Todavía no hay vacuna

Pido perdón por el incómodo baño de realidad, pero me permito recordar que nada de lo que nos han dicho sobre las diferentes vacunas contra el covid-19 se ha difundido a través de publicaciones científicas. Cada impactante buena nueva la hemos ido conociendo a golpe de comunicado o pomposa comparecencia ante los medios generalistas. Y en no pocos de los casos, con inmediata reacción en las bolsas, que eran las auténticas destinatarias de unos anuncios donde las poderosas farmacéuticas nos iban escamoteando sistemáticamente información. De sonrojo, por ejemplo, la de Oxford-AstraZeneca, que olvidó contarnos que sus esplendorosos resultados eran solo en menores de 55 años. Pillados en renuncio, sus impulsores confesaron que, glups, quizá sea necesario practicar alguna prueba adicional.

Pero lo más ilustrativo sobre el estado verdadero de la carrera es el aviso de la Agenda Europea del Medicamento: hasta finales de año, como muy pronto, no podrá evaluar las diferentes vacunas. O sea, que menos cuentos de la lechera y menos ventas prematuras de la piel de un oso —es decir, de un virus— que todavía no se ha cazado. Está bien tomar posiciones para estar listos cuando llegue el gran momento, pero todo lo demás es impostura y lanzar a la población el peligrosísimo mensaje de que esto está chupado.

Sánchez, el gran vacunador

He perdido la cuenta de las veces que habré escrito aquí mismo que quien nace lechón muere gorrino. Ay, Sánchez, eterno Sánchez. Llevaba el tipo silbando a la vía de perfil durante lo más crudo de la segunda ola, dejando que se comieran el marronazo las autoridades de cada Comunidad, y cuando parece que dejan de pintar bastos, sale a darnos la buena nueva. Otra vez, en un aló, presidente dominical de los de hace unos meses. Españoles, españolas —inclúyanse ahí los y las de novísima obediencia, ya saben quiénes—, sepan que tenemos un planazo de vacunación contra el bicho que es la leche en verso. Oigamusté, que en esto vamos de la mano de Alemania, por delante de toda la purria de la UE, también de aquellos a los que les vamos dar el sablazo para pagar la ronda.

Un notición, ¿verdad? Tal que así les coló a los ingenuos y pelotas de diverso cuño. Este servidor, con pellejo duro y renegrido, olió el tufo a gato encerrado incluso bajo tres capas de mascarillas. Y así se lo solté a los oyentes de Onda Vasca: ¿Cuánto les va a que las autoridades de cada terruño, que son las que habrán de llevar a la práctica el pomposo plan de inmunización, no tienen ni pajolera idea de lo que ha anunciado urbi et orbi el prohombre de Moncloa? De nuevo, bingo. El lehendakari lo confirmó resignado y contrariado. Un caso.

No tan deprisa

Con la necesidad perentoria que tenemos de echarnos al coleto medio gramo de esperanza, no quisiera ser yo quien viniera a pinchar el globo. Sin embargo, creo que haríamos bien en moderar las expectativas sobre la vacuna de Pfizer. Indudablemente, es fantástico todo lo que se nos ha contado sobre ella, pero en este instante es uno entre cientos de pájaros volando. Hay como dos docenas de circunstancias que podrían chafar el invento. E incluso aunque no se dieran tales vicisitudes —la enésima mutación indetectable del bicho mamón, por ejemplo— y los plazos se cumplieran, nada nos garantiza que el par de pinchacitos vayan a hacer que en la próxima primavera volvamos a nuestra vida anterior.

En resumen, que debemos vacunarnos también, por si acaso, contra el exceso de entusiasmo y de confianza. Lo vivido hasta ahora nos demuestra que en eso sí andamos fatal de anticuerpos. Esta segunda ola que nos está azotando es, en buena parte, hija de la facilidad para despreocuparnos y venirnos arriba. Bravo, pues, por lo que pueda ser que nos depare el futuro, pero vendamos la piel del oso solo cuando tengamos la certeza de haberlo cazado. Tiempo habrá de disfrutar la victoria como se merece y con quienes nos merecemos. Hasta ese día ojalá no muy lejano, hagamos acopio de prudencia y de paciencia, por favor.

Diario de la segunda ola (4)

Menudo papelón, el del presidente Sánchez, el ministro Illa y el bienquerido e intocable doctor Simón. El lunes prometían a todo trapo que para diciembre llegarían a Hispanistán tres millones de dosis de la vacuna de Oxford, y ni 24 horas después, los responsables de la investigación anunciaban la suspensión temporal de los trabajos ante un serio contratiempo: uno de los voluntarios había desarrollado una grave enfermedad que los científicos no sabían explicar. En ese punto, los titulares de aluvión proclamaban con estruendo la catástrofe y los mismos todólogos que el día anterior celebraron con vítores en mil y una tertulias el anuncio de los temerarios mandarines españoles corrieron a pontificar el tremendo desastre.

Por fortuna, no tardaron en aparecer quienes de verdad distinguen una probeta de una pastilla de Starlux para contarnos que lo ocurrido no era ningún drama. De hecho, según añadían la mayoría de los auténticos expertos, lo que podía resultar mosqueante es que hasta la fecha todo pareciera ir tan maravillosamente bien. Lo habitual en este tipo de investigaciones es que el camino esté trufado de adversidades, cuya paciente resolución será la garantía del funcionamiento deseado del producto final. La lección es bien sencilla: sobran las prisas y las ganas de colgarse medallas.