Después de mil amagos, por fin está completa la terna de las primarias a la secretaría general del PSOE. Ahora los malvados empiezan a dudar que lleguen todos a la puerta de las urnas. ¿Qué pinta Patxi López en lo que huele un congo a combate a muerte entre dos formas ya radicalmente distintas de entender el partido? Ahí no parece caber esa tercera vía amable y conciliadora que muchos —que Santa Lucía nos conserve la vista— creíamos intuir. Quizá el amargo triunfo de López consista en tener razón cuando, una vez contados los apoyos del dúo de antagonistas irreconciliables, empiece a oler a escisión.
¿Para tanto? Quizá es demasiado aventurar. La lógica dice que se impondrá el instinto de conservación. Sin embargo, la Historia relativamente reciente recoge la división de 1972, cuando los viejos dirigentes del exilio fueron sacados a patadas por los entonces jóvenes Felipe González y Alfonso Guerra. Nótese que ambos estuvieron el domingo junto a la plana jurásica mayor de Ferraz arropando fervorosamente a Susana Díaz en una concentración de líderes que no se daba, como recordaba el tuitero Gerardo Tecé, desde aquella a las puertas de la cárcel de Guadalajara. A modo de bisagra intergeneracional, también estuvieron presentes en el besamanos de la doña un conjunto de mindundis de variada procedencia y edad. Destacaba entre ellos el ya no tan imberbe Eduardo Madina poniendo en práctica el viejo adagio: los enemigos de mis enemigos son mis amigos. El perfecto resumen del psicodrama socialista es que no hace ni tres años Díaz aplastó a Madina utilizando como mazo a un desconocido llamado Pedro Sánchez.