Ayer… como hoy

Desconozco si fue casualidad o causalidad, pero el caso es que el pasado domingo, los diarios del Grupo Noticias traían dos piezas que yo diría estaban cosidas por hilos espacio-temporales y afectivos invisibles. Por una parte, Iban Gorriti rescataba del no tan lejano anteayer cómo el lehendakari José Antonio Aguirre cumplió la palabra dada al president Lluís Companys de acompañarlo cuando le llegara el momento de salir al exilio. Le faltó tiempo a mi muy apreciado senador Jon Inarritu para tuitear la página correspondiente —sin que se viera el medio de procedencia, ejem—, acompañada del latinajo “O tempora, o mores”, que viene a querer decir que cómo cambian las cosas.

Podría caber la carga de profundidad si no fuera porque a unas páginas de distancia, amén de destacadísima en primera, venía la extensa crónica en la que Humberto Unzueta detallaba al milímetro cómo fue la mediación de Iñigo Urkullu que estuvo a punto de cambiar el guión del procés. Mediación pedida expresamente y con apremio por un agobiadísimo president Carles Puigdemont en un instante en el que veía que se le venía encima todo el peso de la Historia.

Es verdad que, como sabemos y como se cuenta de forma fidedigna, el intento se fue al garete en 18 minutos más histéricos que históricos. Sin embargo, la esencia de lo sucedido, ese hilo que une presente y pasado que mencionaba al principio, está ahí: de nuevo, en un momento crítico, un lehendakari está al lado de un president que le ha requerido su ayuda. Es lo que va de predicar a dar trigo, o en términos actuales, de hacer politiqueo de selfi y pancarta a hacer política de verdad.

13,02 %

Enternece el voluntarismo de ciertos titulares, incluidos los de casa, para edulcorar lo que de aquí a Lima es un fiasco. El 13,02 por ciento de participación media en la última tanda de consultas de Gure Esku Dago no debería empujarnos a refugiarnos en el autoengaño, sino propiciar un paso hacia la reflexión sincera. ¿Cómo es posible que en el punto máximo de ebullición de la cuestión catalana, con medio Govern en la cárcel y el otro medio en algo parecido al exilio, el empático pueblo vasco muestre una movilización tan escuálida?

Cabe la excusa de la meteorología adversa, que en realidad sería un tremendo retrato: si nos asustan unos chaparrones, qué será cuando lluevan porrazos y autos judiciales. También está la otra gran coartada, la que sostiene que como sabemos que no va en serio, no nos tomamos la molestia de ir a votar, pero que la cosa cambiará cuando sea con todas la de la ley.

Puede, en efecto, que el tiempo desapacible hiciera lo suyo y que saber que el valor de las papeletas no pasa de lo simbólico haya influido. Sin embargo, asumiendo el riesgo de ser pesado y de resultar incómodo, repito mi teoría: no hay temperatura social. Es más, desde la primera vez que lo escribí, hemos pasado de lo tibio a lo gélido. ¿Por qué? Pues entramos en terreno muy delicado, porque a los factores que ya estaban (desconfianza mutua y creciente entre los que deberían ser los principales aliados), se añade la arriba mentada realidad catalana, que opera exactamente a la inversa de como la intuición invitaría a creer. Por mucho que simpaticemos con la causa, no es, ni de lejos, el camino que queremos hacer.

Educación y demagogia

Venga, sigamos con la Educación. No estaría mal, por cierto, que el súbito interés por debatir sobre el asunto que ha entrado en la demarcación autonómica tras el morrazo en PISA se extendiera a todos los días del año. Aunque estaría mejor aun que a la hora de abordar lo que debería ser una reflexión sosegada se dejaran en la puerta las simplezas ideológicas, los lemillas de a duro y, en definitiva, todo lo que demuestra que la cuestión de fondo es lo de menos. Más claro, por aquello del déficit en comprensión lectora que al parecer padecemos: que basta ya de hacer política, o sea, politiqueo, con la materia.

¿Seremos capaces? Me temo lo peor. Es mucho más fácil jugar al pimpampum y batir el récord de demagogia barata —algunos de los representantes políticos están demostrando que no pasan del Muy Deficiente— que proponer una solución y arrimar el hombro. Y otra vez sí, requetesí: el Gobierno tiene gran parte de la responsabilidad. Pongámosle de vuelta y media por ello, pero inmediatamente después preguntemos por el resto de los participantes en (perdón por la cursilería) el acto educativo. Es cierto que la generalización es injusta, pero ya que esto va de medias, ¿qué nos parece la media de calidad de las y los docentes? Ah, ya, con el tabú hemos topado. Pues sea, porque aquellos y aquellas que ponen alma, corazón y vida en su trabajo no merecen acarrear con los estragos de los que no hacen la o con un canuto ni dan un palo al agua. ¿Qué hay de nosotros, padres y madres sobreprotectores habitantes en la inopia? ¿Y de la propia chavalada que pasa un kilo? [El coro responderá: ¡Cállate, cuñao! ¡Ay!]