Con Arzalluz en el Cesid (1)

Jueves 12 de mayo de 2022

El CNI y sus espionajes están de moda. El CNI se creó en el año 2002, año de la mayoría absoluta de José María Aznar con una ley pactada solo con el PSOE. Y así les va.

Antes del CNI existía el Cesid y lo dirigieron los generales Alonso Manglano y Calderón. En su tiempo se creó la estructura actual y el edificio en forma de X. Hoy no son generales los que aparentemente lo dirigen pero está adscrito al ministerio de defensa, una auténtica anomalía democrática. Y así les va.

Voy a contar en tres días la visita que hicimos al Cesid en 1999. Iustra una época, un Servicio, dos personalidades como las de Arzalluz y Calderón  y un modo de actuar, aparentemente más transparente que el actual. Juzguen ustedes.

Dos agentes del Cesid en el despacho de Arzalluz

Un buen día de 1999, los servicios de seguridad de Sabin Etxea, sede central del PNV en Bilbao, informaron a la secretaria de Xabier Arzalluz el que dos personas, enviadas por el general Calderón, director del Cesid, deseaban hablar con él. Arzalluz, picado por la curiosidad, decidió recibirlos. En el pasado había mantenido una entrevista con el general Manglano pero aquello se le antojaba algo de interés por lo novedoso.

Tras presentarse le entregaron una carta del general Calderón. Se trataba de una invitación para participar en un ciclo de conferencias sobre la Constitución Española destinado a la formación de los agentes. Calderón explicaba que el objetivo de aquel ciclo era completar, mediante testimonios directos, los diferentes puntos de vista sobre aquel texto. Entre los invitados estaban los ponentes constitucionales Gregario Peces Barba, Gabriel Cisneros, Miquel Roca, y el ex presidente del Tribunal Constitucional Álvaro Rodríguez Bereijo. Arzalluz, de inmediato, les dijo que sí, y su visita quedó fijada para el 13 de julio de aquel año 1999 de tregua de ETA.

En El Escorial

El domingo 11 de julio salimos en el coche de Arzalluz desde Bilbao hacia Madrid. Como preveíamos un atasco a la entrada, hicimos lo que hacen muchos vascos. Parar en El Landa, donde dimos cuenta de un magnífico corderito. El ma1tre nos recomendó la morcilla burgalesa: picosa, sosa y grasosa. Fatal para el colesterol. Salimos de allí a las once y media de la noche pensando que estaba resuelta la entrada a Madrid. Llegamos a las dos y media de la madrugada. Una cola de sesenta kilómetros nos hizo llegar en procesión.

Al día siguiente fuimos a El Escorial. Llovía. Arzalluz había aceptado la invitación del juez Garzón para abrir su curso de vera­ no de la Universidad Complutense. Acababa de culminar éste una operación contra la droga en Canarias y Galicia. En la mesa estaba el fiscal del Cantón de Ginebra. La sala se llenó de estudiantes, periodistas y asomados. Unos ciento cincuenta. Todos sorprendidos. Estuvo hablando por espacio de una hora, cuando le habían dicho que su tiempo eran 35 minutos. Garzón quiso que continuara. Habló Arzalluz de su experiencia al haber vivido el nacimiento de la violencia en Alemania y la de ETA en Euskadi. Le siguieron sin pestañear. Garzón tuvo el detalle de presentarle como la persona «gracias a cuya apuesta se debía el compromiso inequívoco de la pacificación en el País Vasco». Hizo declaraciones a la llegada y a la salida. Desde la víspera estaba el PP, junto a TVE, T-5 y A-3, con el homenaje a Miguel Ángel Blanco. En días en que no había funerales por la tregua había aniversarios. Tres días estuvieron con este asumo, sin hacer hincapié en que iban trece meses sin muertos. Mayor Oreja aparecía a todas horas opinando sobre Miguel Ángel Blanco, mientras los funcionarios de prisiones cortaban carreteras y quemaban neumáticos. Para hablar de esto salía Ángel Yuste, el director de Instituciones Penitenciarias. Oreja estaba solo para su guerra panicular. Su ministerio era el de la propaganda y el del antinacionalismo, y el de la búsqueda de que la tregua naufragara.

Ese día el PP se quedaba políticamente solo en Baleares. Todos estuvieron contra él. Los del PSM, mentando la autodeterminación en la promesa de gobierno. Si algo parecido hubiera ocurrido en Navarra, hubiera ardido Troya. También era noticia la discusión en el Tribunal Constitucional sobre la excarcelación de la Mesa Nacional de HB. Presiones políticas ante una decisión judicial.

En los pasillos de El Escorial se me presentó un abogado de Jerez. Me pidió las señas de Arzalluz. «Tenía de él una impresión deplorable. Acabo de escucharle y he cambiado de opinión y deseo que lo sepa.» Salimos. Al pasar por el Monasterio Palacio de El Escorial decidimos echar un vistazo. Era lunes. Estaba todo cerrado. Nos reconocieron y amablemente el director del Colegio Mayor nos enseñó la Iglesia, la Sacristía, el Refectorio, el Jardín de los Frailes, el Museo. Aquellos muros de granito impresionaban. Habíamos estado en el funeral de don Juan. Fuimos los únicos que acu­ dimos sin chaqué. Al salir de El Escorial una pintada descolorida: “Arzalluz terrorista”.

Al ir a comer nos encontramos con Julián Santamaría, ex embajador en Estados Unidos, junto a Javier Pérez Royo. Arzalluz conocía al primero de los tiempos de la cátedra de Ollero. Le dijo Santamaría a Arzalluz que en las tertulias se metía con él. Y se quedó tan ancho.Eso es Madrid. Ese día el presidente del PNV estuvo con periodistas, jueces, miembros de varios Consejos. Detectamos nervios en el PP. Los pequeños partidos le abandonaban por su prepotencia. Elecciones en Catalunya y quizá en Andalucía. Maragall se acercaba a Pujol. Si ganaba, era oxígeno para un Almunia que, después de perder las primarias, era el candidato del PSOE. Si el PSOE se presen­ taba junto a IU, la avería podía ser grande para un PP que aparecía aislado y ya no tan seguro de su triunfo.

El martes 13 nos llamaron del PP. Querían nuestro apoyo en la Diputación Permanente para rechazar iniciativas que analizaran el caos aéreo y la chapuza del comisario Bangeman. Nos dijeron que el presidente habló de diálogo: «Será con el PSOE.» González de Txabarri votó con la oposición. Los catalanes de CiU estaban nerviosos. Ese día la Asamblea Kurda en el exilio decidió aplazar su reunión en Euskadi. Priorizaban sus necesidades. Como el director del aeropuerto de Sondika, que inauguró la Torre de Control y homenajeó a Calatrava, pero no invitó a quienes lograron que Borrell no tirara el proyecto de Calatrava a la papelera,es decir al Grupo Vasco en el Congreso.

En el despacho de Calderón

Hacía seis meses de aquel 9 de enero de 1999 en el que Arzalluz había salido a la calle pidiendo el acercamiento de los presos. Y era martes y trece, pero de julio, cuando se nos apareció en la puerta del hotel Palace un espectacular Mercedes.

De allí un caballero con buen porte se nos presentó como Zaldua. Era efectivamente José María Zaldua Mur, alias Zaldivar. Se trataba de un teniente coronel de Infantería de Marina. Destinado en el País Vasco, era uno de los principales jefes operativos. Nos pidió que dejáramos el Volvo de Arzalluz y su escolta y que fuéramos con él en el Mercedes. Persona directa y con labia nos dijo que su familia era vasca y bastantes de ellos del PNV y que le tenían poco menos que como la oveja negra de la familia. Era ocurrente. Nos contó, durante el trayecto, vivencias de misiones que había protagonizado. Dijo dos expresiones que nos llamaron la atención: «En orden no hay negocio» y «Poder que no abusa se desprestigia». Se refería a un dictadorzuelo, pero pensé inmediatamente si no nos los decía por el propio Cesid.

Pasamos frente del palacio de La Moncloa y, por la carretera La Coruña, llegamos a un gran edificio. La famosa Casa. En esta ocasión no había un coche con el cartelito del «Follow me» de la anterior. Y entramos directamente. Luego nos dijeron que todo el interés de algunos del Servicio había sido poner un micrófono en el coche de Arzalluz. Pero los dos «Berrocis» (Cuerpo especial de la Ertzaintza) tenían orden de no dejar el coche solo ni un segundo.

En la escalinata del edificio central nos esperaban el director del Curso y el director del Cesid, Javier Calderón, teniente general en la reserva. Nos recibió con gran cordialidad.

Calderón había nacido en 1930 en la localidad toledana de Dosbarrios. Con tan sólo seis años había sido testigo en su pueblo natal de una de las páginas más violentas como fueron las luchas sociales durante el período republicano y la sublevación militar franquista. La victoria del Frente Popular en febrero de 1936 había provocado enfrentamientos entre la mayoría de los campesinos toledanos y partidas de matones a sueldo armados por los terratenientes locales, la mayoría de ellos miembros de Falange Española, quienes, al más puro estilo mussoliniano, procedieron a pasear (asesinar) a dirigentes obreros especialmente de la CNT-FAI (anarcosindicalistas)

El 20 de marzo de ese mismo año se había facultado al Instituto de Reforma Agraria para que procediera a confiscar cualquier finca cuando así lo aconsejase la utilidad social. Tras el 18 de julio de 1936 la situación precipitaría los fenómenos revolucionarios propios de la zona republicana. La mayor parte de las colectivizaciones en Toledo ocurrieron en julio y en agosto de 1936. Parte de los terratenientes, animados por la cercanía de las tropas rebeldes que habían desembarcado en la Península procedentes de Marruecos, organizaron la defensa de sus tierras armando para ello a partidas de trabajadores afectos que fueron reclutados por los capataces, entre quienes se encontraba el padre de Calderón. Ello suscitó choques armados en varios pueblos de la provincia que se saldaron con el fusilamiento de la mayoría de los propietarios y capataces a manos de las milicias anarcosindicalistas. Entre los muertos como consecuencia de aquella tragedia figuraban el padre y otros familiares de Javier Calderón, los cuales fueron fusilados a consecuencia de una denuncia del comité toledano de la UMRA (Unión Militar Republicana Antifascista), quien constató la presencia de militares de la organización militar fascista UME (Unión Militar Española) en una finca de Dosbarrios, donde instruían a campesinos de la zona en el uso de la pistola, lanzamiento de granadas y colocación de cartuchos de dinamita. Las armas, fusiles del tipo máuser y pistolas conocidas como «sindicalistas» procedían de los depósitos de la Academia de la infantería del Alcázar, desde donde habían sido sacados por tres oficiales falangistas a las órdenes del coronel Moscardó con la finalidad de armar partidas antigubernamentales para que hostigasen a las retaguardias del ejército de la República. Una vez concluida la guerra civil, la madre de Javier Calderón, considerada viuda de guerra, se trasladó a Madrid junto con sus hijos pequeños y una vez allí las autoridades franquistas le concedieron la explotación de un estanco.

Javier Calderón y sus tres hermanos ingresaron en el Frente de Juventudes y pudieron seguir sus estudios con normalidad hasta que el gobierno de Franco premió el sacrificio de Calderón padre concediendo una plaza a su hijo Javier en la Academia Militar. Aquellas vivencias habían dejado una huella imborrable en la personalidad de éste, aunque es preciso constatar que a lo largo de toda su carrera militar no se alineó con otros militares anticomunista primarios de los llamados «bocazas» como los generales Campano, García Rebull, Atarés, etc. Su trabajo se dirigió más bien hacia los llamados «compañeros de viaje» del Partido Comunista.

Quizá por este conocimiento de lo vivido había estado en el barrio madrileño conocido como el Pozo del Tío Raimundo, donde el jesuita padre Llanos había oficiado como gran impulsor de aquel trabajo social y de aquella generación de abogados con inquietud social como Carlos Ollero, canalizada a través del trabajo con los curas obreros en lugares marginados. Asimismo, el padre Llanos mantenía reuniones periódicas con militares sensibles a lo social y en una de aquellas reuniones había participado Arzalluz cuando yendo a las minas de Río Tinto cayó por allí en sus tiempos de jesuita. El presidente del EBB le recordó a Calderón el nombre de Pinillos, un militar posteriormente muy nombrado que el director del Cesid conocía.

Todo esto le sirvió a Calderón para trenzar una conversación interesante con Xabier Arzalluz al hablar de aquellos años y de personas a las que los dos habían conocido. Era de ver a un Arzalluz, presidente de un partido nacionalista, que ponía en cuestión el trabajo de lo que representaba Calderón y a éste hablar cómodamente de cuestiones que podían haber sido comunes en el pasado. Lástima de foto perdida.

6 comentarios en «Con Arzalluz en el Cesid (1)»

  1. Arzalluz era tan inteligente, que seguramente sacaría sus conclusiones de aquel viaje. Porque espiar ya sabía que le espiarían. Como abertzale demócrata, cada día debemos llorar más su pérdida, pero no somos eternos.

  2. Un tipo elegante en visita a las cloacas del estado. El siniestro Garzón hablando de pacificación y un abogado de Jerez que tenia muy mala opinión de Arzalluz. ¿Qué opinión sacó Arzalluz del jerezano? 23 años después seguimos en la tesitura de demostrar que los vascos no somos malotes vocacionales. ¿Y ellos cómo son? Muchos tan indigestos como la morcilla de Burgos.

  3. Los estados siempre espían y van a espiar, desde el Gobierno o desde la cúpula militar, con o sin permiso.

    No solo el español, TODOS, y quien crea que no esta siendo espiado cuando tiene un cierto cargo, es que es algo digamos que iluso, cuando ahora con el movil o el ordenador, se sabe hasta cuando estas en el WC, `por no hablar de pinchazos a los fijos, lectura de correspondencia postal, seguimientos por la calle… es decir el espionaje de siempre.

  4. Demasiado texto para decirnos que entre bomberos no se pisan la manguera. Arzallus hizo en su «caserío» lo mismo que el CESID, CNI o como coño se llame, hizo en su terruño. Nada que criticar ni a uno ni a otro. Todos saben de que va el juego y si aceptas jugar es con todas las consecuencias.

  5. RENANO ¿para comer berzas que es lo que dijo un día?.

    Más giros que Sabino tenía este.

    Déjame con Antón Ormaza

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