a su gobierno se le pueden sacar muchas faltas, pero estoy sinceramente convencido de que entre ellas no está la militancia antieuskaldun.

Otra cosa es que lo parezca y que, como ha sido el caso, cuando han quedado retratados como tales, hayan preferido la soberbia de la ratificación bravucona a la humildad del desmentido y la aclaración que hubiera devuelto las aguas a su cauce. Por lo visto, con la bajada de orejas ante la inmensa cantada del asunto Guggenheim-Helsinki ha quedado cubierto el cupo de disculpas de todo el trimestre. Allá Mendia, Zabaleta o la propia Urgell, que en sus vidas anteriores habían acreditado con hechos su compromiso con la lengua, si no les importa que por una cuestión de orgullo aparezcan en el padrón de los que están a diez minutos de resucitar el anillo de infausto recuerdo.

Valedores

Allá también las citadas y otras personas del ejecutivo siempre alejadas de cualquier talibanismo, que por ese mismo orgullo o por una ciega obediencia se prestan a ser valedoras de Jon Juaristi y su oceánica antología de insultos y desprecios al idioma. ¿Cómo pueden seguir defendiendo a capa y espada, como si fuera causa suya, la presencia en el Consejo asesor del euskara de un tipo que juró no volver a expresarse en “la ingrata lengua” y que dice desdeñosamente que no le preocuparía lo más mínimo su desaparición? ¿Cómo pueden fotografiarse sonriendo junto a él, veinticuatro horas después de que dejase escrito en ABC que los abertzales manifiestan una “obsesión por las ovejas, que no me recataría en calificar de turbiamente erótica” o que el eusquera (así lo escribe) es “una lengua de sencillos aldeanos y pastorcillos”? Cuando se les pregunta, dicen, engrosando la ofensa, que es un signo de normalidad. Si les queda un gramo de conciencia, les costará coger el sueño.

Patxi, que sí; Antonio, que no

Dos veces, dos, ha repetido Patxi López en los últimos días el santo y seña que -me apuesto lo que sea- le ha bordado en el atril algún costurero comunicativo que obtuvo el título viendo media docena de capítulos de El ala oeste de la Casa Blanca: “El cambio ha llegado para quedarse”. Necesitado de dar contenido a la consigna, la apuntaló en Televisión Española confesando que eso quería decir que esperaba que el pacto con el PP se extendiera a diputaciones y ayuntamientos a partir de mayo. Vamos, lo que en argot viene a ser cantar la gallina. Hasta la fecha, cada vez que alguien preguntaba por esa posibilidad, tanto el lehendakari como los dirigentes socialistas autorizados se llamaban andanas y hacían una finta que desviaba la conversación a lo meteorológico. ¿Frente? ¿Qué frente? ¿El nuboso? En esta ocasión, con luz y taquígrafos, el visitante de Abu Dabi ha hecho público su anhelo de que la pareja de facto crezca y se multiplique a todo lo largo y ancho del tálamo institucional vasco.

Paradojas -o parajodas, que diría alguno- del inmaculado Acuerdo de Bases, el primero que ha pisado el freno ante las prisas de su cucurrucucú parlamentario ha sido Antonio Basagoiti, que dice ahora que él no es amigo de cordones sanitarios. Sonaría creíble si no fuera porque desde el minuto uno de la parada nupcial entre la rosa y la gaviota, los populares no han perdido la oportunidad de reclamar a los socialistas como prenda de amor verdadero una ampliación de capital de la Sociedad Limitada. A Álava y Getxo, para abrir boca, y allá donde las matemáticas lo hicieran posible, para seguir con el viaje al centro de la constitucionalidad.

A dos barajas

No es fácil interpretar esta inversión de papeles. Y menos, cuando en el mismo lance en que López ofreció la luna a su ojito derecho, le hizo un arrumaco público y estentóreo nada menos que a la Izquierda Abertzale ilegalizada al decir que habría que hacer un esfuerzo por “integrarla en la sociedad”. Es cierto que por el qué dirán y, sobre todo, porque le está sacando petróleo al pacto, el PP ha hecho la vista gorda con muchas canitas al aire de su socio, pero da la impresión de que una tan flagrante como ponerle un pisito o una pista de aterrizaje a la mala de la película no se la perdonaría. O sí, quién sabe.

Como siempre, el tiempo lo dirá. Hacer profecías en la política vasca es tan entretenido como inútil. Lo bueno es que no queda nada para que salgamos de dudas. Al MacGuiver de Portugalete le vencen los plazos. ¿Saldrá de esta bien parado?

López y la comunicación

La llantina oficial en Nueva Lakua y territorios asimilados defiende que el PNV practica una oposición de fauces atornilladas a la pantorrilla. No se dirá, imagino, por la benevolencia de dominico beatífico que gastó el viernes Andoni Ortuzar para contestar al fantasioso discurso autoglorificador que se largó su Excelencia López en la conmemoración de su Segundo Año Triunfal… para el que aún quedan unos meses, por cierto. El inventario de ensoñaciones que espolvoreó el de Coscojales (“Hemos demostrado que gestionamos mejor con menos” y demasías similares) daba pie para una réplica demoledora e inmisericorde. Sin embargo, el jelzale, que tal vez no se ha desprendido totalmente del espíritu navideño, se conformó con recordar al inquilino de Ajuria Enea que su gobierno necesita “un arreón que no va a conseguir con una foto”, pues lo único que tiene es “un pacto y una política de comunicación”.

Lo primero, lo de la Santa Alianza con la cofradía de la gaviota, salta a la vista y este país lo padece cada minuto de cada hora de cada día. Lo segundo va más allá del precio de amigo por parte de Ortuzar. Reconocer que los jinetes del cambio tienen una política de comunicación es como observar un cierto aire entre el autor de estas líneas y George Clooney. Las carencias de este ejecutivo dan para un volumen más grueso que la guía telefónica de Tokyo, pero ninguna de ellas es tan flagrante como la nulidad comunicativa acreditada desde el mismo día de la toma de posesión.

Los forofos no ayudan

No será por falta de asesores, me dirán ustedes, que están al cabo de la calle de la inédita cantidad de aprendices de brujo, palmeros, consejeros aúlicos y lectores de la buena ventura con cargo al presupuesto público de que se ha hecho rodear López. Pues miren, sí, en buena parte es justamente por eso. Una claque de forofos -no pocos de ellos, lamealfombras del gobierno anterior realquilados a cambio de un bonobús o un bonoego- es la peor ayuda cuando se necesita transmitir un mensaje a una sociedad como la vasca, que hace tiempo rebasó la mayoría de edad. Sin autocrítica, sin Pepitos Grillo que lo bajen de la nube, un gobernante pensará siempre que lo está haciendo de cine. Y así le va a ir.

Tal vez a alguien le de una apoplejía por lo que voy a escribir, pero sostengo que si atendemos a su composición, este gobierno no es ninguna panda de ineptos. Celáa, Zabaleta, Aguirre… tienen cualificación de sobra para desempeñar su tarea. Lo que les hace parecer malos es la comunicación. Junto a otras cosas, claro.

Más allá de las encuestas

Bien podría haber dicho Patxi López que ha suspendido sucesivamente en el Sociómetro y en el Euskobarómetro porque la andereño le tiene manía. Ha preferido, sin embargo, justificar el cate en que es el político más conocido, lo que, por añadidura, lo retrata con una prepotencia que no le sospechábamos a aquel aparatero gris -marengo, si quieren- que sustituyó casi sin quererlo a su otrora valedor y hasta amigo Nicolas Redondo Terreros. Cosas de tener unos cuantos años y cierta memoria. Yo sí me acuerdo de cuando al actual lehendakari lo llamaban Patxi Nadie los mismos que ahora -sin demasiada convicción, es cierto- lo venden, conjunta e inseparablemente con Antonio Basagoiti, como el libertador por accidente que expulsó a latigazos a los malvados nacionalistas del templo del poder vascongado. Total, para que luego, semigobernando en la sombra, le trajeran desde Madrid el oro, el incienso y la mirra olvidados en la oficina de transferencias perdidas.

Jamás pasaré por auroro de la presunta ciencia demoscópica. Observo una desconfianza metódica por cualquier encuesta, incluso por la que nos acaba de otorgar una audiencia espectacular a Onda Vasca y un soberbio aumento de lectores a los diarios del Grupo Noticias. Que los números hubieran sido malos no habría cambiado lo sustancial: las personas implicadas en este proyecto se están dejando hasta el último aliento y quienes están ahí, al otro lado, están respondiendo con la misma generosidad a esa entrega. Se nota cuando uno habla o escribe al vacío. Y, regresando al terreno del que me quería ocupar antes de que empezara a mirarme el ombligo, estoy seguro de que se tiene que percibir también que se está gobernando contra la opinión de los gobernados.

Otra explicación

No creo que a los que ocupan los despachos de Lakua les hiciera falta leer en los posos de las últimas encuestas que la percepción social de su gestión está muy lejos del aprobado. Basta poner la oreja en un bar o leer la prensa, inluida la afín, para llegar a esa conclusión. Lo que desconozco, aunque me temo la respuesta, es si se ha hecho un profundo análisis de cómos y porqués o si se han atrincherado en los comodines de la crisis y la supuesta oposición de acoso y derribo. Respecto a lo primero, ya quisieran los gobiernos de unos kilómetros más abajo pechar contra una zozobra económica como la nuestra. Sobre lo segundo, hace un buen rato que pasó el tiempo de las patadas en la espinilla vinieran o no a cuento. Habrá que buscar otra explicación, Ojalá la encuentren.