Una columna equivocada

Entre mis muchos defectos no está la soberbia. He atravesado los suficientes calendarios para tener la certeza de que a lo largo de mi vida he estado equivocado más veces de las que me gustaría recordar. De ahí nace una evidencia que tengo presente en todo lo que hago y, de modo particular, en lo que digo ante un micrófono o escribo para ser publicado: no es improbable que esté metiendo la pata… aunque aún no lo sepa. Actuando bajo ese principio, no me cuesta nada (dejémoslo en “casi nada”) reconocer mis errores y asumir que lo son, huyendo de la tentación del empecinamiento numantino. Por eso no tengo el menor empacho en poner aquí negro sobre blanco que mi columna del miércoles pasado, titulada “Huelga de bolis caídos”, fue una especie de menú-degustación de yerros de bulto inaceptables en un trabajo periodístico.

El resultado de tal cúmulo cantadas fue -el precio del pecado incluye el IVA de la penitencia- que no fui capaz de expresar ni de lejos lo que estaba en mi cabeza antes de sentarme ante el teclado. Y mira que era simple. Se trataba, ni más ni menos, de decir que anunciar que no se iban a poner multas (o que se iban a poner menos) no me parecía una forma adecuada de reivindicar los derechos de los agentes de la Ertzaintza. Ni siquiera dejé claro que tales derechos me parecen absolutamente legítimos, lo que, por ingeniería inversa, implicó que diera la impresión de todo lo contrario: que, como me apuntó alguien con bastante gracia en Facebook, me había tomado una pastilla de Rodolfina y por mi pluma estuviera escribiendo el espectro del de Ourense. Leyendo lo que garrapateé es innegable que se llega esa conclusión, qué bochorno.

Argumentación ausente

Para empeorarlo más, en lugar de argumentar mi discrepancia con la medida de presión, me pasé de frenada con los adjetivos, las metáforas y las cargas de profundidad. Fui innecesariamente hiriente y tiré de alusiones biliosas que estaban de más, de modo que los razonamientos hicieron mutis y sólo quedó a la vista una especie de anatema global del cuerpo. Eso me desasosiega especialmente, pues aunque los lectores saben que no suele faltar vitriolo en lo que escribo, me empeño en separar el grano de la paja y trato de evitar las odiosas y siempre inadmisibles generalizaciones.

Como atenuante, que no como justificación, sólo puedo alegar mi hipersensibilidad a cualquier cosa que tenga que ver con las carreteras, su seguridad y con lo que yo no dudo en llamar violencia vial. No faltarán momentos para hablar de ello. Espero que con más tino.

Urchueguía o darse contra una pared

Renuevo públicamente mi admiración por los compañeros de Grupo Noticias que se están currando a pie de obra y a pulmón el serial sobre la Delegada del Gobierno López en Chile y Perú. Respiré aliviado al escuchar ayer a Xabier Lapitz con el tono alto habitual, y también me confortó la tranquilidad y el buen ánimo de Guillermo Nagore en la charla que mantuvimos con él en Gabon de Onda Vasca apenas un par de horas después de la alucinógena comparecencia en el Parlamento vasco. Me preocupaba el estado de ambos -igual que el de Ana Úrsula Soto, Arantza Zugasti y los demás- porque yo, que vivo esto desde boxes, donde no hay ni una cuarta parte de presión, empiezo a estar a diez minutos de izar la bandera blanca, inclinar la cerviz y asumir que hay fuerzas contra las que no se puede luchar.

Prietas las filas

Supongo que me pierde mi ingenuidad. Aunque tengo documentado que la verdad y la justicia son sólo dos palabras para hacer discursos y que siempre salen hostiadas cuando alguien las usa como herramienta contra los poderes del lado oscuro, esta vez pensaba sinceramente que el gol iba a subir al marcador de la decencia. La abrumadora elocuencia de los datos recogidos sobre las andanzas de Ana Urchueguía me hacía creer que no habría una desvergüenza lo suficientemente grande como para dar un paso al frente con el detergente y la lejía. En apoyo de mi cándida teoría había un hecho más: no hay un solo cargo del Partido Socialista de Euskadi que, aun no estando al corriente de los detalles, desconociera que entre Lasarte-Oria y Somoto se estaba cociendo algo que cantaba a pútrido a leguas. Lo esperable, aunque no fuera más que para evitar que la bazofia les salpicase, era que, una vez puesto a la vista el pastelón, abjurasen de quien llevaba años haciendo mangas y capirotes con los principios éticos del partido. La respuesta, sin embargo, ha sido apretar las filas y cargar sañudamente contra el mensajero.

Corolario de todo esto fue el docudrama estomagante del martes en el Parlamento vasco, con la compareciente ataviada de Dolorosa y clamando -hace falta carecer de sentido del pudor- que la están abriendo en canal (sic) por ser mujer (sic más bochornoso que el anterior, si cabe). No cuela ese victimismo cocodrilero en quien hemos visto advertir con voz de trueno y maneras de sargento de hierro a los que ella toma por desharrapados que Roma no paga traidores. Mejor dicho: no debería colar. Por desgracia, y vuelvo a la desazón que expresaba al principio de esta descarga, no las tengo todas conmigo.

La agenda informativa de Surio

El periodista en excedencia que rige los destinos de la llamada radiotelevisión pública vasca dijo el miércoles en el parlamento de Gasteiz que el sanedrín directivo de la cosa se basta y se sobra para decidir la agenda informativa. No hacía falta ser Cal Lightman para notar bajo el soniquete petulante de sus palabras (el gato es mío y hago con él lo que quiero) la escasa convicción que en su fuero interno las respaldaban. Bien sabe Surio que ni él ni ningún otro de sus vecinos de la planta noble del rancho grande marcan nada que no haya sido previamente bendecido por quienes los pusieron de guardeses. Otra cosa es que, como la mayor parte del repertorio de consignas está perfectamente interiorizado y se conocen al dedillo los gustos del señorito, no sea necesario llamar todos los días para preguntar con qué se llenan los teleberris. Para facilitar la tarea y evitar versos sueltos, como es sabido, hay resoluciones parlamentarias que indican de qué se puede hablar y de qué no.

Lo que es noticia

Estaba de más, pues, esa lección de periodismo que, por añadidura, tampoco se ajustaba al manual. Nos llevaría a muchas discusiones deontológicas establecer quién impone la agenda informativa de un medio o un grupo de comunicación privado. En uno público, sin embargo, no hay la menor duda: es la propia actualidad, tamizada por el criterio profesional honrado, la que sitúa en las escaletas los acontecimientos dignos de ser contados. Cabe el error en la valoración (yo me acuerdo de mis ancestros cuando me doy cuenta de que he ordenado mal el material o me he comido noticias del tamaño de una catedral), pero no es de recibo la censura arbitraria, que es lo que se viene practicando respecto al caso Urchueguía en EITB.

Estoy absolutamente convencido de que si preguntáramos a cien profesionales del ente, incluidos editores y directores de programa, la inmensa mayoría vería noticiables los detalles que se han ido conociendo sobre las andanzas de la Delegada del Gobierno López en Chile y Perú. Quienes vacilaran al primer bote porque parecía cosa de un determinado grupo de comunicación -recelo comprensible-, lo tendrían claro cuando el asunto llegó a dos instituciones: el ayuntamiento de Lasarte-Oria y el propio Parlamento vasco, en la inolvidable sesión en que el lehendakari repartió estopa a mansalva. Lo uno y lo otro daban, como poco, para cuarenta segundos con o sin corte de voz, aunque fuera, según la costumbre, tras dos minutos dedicados a Lady Ga-Ga o al campeonato de tiro de rana de Bollullos del Condado.

Corrupción y debilidad crítica

Se preguntaba el domingo Xabier Lapitz en estas mismas páginas si la prensa exagera la nota con los casos de (presunta) corrupción. Es muy revelador y muy higiénico que un periodista que lleva semanas picando en la misma mina inagotable saque por unas horas la cabeza del agujero y se cuestione -además, en público- si existe alguna posibilidad de que esté cargando las tintas más de la cuenta o de que la actividad que se ha apropiado de la mayor parte de su tiempo le haya hecho perder la perspectiva. La propia disposición al examen de conciencia, que no encontraríamos jamás en el lado de los protagonistas de los marrones investigados, encierra para mi la respuesta a la pregunta de Xabier: la prensa en general no exagera en el tratamiento de los casos de corrupción, y el Grupo Noticias en particular no lo está haciendo con el dossier Urchueguía.

Absorción limitada

¿Por qué, entonces, cuando un medio lleva cuatro o cinco días seguidos informando sobre un determinado asunto, empieza a cundir esa percepción de exceso, de empecinamiento, casi de obsesión? Respondo, no como periodista, sino como lector, oyente y espectador: los consumidores de información tenemos una capacidad limitada de absorción. El buche para digerir novedades da lo que da, y al cuarto o quinto titular sobre lo mismo, nos sentimos abrumados y aburridos, y buscamos un cambio de dieta

Si eso sucede con hechos que están llamados a aparecer en los libros de Historia, es fácil imaginar que corran aun peor suerte lances de la actualidad menuda como las corruptelas de andar por casa. La impunidad de quienes las perpetran se asienta, justamente, en la rapidez con que sus fechorías se convierten en parte del fondo del paisaje informativo. No es ya que el personal conviva con ellas tan ricamente y sin que le provoquen la menor inquietud; es que se queja de que le están dando la murga cuando le vienen con un nuevo cargamento de datos nauseabundos. Luego, ante un encuestador del CIS o en la barra de un bar, nos acordamos de las muelas de la clase política, pasando por alto un pequeño dato: nuestra debilidad crítica nos convierte en cómplices.

Réquiem desafinado por CNN+

Los del gremio somos así. Lloramos casi siempre cuando es demasiado tarde y más de una vez, por penas que no tienen vuelta de hoja. No recuerdo yo que CNN+ haya despertado grandes pasiones militantes durante los once años, para mi milagrosos, que se ha mantenido en el aire. Ahora que tenemos la certeza de que hace unas horas dejó de emitir uno de los pocos canales que, con sus defectos, surfeaba sobre la nadería catódica y el raca-raca cavernario en que sesteamos, izamos a media asta la bandera de la profesión. Creo que a nadie se le escapa que el luto solidario por las decenas de compañeras y compañeros que se quedan a la intemperie tiene música de Paco Ibáñez y letra de Blas de Otero: Vendrán por ti, por mi, por todos; aquí no se salva ni Dios, lo asesinaron. Los próximos, efectivamente, podemos ser culquiera de nosotros.

¿Culpables?

Mal haremos si señalamos como culpable al empedrado o, en este caso, a la impía lógica empresarial que antepone el beneficio al inalienable derecho a una información veraz y blablablá. Está bien que nos creamos la última chupada del mate, que diría Cortázar, pero ya que no salimos de las facultades con la ortografía y la gramática en mínimas condiciones de uso, por lo menos, podríamos habernos licenciado sabiendo que este juguete es muy caro. Si los medios no son rentables económica y/o ideológicamente, no hay más tutía que echar la persiana. Será todo lo injusto o cruel que queramos, pero en eso somos exactamente igual que la mercería de la esquina: si el género amarillea en el escaparate, toca poner el cartel de “Liquidación por cese de negocio”.

Siento ser tan descarnado en la exposición, pero estoy convencido de que el primer mandamiento de nuestro oficio es tomar conciencia de la realidad, por cruda y jodida que sea. Y ahí es donde nos desmorramos una y otra vez. Durante años, y con especial regodeo en los de bonanza económica, hemos alimentado la fantasía de que poner una grabadora en una rueda de prensa o llamar al secretario de la cofradía del espárrago para hacerle una entrevista de plantilla nos situaba a la misma altura que George Steer contando al mundo el bombardeo de Gernika. Google y la Wikipedia han hecho el resto. Para qué aprender el nombre del alcalde de Gasteiz, si con darle unos toquecitos mágicos al teclado, la pantalla te lo chiva. Nosotros mismos hemos elegido una forma de ejercer el periodismo que nos convierte en material perfectamente prescindible. Cuando las cuentas no salen, a la calle. Como consuelo, el pataleo.

Inocentadas

Hace unos años los supertacañones que cortan cualquier asomo de vacilón en mi gremio decretaron que el rigor periodístico -una variante del mortis, debe de ser- estaba reñido con la inocua costumbre de tratar de colar una noticia de pega en el menú informativo del 28 de diciembre. Con gesto severo de cura preconciliar, teorizaban que esas mentirijillas menoscababan la sagrada credibilidad de los cimientos que sostienen la catedral de la comunicación y otras memeces grandilocuentes por el estilo. Además de delatarse como siesos incapaces de participar en una pequeña chufla sin mayores pretensiones, respiraban por otra herida: el temor a que lectores, espectadores u oyentes no distinguiesen la inocentada del resto de gatos por liebre que se airean cada día en un medio. Movidos por esa congoja, que en el fondo es una muestra de escasa confianza en sí mismos, algunos diarios llegaron a certificar en primera página que el ejemplar en cuestión estaba libre de guasas.

Barrunto, de todos modos, que voy contra los tiempos, y a estas mismas páginas en las que escribo me remito. Asumo la derrota y, nostálgico impenitente, me consuelo recordando un par de chacotas que soltamos al aire tal día como hoy de hace unos cuantos calendarios. Si lo ven como yo, tal vez perciban que más allá de la broma, los episodios son más reveladores de lo que parecen.

Euskadi en Eurovisión

La primera anécdota nos remonta a principios de los noventa. Por entonces, las tarjetas de crédito tenían bastante de novedad y se nos ocurrió contar que un error informático estaba provocando que los cajeros automáticos de todo Euskadi dieran en cada operación 5.000 pesetas que no se deducían de la cuenta del cliente. Decenas de oyentes llamaron para informarnos, un tanto decepcionados, de que a ellos no les había pasado. “He probado en tres cajeros diferentes, y nada”, nos dijo uno.

Unos años después volvimos a provocar una reacción similar al informar “en exclusiva” de que la Unión Europea de Radio y Televisión había aceptado la solicitud de ETB para tener un representante en el festival de Eurovisión. El elegido para defender el pabellón vasco era Gorka Knorr, a quien felicitamos en directo con la complicidad de los políticos presentes en la tertulia de los sábados. Leopoldo Barreda llegó a decirle al cantante: “Espero que vuestras ansias independentistas se calmen con esto y no vayáis más lejos”. Pese a lo evidente de la chanza, muchos oyentes tardaron horas en caer en la cuenta de que lo era. Fue divertido. Sólo eso.

Ibai

Supongo que hoy la actualidad pedía -exigía, que lo suyo son más las imposiciones- que dedicara este comentario a otra cosa. A ese comunicado esperado como el mesías que cuentan que llegó hace dos mil y pico años, por ejemplo. Me sobran cosas que decir, aunque ninguna es nueva ni, con toda certeza, brillante. Pero no es ese el motivo por el que paso palabra. Lo que me ocurre es que, por alguna curiosa disfunción de mi instinto periodístico, hoy esa noticia, “la gran noticia”, se me ha quedado desenfocada, como los paisajes de fondo de las fotografías tomadas descuidadamente. Mi objetivo, que en realidad es muy subjetivo, sólo es capaz de captar con nitidez la imagen de Ibai Uriarte, el niño de cuatro años de Galdakao que necesita tres transplantes para seguir viviendo. Veo en la misma instantánea a su familia, que aguarda el milagro, y me siento muy cerca de ellos, casi implicado personalmente. Según los inhumanos manuales de mi oficio, el exceso de proximidad con los protagonistas de una información inhabilita para ejercerlo. Me importa un bledo.

Además, no puedo ni quiero evitarlo, y hasta contraargumento: son estas las historias que sitúan en su dimensión a todos los demás chismorreos de los que nos hacemos eco. Esas declaraciones, réplicas y contra-réplicas de los políticos a las que dedicamos tanto tiempo y espacio no son más que fuegos de artificio. ¿Qué importancia tienen frente a un niño que se queda entre la vida y la muerte tras una operación que, siendo complicada, aparentemente no entrañaba riesgos extremos?

Nos puede tocar

No pretendo ponerme melodramático. Sólo establecer los términos de la comparación. Creo que no hay color, y de haberlo, no es el amarillo que algunos atribuyen a este tipo de informaciones. Es cierto que hay quien las contamina de morbo y sensacionalismo ramplón. Quiero creer que incluso en esos casos, el público -lectores, espectadores, oyentes- son capaces de filtrar lo que les llega y quedarse con lo sustancial, que es algo muy primario: todos vivimos a medio segundo de salir en las noticias. Hace sólo un mes, Javi, el aita de Ibai, no podía ni sospechar que estaría contando en público este mal sueño.

Deseo con todas mis fuerzas que pueda compartir el final feliz. Como me sucede con las familias de Arene Sangroniz, Maitane Goñi y de tantos niños y niñas que viven pendientes de un hilo, siento la impotencia de no saber qué puedo hacer para echar un cable. Servir de altavoz a sus historias, darles entidad de noticia, es todo lo que se me ocurre.