Un oso, qué lastima. En Rumania, qué lejos.
Y decenas y decenas de perros atados de por vida delante de caseríos y casas, aquí mismo, delante de la carretera, en el camino por donde paseas, en la casa de tus suegros.
El grado de sufrimiento es el mismo, sino mayor, en un animal que además de sufrir, tiene consciencia de él mismo, interactúa con su familia y se comunica con un lenguaje corporal, y de comprensión lingüística, muy limitado pero progresivo. Es decir, un relación no muy diferente a la de los primeros hombres de color que fueron importados para trabajar en las plantaciones americanas, o en las haciendas españolas tras el descubrimiento, con sus propietarios.
IAS