Diario de la segunda ola (3)

Grandes retratos de la segunda ola. Mientras un disciplinado ejército de alevines avanzaba hacia sus pupitres-burbuja cumpliendo escrupulosamente con las medidas de prevención, sus progenitores contemplaban el espectáculo apiñados a la puerta del centro educativo en cuestión. Alguno, hasta cigarrillo en mano. Y mientras, los plumíferos agotábamos los tópicos sobre el incierto regreso, sabiendo en nuestro fuero interno que, casi como desde la irrupción del bicho allá por el pasado invierno, nuestras palabras pueden quedar desmentidas por los hechos medio minuto después de ser pronunciadas.

Lo único seguro es que no hay nada seguro. Otra cosa es que asumirlo provoque tal zozobra que salga a cuenta no darse por enterado. Total, la frágil memoria juega a favor de los contumaces anunciadores del fin del mundo. Como me sopló alguien por el pinganillo ayer, de haber hecho caso a ciertos doctores Tragacanto, en la demarcación autonómica ahora mismo estaríamos a las puertas de una campaña electoral. “¿Por qué en julio y no en septiembre?”, preguntaban con los ojos fuera de las órbitas. Pero casi mejor que ni se les ocurra recordárselo, porque aun les porfiaran, como hizo hace poco un aguerrido padre de la patria, que aquellos comicios son el origen de la situación actual. Le faltó tararear Amante bandido.

Diario de la segunda ola (2)

Asisto con una ceja enarcada y aprovisionado de quintales de resignación al (falso) debate sobre cómo debe ser la inminente vuelta a las aulas. Voy avisando de que los esfuerzos estériles conducen a la melancolía, o sea, a la frustración o, si conocemos el paño, al aumento de la bronca. Se adopte la solución que se adopte, será mala. Todos sabemos que acá, allá o acullá habrá uno, dos o quince contagios, y tendremos al ejército cuantopeormejorista echándose las manos a la cabeza y dirigiendo su ventajista dedo acusador a la autoridad correspondiente, ya se llame Urkullu, Chivite, Sánchez o Ayuso. Con suerte, se librará Torra; no son nadie los procesistas de salón haciéndose los orejas.

Desengañémonos: esta vez los que llevan no dando una en sus vaticinios apocalípticos (para esta hora no debería quedar vivo un currela del metal ni un votante del 12 de julio) tienen todos los boletos para que su siniestra profecía se autocumpla. Otra cosa es que sea en los pupitres donde se transmita el bicho. Si fuéramos una gota menos fariseos o pardillos, repararíamos en una realidad apabullante: desde el final del confinamiento, la chavalería anda por ahí en apiñado y despreocupado rebaño. ¿De qué sirve convertir en burbujas los centros educativos si el verdadero comportamiento de riesgo no va a cesar?