Jueves 31 de octubre de 2013
Tras más de setenta años, muchos mayores siguen sin atreverse a hablar en voz alta de asesinatos, robos y humillaciones. Muchas hijas continúan sin saber, respetando silencios y equiparando causas. Muchos nietos han decidido que esas historias no tienen nada que ver con ellos. Pero otras muchas personas, de todas las edades y desde muchos puntos del mundo, sienten estos días que tal vez ahora sí que ha llegado el momento, que al franquismo se le ha terminado la impunidad y que las vidas que han alimentado tantas novelas van a saltar de las páginas al banquillo.
A mediados de septiembre, la jueza argentina María Servini de Cubría pidió, a través de la Interpol, la extradición de cuatro altos funcionarios policiales y de la Guardia Civil, en la causa abierta en ese país para juzgar los crímenes del franquismo. Unos días después, Argentina habilitó sus consulados en todo el mundo para que puedan recibir denuncias de las víctimas.
Han pasado más de tres años desde que esta enorme causa se abrió en Argentina. La hemeroteca no sabe mentir y nos recuerda nuestra tozudez: «La puerta que ha abierto la justicia argentina viene a aliviar la vergüenza que nos producía a tantas y tantas personas pensar que el Estado que había logrado extraditar a Pinochet no era capaz de condenar por crímenes contra la humanidad a ningún ‘Scilingo franquista”.
En esas fechas ya había comenzado el calvario del juez Baltasar Garzón, contra quien en primer lugar presentaron una querella varios grupos ultraderechistas. Por las mismas fechas, y por aplastante mayoría, el Congreso español limitó la jurisdicción universal ante, como se carcajeó cierta prensa fascista, «los excesos de los jueces estrella» (es decir, limitaron procesos judiciales como los emprendidos por crímenes de genocidio y torturas cometidos en Argentina, Chile, Guatemala y El Salvador). En febrero de 2012, tras otras querellas por prevaricación y/o cohecho, Garzón quedó expulsado de la carrera judicial; mientras los viejos poderes, las mismas familias (ahora en la élite política, ahora en la económica, ahora otra vez en la política) brindaron y rieron pensando que en verdad había quedado todo atado y bien atado.
Está costando tanto, tanto, que en el camino seguimos perdiendo irrecuperables testimonios vivos. Ahora vuelven a llegarnos fuerzas para desatar estos terribles nudos de desmemoria, poner nombres y apellidos a los verdugos y contar muy alta esta historia de humillaciones, ejecuciones extrajudiciales, detenciones ilegales, violaciones, trabajos forzados, asesinatos, robos de niños, robos de tierras… No han prescrito.