Otra subida, y van…

Hay cosas que no cambian. Busquen las diferencias entre el Cristóbal Montoro de la mayoría absolutísima y el de los equilibrios aritméticos sobre el alambre. Ninguna. Ahí lo tienen, igual en la opulencia parlamentaria que en las estrecheces, teniendo idénticas ideas, es decir, ocurrencias, para rascar el parné que la madrastra europea le ordena recortar de donde duele.

Digamos de saque que algunos nos acordamos de la reiterada promesa, en labios del patrón Rajoy, del propio Montoro o de su antagonista en el gabinete, De Guindos, de dejar enterrada para siempre la tijera. Pues ya ven. Y también dijeron que no habría subida de impuestos, que es adonde vamos. ¿Acaso no son impuestos los recargos sobre el precio del tabaco, las bebidas alcohólicas o (ahora también) las azucaradas? Metan la mano en los bolsillos de los ciudadanos, pero, por lo menos, no nos traten como a imbéciles.

Por lo demás, se pregunta uno hasta dónde dan de sí el bebercio graduado, el fumercio, los brebajes con el llamado veneno blanco y dulce, o los combustibles, que esta vez se han librado de la subida. Desde su reconquista del poder en 2011, el PP ha usado estos productos supuestamente perversos como surtidor de pasta, juntos o por separado, en más de una docena de ocasiones. En una de ellas apunté la tremenda catástrofe económica que supondría el triunfo de las (hipócritas) campañas para que el personal abandone los malos hábitos. O quizá no, porque conociendo los procesos mentales de los gobernantes, pondrían la diana en las actitudes saludables. Y ya que lo menciono, ¿qué tal un impuesto especial a artículos para runners?

(Sin) noticias de Grecia

Qué tiempos aquellos, casi ayer como quien dice, en que conocíamos la plaza Syntagma de Atenas mejor que la del Castillo o la Consti. Allá donde no teníamos ni idea de los nombres de tres cuartas partes de los consejeros de nuestros gobiernos domésticos, hablábamos del (auto)defenestrado Varoufakis como si tomásemos potes con él cada día. Qué pronto aprendimos que OXI significaba No y con qué pasión lo tuiteábamos, bien es cierto que en la inmensa mayoría de los casos, pasando por alto que eran caracteres de un alfabeto distinto al latino.

¿Y ahora? ¿Por qué han caído cien velos? ¿Es que ya no pasa nada digno de ser contado? Pongamos, por ejemplo, las 48 horas de huelga general de la semana pasada, trufadas de protestas callejeras muy parecidas a aquellas que tanta exaltación vicaria nos despertaban a 5.000 kilómetros. No piensen que porque no las hayan difundido a troche y moche han dejado de existir las mantas de palos que ha repartido la policía a los infelices que protestaban por el recorte de otros 5.400 millones de euros, el aumento del IVA al 24 por ciento, y de propina, la prórroga de la edad de jubilación de 63 a 67 años. De una tacada aprobó todo eso el lunes el parlamento griego, con los votos de la Syriza del primer ministro Alexis Tsipras a la cabeza. Ni 24 horas después, el otrora malvado Eurogrupo le daba unas palmaditas en el lomo al tipo al que le queda como única rebeldía no llevar corbata. Clap, clap, clap, chaval, te estás portando, le vino a decir el pijín Dijsselbloem antes de pedirle un par de vueltas de tuerca más. Los que lo tuvieron por su gran héroe callan como tumbas.

La prima de Berlusconi

El efecto mariposa en funcionamiento. Berlusconi suelta una ventosidad en Roma y la prima de riesgo española, que llevaba unos meses de lo más relajadita, se echa al monte otra vez. Tal cual lo cuentan los titulares y habrá que dar por buena la explicación: ha sido la caída del gobierno italiano, causada por los tejemanejes del excantante de cruceros, la que ha provocado que al diferencial de las pelotas le vuelva a entrar el acelerón. Pero no solo en la península de la bota, que es donde está el pifostio; por solidaridad, contagio, simpatía o lo que sea, la calentura se extiende también a Hispanistán.

Los mercados sabrán (si saben, que eso está por demostrar) un huevo de números, pero de geografía no tienen ni puñetera idea. Es decir, no quieren tenerla porque no les hace falta. Si se les ponen en las narices, pueden hacer que Guadalajara linde con Turín o que el plato típico de Ponferrada sean los lingüini a la carbonara. De un dedazo en el mapa, a tomar por viento los amagos de brotes verdes y la microesperanza de que allá a lo lejos estaba el primer átomo de oxígeno. Regreso de una patada a la casilla de salida porque en un despacho de vaya usted a saber dónde unos hijos de la grandísima chingada hacen como que se lían con las lenguas latinas y aprovechan el viaje para sacudirle otro tantarantán de tabla rasa a las pulgosas economías del sur de Europa, que son su juguete preferido.

Y los gobiernos —regulares, malos y peores, pero teóricamente elegidos por ciudadanías libres y soberanas—, a tragar y a seguir haciendo los recados con la tijera. Reformas, sobrerreformas, ajustes, reajustes, planes de nombre rimbombante por toneladas… Imaginemos por un solo segundo que todos esos sacrificios fueran necesarios y tuvieran una lógica. ¿De qué sirven si su presunto efecto se va al guano en segundo porque a 2.000 kilómetros un chorizo putero ha montado una pajarraca para salvar su culo?

Crímenes del FMI

Cada segundo que pasa, Voltaire tiene más razón. La civilización no suprime la barbarie; la perfecciona. ¡Y a qué niveles de sofisticación llega! ¿Hornos crematorios, gulags, gas sarín, minas antipersona, drones, armas de destrucción masiva? Esa línea de producción de muerte a granel permanecerá abierta y sujeta a mejora durante mucho tiempo porque jamás dejará de generar beneficios. La pega es que a veces el matarile se va de madre, canta un huevo, los tocanarices de los derechos humanos se ponen muy pesados y por el qué dirán es preciso mandar algún chivo expiatorio a que se siente en el Tribunal Penal Internacional. Gracias a Belcebú, el ingenio criminal es infinito y ya hace un buen rato que se han hallado métodos de masacrar desgraciados que no solo burlan los radares anti-injusticia al uso, sino que además lo hacen pasando por respetables recomendaciones inspiradas en las más nobles intenciones. Aparte de cuatro rojos trasnochados y fácilmente neutralizables, ¿quién le va a encontrar peros a unas recetas que tienen como objetivo que vuelvan las vacas a gordas?

Por ahí nos las da todas el Fondo Monetario Internacional. Con un simple dossier encapsulado en un pendrive consigue causar estragos que a cualquiera de los grandes genocidas de la Historia le hubiera llevado meses o años. Un puñado de páginas llenas de econometría parda bastan para condenar a la miseria a millones de personas en el punto del planeta que les salga de la entrepierna. Cuando lo hacían en Asia, en el África sudsahariana o en Latinoamérica, apenas levantábamos una ceja. Ahora, como en la famosa frase de Martin Niemöller erróneamente atribuida a Bertolt Brecht, vienen a por nosotros, los pobladores de las pústulas purulentas de Europa. Ayer mismo nos soltaron la enésima de sus indetectables bombas de racimo: despido (todavía) más barato y salarios (todavía) más bajos. Nadie les juzgará por ello. Nunca.

Indignación rentable

Mucho cuidado, que la indignación acabará cotizando en bolsa. Igual que la lluvia es una oportunidad de negocio para los vendedores de paraguas y chubasqueros, este temporal incesante de motivos para soliviantarse está forrando el riñón de unos cuantos vivillos tan dotados de olfato como faltos de escrúpulos. Su especialidad es la bilis hirviente. La adquieren a granel y a coste cero directamente de las instancias gubernamentales y aledañas. Cada recorte, cada medida injusta, cada arbitrariedad, cada corruptela son una mina en potencia de donde extraer y poner en circulación toneladas de lucrativo sulfuro social.

¿Cómo se convierte eso en plusvalía? De cien formas. Tertulias televisivas y/o radiofónicas a doscientos, trescientos, cuatrocientos euros la hora. Artículos de prensa —mayormente digital, que es lo que se lleva ahora— cada vez más panfletarios que buscan las tripas y eluden el cerebro. Manuales de instrucciones para la insurgencia o así escritos a varias manos y de venta en kioscos, librerías y grandes superficies. Conferencias, ponencias, jornadas, encuentros y bolos diversos con caché variable; es recomendable uno gratis ante una asociación de vecinos o similar de cuando en cuando a modo de promoción.

Como se ve, métodos en esencia tradicionales, porque al final no hay nada más convencional que lo pretendidamente alternativo. El otro día, sin ir más lejos, en un programa del hígado reconvertido por las bravas en supuesto debate, la portavoz de la plataforma de afectados por la hipoteca y la neocelebridad contestataria Beatriz Talegón protagonizaron un encontronazo que en nada envidiaría a las enganchadas de Nuria Bermúdez y uno de los Matamoros. Carne viral para Youtube —que es donde lo vi yo— y pico de audiencia. En las pausas publicitarias, ristra de anuncios de perversas corporaciones que no se dan por enteradas. Para ellas, los cabreados son un nicho de mercado.

No solo un sablazo

Al Gobierno vasco en funciones le correspondía tomar la decisión sobre la paga de navidad de sus empleados y lo ha hecho. Por ese lado, no hay absolutamente nada que objetar. Ha cumplido exactamente con lo que se le estaba pidiendo. ¿Cabe sorprenderse o llamarse a engaño por cómo ha zanjado el asunto? Tampoco. Era de parvulario político que aprovecharía la ocasión para despedirse con un gesto póstumo de magnanimidad que, de paso, se lo pondría un poquito más en chino a los sucesores, gero gerokoak. Para nota, el despiporrante informe jurídico —los hermanos Marx no lo habrían mejorado— en el que se sostiene la resolución. Bien es cierto que esas fintas y contrafintas legaloides, por retorcidas y lisérgicas que sean, obedecen a una causa justa y legítima. Se trataba de derrotar con las mismas armas del derecho a la carta la arbitrariedad inaceptable de bailar a los funcionarios un buen pico de su sueldo. ¿Por qué el mismo ejecutivo tragó hace dos años con el tajazo del 5 por ciento lineal del salario ordenado desde Madrid por José Luis Rodríguez Zapatero? La respuesta está en la misma pregunta.

Este galimatías de la mal llamada paga extra no ha visto todavía su último capítulo. El virrey Carlos Urquijo guarda un as jurídico en la manga. Nadie descarte que dentro de equis, cuando la pasta no sea ni un recuerdo, empiecen a llegar notificaciones exigiendo su devolución. A quienes la hayan percibido, claro, porque esa es otra. Cada una de las administraciones ha tenido que buscar su propia solución más o menos creativa para hacerle un escorzo al gran marrón dejado sobre su tejado por el Gobierno español. Debería hacernos pensar que no haya habido una respuesta única o, por lo menos, mayoritaria. Esta medida no es solamente un sablazo a los bolsillos de quienes tienen una nómina del sector público. También es un gran mordisco a la capacidad de decidir sobre nuestros propios asuntos.

La extra

Resultan fascinantes las denominaciones que mienten de serie. En Donostia, por ejemplo, se sigue llamando quincena musical a algo que se prolonga durante casi un mes. No hay tres pies que buscarle a ese gato. Simplemente ocurrió que para cuando el número de actos programados reventó las costuras del calendario, la marca original ya estaba firmemente instalada y, aunque ya no era fiel a su propio enunciado, no procedía el cambio. Menos inocente es el caso de lo que, alegres y confiados, designamos como paga extraordinaria.

Puede que hubiera un tiempo, efectivamente, en que la percepción de una propina equis estuviera sujeta al arbitrio y la magnanimidad de un mandamás paternalista. Incluso aunque el sobresueldo se sostuviera en una costumbre más o menos generalizada, no había ninguna garantía de cobrarlo. Por eso cabía hablar con propiedad de paga extraordinaria. Desde hace unos lustros, que para algo tenía que servir la lucha obrera, esa retribución está específicamente consignada en los convenios y/o los contratos. Es decir, que para las afortunadas y los afortunados cuya relación laboral se rige por tales documentos en vías de extinción, el ingreso se ha vuelto tan ordinario como la mensualidad de marzo o noviembre. Pura masa salarial, que se dice ahora.

Por inercia, por tradición, porque en el fondo somos niños grandes y nos gusta crearnos la ilusión de cobrar el doble un par de veces al año cual si nos hubiera caído del cielo, hemos perdonado la vida a un término —extra— que ya no hace honor a la realidad. Nadie imaginaba, por lo visto, que los recortadores se colarían por ese boquete psicológico y conseguirían presentar como algo perfectamente presentable la supresión de lo que en el imaginario colectivo sigue figurando como una dádiva generosa. El señor nos lo da, el señor nos lo quita. De momento, este año y no a todo el mundo. Veremos qué pasa el que viene y los siguientes