Jueves 5 de abril de 2012
Daniel de Solabarrieta y Aramayo nació en Ondarroa en 1918 y falleció en Guanaja (Islas de la Bahía) en Honduras. Su peripecia bajo el franquismo me la narró en 1984:
“Después de la guerra en Euzkadi, gudari del Batallón Alkartzeak, más tarde exilado en Francia y primero en el Campo de Concentración de Gurs con tantísimos abertzales por la nefasta actuación del aquel entonces diputado por Iparralde, Ibarnegaray contra nuestro partido especialmente y más tarde también en la cárcel de Baiona durante la ocupación nazi por habernos capturado cuando atravesamos de regreso de Euzkadi Sur en una misión y más tarde entregado a los franquistas para mi ingreso en la cárcel de Larrinaqa y de allí al batallón de Zapadores con Cuartel en Lizarra (Estella ) de donde fuimos dirigidos a los montes de Agiña entre Oiartzun y Lesaka durante varios meses hasta obtener un permiso provisional.
Esto sucedía hacia el final del año 1944 y meses más tarde fuimos detenidos otra vez en Ondarroa por la policía (un agente apellidado Sánchez y conducidos a Indautxu y tras permanecer “como rojo separatista» durante dos días con palizas y no haber conseguido que denunciáramos algún abertzale de nuestro grupo (Alejo Artaza) que se hallaba en Larrinaga y que sin duda seguía siendo nuestro guía, cuando manejaba la FLETAMAR, otra vez estuvimos varios meses en la famosa Larrinaga atendidos por nuestros queridos abertzales del restaurant Retolaza con quienes siempre habíamos congeniado en el PNV.
“Después de la salida de la cárcel permanecí en Ondarroa al frente de las parejas de arrastreros de las compañías Pesquera RÍOS S.A. y Pesquera Zumayana S.A. como Administrador-Apoderado desde los años 1945 al 1950 fecha que abandoné Euzkadi definitivamente para llegar a aquellas tierras tras pasar tres años en Larache (Marruecos) ocupándome de la explotación de la angula en el Río Lukuz hasta los días de la independencia de aquel país africano y en donde pude obtener el pasaporte español, pues me había sido imposible en Bilbao por los motivos anteriores, para lo cual me favoreció un documento de mi presencia en el batallón de Zapadores cuando me hallaba en Lesaka”.
Daniel rehizo su vida en aquel país centroamericano y la historia de sus dichas y desdichas las narraron Daniel Lozano y Lula Delgado dos periodistas españoles que ganaron el premio de investigación Tribuna Americana de la casa de América por Historias de Ultramar. En uno de sus capítulos hablaba de Don Dan. Decía así:
“Antonio Polidura ya está acostumbrado al calor de Honduras. Joven diplomático madrileño, se estrenó en África y ahora encabeza el Consulado de Tegucigalpa. Este fin de semana nos hemos montado en el autobús de la aventura con un objetivo: encontrar al legendario vasco que vive en la isla de Guanaja.
Son 200 kilómetros por difíciles carreteras desde San Pedro Sula hasta La Ceiba, también en la costa. Allí nos espera un pequeño avión, que nos llevará hasta Guanaja, una diminuta isla situada junto a Roatán. Las dos forman parte del archipiélago caribeño de Honduras. Una tormenta tropical nos recibe en La Ceiba mientras esperamos la salida de nuestro aeroplano. Es un aeropuerto de juguete.
Antonio Polidura me tortura con su batería de chistes. Supongo que será un truco para relajarnos durante el corto viaje en un avioncito que se mece en manos del viento. Aterrizamos. Ha habido suerte. Pero nada más bajar nos encontramos con gente arremolinada. Se acaba de producir un accidente. La hélice de un avión ha arrancado la cabeza de un pobre despistado, que succionado por la fuerza del motor ha recibido el impacto de las aspas. Cada persona exagera su versión mientras montamos en un bote para cruzar la bahía. Esta es una de las peculiaridades de Guanaja. Sus 4.000 habitantes no viven en la isla, sino en un pequeño islote situado a pocos minutos.
—¿Y por qué?, le pregunto al conductor del motor.
—Los mosquitos nos devoraban, no nos dejaban vivir. Primero fueron las mujeres, que cuando tenían un bebé se iban al islote para que el pequeño no sufriera. Años después fue Don Dan quien empezó a construir el pueblo.
—¿Don Dan?
—Sí, claro. Don Dan, el vasco?
Es el apodo que los lugareños pusieron a Daniel Solabarrieta. Desde hace 40 años, es el símbolo de Guanaja. Don Dan.
Qué pueblecito más pintoresco. Parte de él se levanta sobre el agua gracias a columnas de madera que se sostienen milagrosamente sobre el mar. Las calles son pasadizos estrechos, casi agobiantes. La gente habla inglés o un castellano con acento británico muy marcado. Polidura me cuenta la historia. Muchos de ellos son descendientes de los piratas ingleses que hace siglos tenían aquí sus bases para robar el dinero a los españoles. No nos cuesta mucho dar con la casa de Solabarrieta. Todo el mundo le conoce. Nos abre la puerta su hijo Patrick. Habla un español difícil. Nos presentamos.
—Papá, papá, son unos españoles que han venido a verte.
Y, por fin, aparece nuestro hombre. Daniel Solabarrieta Aramayo, vasco de Ondarroa, cercano a los 80 años. Pero quién lo diría. El trópico mima a los españoles. Es un hombre lleno de energía, parlanchín, se le nota contento con sus sorprendentes huéspedes. Su hijo Patrick tiene una pequeña fiesta con unos amigos. Beben cerveza y comen tortuga. Tiene un sabor parecido al pollo.
Se nota que es vasco, gente muy apegada a la familia. “Yo nací el 1 de noviembre de 1918 en una familia muy nacionalista. Me crié en el ambiente del salitre porque mis padres tenían una fábrica de salazón. Además ellos llevaron la pesca de arrastre a Ondarroa. Sólo tenía 13 años, pero recuerdo que ya gobernaba el Frente Popular y que las cosas no iban bien. Mi madre sólo hablaba euskera. Mi padre también el castellano, era un hombre instruido”.
Solabarrieta tiene una casa coqueta. Y en cada rincón, un recuerdo de su tierra. Desde la inevitable ikurriña hasta fotografías de San Juan de Luz, el santuario de Loyola y un mapa de Guipúzcoa y Vizcaya. En un segundo plano ha quedado una foto del ex lehendakari Garaikoetxea (“no quiero hablar mal de él, pero se portó fatal”). Además guarda, como si se tratara de un tesoro, un histórico carné del PNV. De hecho, su sobrina está casada con el diputado Iñaki Anasagasti, al que ha visitado en alguna ocasión en el Parlamento. En este documento figuran dos imágenes, las de Sabino Arana y José Antonio Aguirre. Está datado en 1937. “Yo hablo español y euskera y de jovencito jugaba a la cesta punta. Por supuesto también soy creyente”. Solabarrieta no deja duda de cuáles son sus genes.
—¿Y qué tal se habitúa un vasco como usted a esta tierra y a esta gente, tan distinta?.
—Bueno, estos ingleses de aquí no son fáciles. En realidad son mestizos que se creen piratas. Yo me traje 250 negros de la costa y les pagaba bien.
“Lo que sí quiero que quede muy clarito es que mi familia es nacionalista y rotundamente anti-ETA Para ser buen vasco no hay que ser antiespañol. Por eso algunos en mi tierra me dicen que soy un fascista. A mí, que con 17 años era uno de los gudaris más jóvenes del Ejército vasco”.
Y además pasaba judíos por la muga (frontera). Pero en 1941 ya estaba quemado y mi padre me hizo volver a Bilbao”.
Las manos de Solabarrieta son fuertes, rudas. Cuando sus palabras cobran aspereza, se contraen al instante. Venas y arrugas compiten por la primacía.
“Teníamos cuatro barcos dedicados a la pesca del día: merluza, pescadilla… La llevábamos a San Sebastián, como antaño, y la vendíamos en el mercado de la Brecha, frente a los bomberos”.
Hoy es domingo y estamos oyendo los partidos de la Liga española gracias a Radio Exterior. Don Dan es hincha de los equipos vascos. Hemos dado una vuelta en barca por la isla, que es una especie de paraíso perdido con unos mosquitos que parecen gaviotas. Eso sí, el anochecer en la bahía de Guanaja es algo que nunca podré olvidar. El sol se sumerge en el mar y la luna se empeña en iluminar todos los rincones. Solabarrieta está contento. Rodeado de su familia y de sus nuevos amigos. Nos reímos con el rebelde Patrick, que ha estado de copas hasta muy tarde. “Yo me siento muy español”, dice machaconamente con un terrible acento yanqui. “Amo España. Amo su música. Sobre todo Julio Iglesias. Y Luciano Pavarotti…”. El cónsul y yo estallamos en carcajadas mientras Patrick remata una botella de tequila. Volvemos a la España de la postguerra. El rostro de Solabarrieta desvela que hubo problemas.
“Tuve que venirme a América en 1947 porque me hacían la vida imposible. Enseguida le eché el ojo a la langosta del Caribe. Unos religiosos catalanes que trabajaban en La Mosquitia me confirmaron que por allí había mucho camarón. Y así empecé. Me trasladé a las islas, a Guanaja. Aquí no había nada, era todo agua. Como mucho, había 400 habitantes. La primera casa se construyó hace menos de 40 años y fue la mía. También la primera empresa de barcos de pesca del camarón. Había cantidad de lagartos, se podían coger con la mano. La gente me empezó a llamar Don Dan”.
El primer barco del imperio Solabarrieta salió de los astilleros de Bilbao en 1961, “porque a pesar de que era un exiliado me permitían hacer negocios. La gente pensaba que yo era un aventurero y no me tomaban en serio. Pero yo vivía como un jesuita recto y me gané su confianza. Poco a poco fui creciendo, construí barcos y pesqué marisco. Llegué a tener 17 buques de mi propiedad, más 40 que trabajaban conmigo y a los que yo les facilitaba los aperos. Exportábamos cuatro millones de libras de camarón y cuatro de langostas. A Miami mandaba remesas gigantescas. Yo he sido el pionero de la pesca en esta zona del Caribe y llegué a crear un imperio, pero todo el dinero que ganaba lo volvía a invertir. Así nacieron mis propios muelles. Pero todo ésto se acabó en el 72. Me lo robaron todo…”.
El industrial del camarón más importante del Caribe cayó víctima de una confabulación. Aún hoy, 27 años después, reclama sus derechos mientras intenta levantar el negocio. “Crecí mucho y eso no se perdona. Además acabé con la compra de barcos baratos en EEUU. Los adquiría en España, gracias a la ayuda de Joaquín María de Arístegui. El 72 fue un año muy malo, no hubo producción. Le pedí 40 millones de pesetas al banco. Me los prestaron, pero en abril del mismo año me obligaron a devolverlo, cuando ni siquiera el primer plazo había cumplido. Me quitaron mi empresa y no encontré ninguna ayuda. Y para colmo vino el huracán Fifí, que se llevó los siete barcos que me quedaban. Durante 20 años sufrimos para mantenernos. Mi familia me mandó dinero, también estaba el sueldo de mi mujer, profesora de escuela, y los beneficios de nuestra tienda”.
Así fue el auge y la caída del Imperio Solabarrieta. Ya en los noventa, el vasco de Ondarroa ha recuperado una pequeña parte de lo que era suyo. “En el 93 me devolvieron el taller y los diques gracias a una sentencia de la Corte Suprema. Poco a poco el negocio se recupera. Importo de España y suministro a barcos de la zona. El año que viene espero vender dos millones de dólares gracias a la importación de cables de pesca y el polietileno y nylon que vienen del Mediterráneo”.
Puede que se trate sólo de las ilusiones de un hombre que lo tuvo todo y lo perdió. Nos levantamos a las cinco de la madrugada. Hay que coger el avión de Tegucigalpa. Amanece. Pero allí está él, esperándonos en un puerto invadido por la niebla, con esa trascendente serenidad que dan los años. Don Dan, el gudari del PNV, fue emperador del Caribe. Pero en su mente prima su tierra. “Joder, cómo echo de menos Ondarroa, Bizkaia, Euzkadi… Yo quiero que cuando me muera me entierren allí, envuelto en una ikurriña”.
Hasta aquí el capítulo del libro. Daniel Solabarrieta no era tío de mi mujer. Era primo de su padre. El apellido Solabarrieta es usual en este pueblo pesquero. Sí fue el padre de Danel Solabarrieta quien fuera burukide del Bizkai Buru Batzar en 1978. Y los últimos años de su vida no fueron muy felices en virtud a las pocas ayudas que tuvo para volver remontar la catástrofe del huracán Mitch y del abuso de poder que había padecido Quedó en Honduras con parte de su familia en aquel lugar paradisíaco. Todo un personaje.
Daniel trabajó con mi padre cuando empezamos a empacar angulas en la planta de Mexico.
De él aprendimos el empaque de la angula que se traía de Francia,
concretamente de Saint-Nazaire.