Huida por el monte

Domingo 8 de enero de 2023

El historiador Josu Txueka, tras las dos entregas de las vicisitudes de una familia, separada y perseguida por la victoria militar franquista, me preguntaba si la huida por monte a Iparralde de una madre con tres hijas, había sido gracias a la red Alava. Lo cuento y seré yo quien le pregunte a él. Porque el  escultor Oteiza solía decir que en la sociedad vasca hay dos personajes representativos. Uno es el Secretario Municipal, el hombre que hace el país. El otro es el contrabandista, el que lo presenta al exterior.

Recordemos la historia. Familia nacionalista viviendo en Zarautz. El padre, director del banco Guipuzcoano. Estalla la guerra. Es requerido en Bilbao y deja en Zarautz a su mujer con tres de los cinco hijos. Llegan los falangistas y cortan a el pelo al cero a mi ama, encarcelan en las Clarisas a mi amona con 27 mujeres abertzales de Zarautz. A los nueve meses les expulsan del pueblo, y les incautan  todo lo que tenían en casa. Llegan a Iruña con lo puesto y la red del EAJ -PNV les ayuda a sobrevivir. Pero el terror impuesto por Mola hacía imposible la vida, y no sin debate y mucho miedo, deciden dejar Iruña en plena orgía de sangre y fuego del asesino Mola.

Pues bien, en aquellas circunstancias, con aquella frontera y en plena guerra llamada civil, funcionaban a tope los contrabandistas. Lo mismo pasaban un aviador que tabaco, aunque lo habitual no fuera una madre con tres hijas. Para hacer esto, el padre, desde San Juan de Luz había hablado con el Gobierno Vasco y con la red de pase de fronteras con quien había hecho las gestiones para que pasaran a su familia. Y no le salió gratis el empeño. Por cada una tenía que pagar 8.000 ptas de la época. Una fortuna.

El caso es que, mi ama, habló con José Luis Larunbe. Le pidió ayuda para poder salir de Pamplona. Funcionaban los controles y eso no se podía hacer si no se tenía un pase. Larunbe lo consiguió. Así llegaron a Elizondo rezando a todos los santos y en una escapada de cine. En coche y forradas con todo lo que tenían de ropa, ya que no podían llevar maleta alguna. Pasaron la noche allí. Era una posada de un nacionalista muy simpático que de noche escuchaba clandestinamente la radio. Les recibieron con mucho cariño. El cura de Elizondo les fue a visitar esa noche para rezar con ellas el rosario. A la mañana siguiente salieron con Manuel. Llevaban una hogaza y una tortilla de patatas para así poder pasar los controles y decirles a los guardias civiles que iban a un caserío a pasar el día con la familia. Mi amona  tenía miedo. ¡Que pintaba ella allí, iniciando aquella incierta aventura que podía además acabar fatal, en aquella noche oscura, de ruidos e incertidumbres!.

Se puso muy nerviosa.

Salieron de madrugada. El conductor  traía un chico vestido de requeté a su lado. Así llegaron a Urdax y a una frontera llena de guardias, pero sin llegar a ellos, giró a la izquierda hacia un camino vecinal diciendo que iban de excursión. Un poco más allá apareció una joven. El chófer les dijo: «seguidle a ésta en silencio y de forma rápida porque hay que aprovechar que la guardia civil está comiendo para pasar la frontera».

Anduvieron dos horas, por monte, con toda la ropa y en un día de calor. Era el día de San Antonio, 13 de junio de 1937. De repente, el guía les dijo: «Correr, allí está la guardia civil». Lo hicieron. Había un riachuelo. La madre se cayó. Siguieron. Se hizo daño en el brazo. Pero siguieron en esas condiciones y con los zapatos llenos de agua, pero armadas de valor porque les decían que faltaba poco. En eso apareció un chico. «Seguidme». Era una cadena.

Mi ama, urbanita, señorita de ciudad, no estaba para esos trotes. «No puedo más. Yo no sigo. Esto es una locura. Nos van a coger». “Sigue  por favor, ya falta poco. Si nos cogen lo pasaremos muy mal. No hagas esto». Sacando fuerzas de flaqueza, continuaron extenuadas y asustadas. De repente apareció un chico de 14 años. Subieron por un descampado. El chico les preguntó si tenían miedo a los franceses, «porque ya estáis en Francia». La madre se puso loca de contenta.

El chaval les llevó a un caserío cerca de Sara. No se encontraba mi aitona, responsable de las cuatro mujeres. Había estado el día señalado, pero sus mujeres llegaron con tres días de retraso. En coche, llegaron a San Juan de Luz. Su esposa, mi amona, tenía un hermano, Ramón, que tenía la casa llena de refugiados. No nadaban en la abundancia, pero les hicieron todo un recibimiento. El padre, mi aitona, tenía una hermana viviendo en una granja, muy cerca de Dax, en las Landas donde había de todo, vacas, cerdos, legumbres. Por lo menos tenían comida abundante. El padre paseaba al cerdo al que llamaban Braulio. De Director de un Banco a pasear un cerdo. La hija y hermana Arantza, inquieta, se fue a trabajar a un hotel. Pero tampoco era plan.

El caso es que el Gobierno Vasco en el exilio, atendió a los miles de refugiados, pagándoles cinco francos. Era una labor ingente y sobre todo incierta porque era un Gobierno sin jurisdicción y sin territorio, pero a pesar de ello, era un gobierno responsable que se ocupaba de los suyos. Por eso dejaron Burdeos y se instalaron en San Juan de Luz en un pequeño piso de la rué Tourasse. Sin embargo el padre no estaba satisfecho con no hacer nada y se fue a Tarbes, con un grupo, a trabajar. El concretamente en el Economato, con lo que no le faltaba comida, aunque bajo un frío extremo en pleno Pirineo. Siguiendo este acomodo familiar en aquellas circunstancias, su hija  Arantza se fue a Ghetary a trabajar en un hotel y de allí al consulado en casa de la familia Sainz de Vicuña como doncella de la Srta. Coki. Arantza, maestra en Deva, mujer inquieta, tenía que salir adelante como fuera. El hermano pequeño Iñaki se marchó a Alger  a conducir unos camiones cisterna llenos de vino, pero, cual no sería su mala suerte, que pasó a territorio español, pensando en hacer la mili, y lo llevaron a un campo de concentración a Algeciras.

La pequeña Begoña con sus primos Antoni y Ramuntxo iban a esperar en el muelle a que su tío Ramón volviera del mar para, con un cesto de sardinas repartirlo entre aquellos refugiados en peor condición, ya que el reparto económico de la Delegación del Gobierno Vasco no llegaba para todos. Un día llegó un sacerdote de Mutriku, D. José Antonio Usobiaga. Había estado en Bélgica y venía con la misión la de  llevar a los niños de los refugiados a ese país, ya que católicos belgas y flamencos estaban dispuestos a acoger a los niños vascos. Por esta razón la llevaron con otras tres chicas, hermanas del sacerdote. En París hicieron cambio de tren hasta Bruselas donde las alojaron hasta el día siguiente en un colegio de monjas hasta que vinieron a recogerles. A la pequeña Begoña le tocó la buena suerte de caerle en gracia a Hermán Frateur, canónigo de la catedral de Malinas, además de secretario de «L’Oeuvre des Enfants Basques» del cardenal Van Roey, que le llevó a un pueblo cerca de Malinas.

La cría chapurreaba el francés, el castellano, y sabía el euskera pero oncle Hermán era flamenco y le llevó a un pueblo de una familia numerosa de flamencos. Decían que la niña estaba muy delgada y como misión de aquella familia campesina flamenca su objetivo era que engordara. La cría era su orgullo y le llevaban a todas partes para animar a la gente a acoger a niños vascos. De esa forma pasó un tiempo con aquella estupenda familia yendo a la escuela y andando en bicicleta, cosa que todo el mundo hacía, hasta que un día oncle Hermán Frateur la llevó a su casa a Manilas para que fuera a un buen colegio.

No podía vivir mejor Begoña hasta que se barruntó una nueva tragedia. Hitler invadió Polonia y la segunda guerra mundial comenzó. El canónigo cogió a la niña y la llevó a Donibane Lohizune (San Juan de Luz) cargada de ropa nueva y regalos comprometiéndose a costear su colegio de pago y el uniforme, colegio que funcionaba al lado del que había ido anteriormente de forma gratuita. Es de destacar que cuando volvió de Bélgica solo hablaba el flamenco. Así, a la pequeña, una organización católica se la llevó a Bélgica. En tiempos de guerra, los niños vascos habían salido por barco, el Habana, del Bilbao sitiado a Inglaterra, Rusia y Bélgica. Pero no solo fue en aquella oportunidad. También la ayuda siguió, caído Bilbao. Itziar mi madre recordaba con  emoción cuando vio a su pequeña hermana marcharse en el tren rumbo a lo desconocido. Y es que todo habían sido separaciones, amarguras y dificultades, aunque en aquel caso se pensaba que era lo mejor para la niña. De manera casual averiguaron en lo que entonces trabajaba su padre tras lo del economato. Juntamente con otros dirigentes nacionalistas, directores, empresarios y demás: limpiaban el carbón que caía a las vías del tren. No tenían edad para otra cosa, en Francia no había trabajo, se incubaba la guerra mundial, y había que trabajar en lo que salía. Cuando se enteraron, le fueron a buscar y lo trajeron a casa.

Pero pasaba el tiempo y aquello parecía no tener salida. Llevaban tres años en situación de precariedad, con el otro hermano, Joseba, en el frente republicano de Lleida (Lérida), otro casi desaparecido, la pequeña en Bélgica, otra en un consulado y madre e hija cosiendo hasta que Itziar dijo a sus padres que había que intentar volver. «Peor no vamos a estar», les comentó. A su padre le habían puesto la astronómica multa de ciento cincuenta mil ptas. de la época. A su hermano, trescientas mil. Aquello era impagable. Sin embargo, alquiló una casa en la calle Guetaria de San Sebastián. Se acordó de los muebles de Zarautz. Fue al juzgado. Le dieron permiso para recogerlos, pero los habían sacado de la casa y llevado al lugar donde, cuando llegaban los aldeanos de los caseríos con legumbres, metían allí a sus burros. Era una cuadra.

La gente la miraba como a un bicho raro. Era el Zarautz duro de la post-guerra. El Zarautz atemorizado por el régimen. Y allí aparecía la hija del Director del Banco, con el pelo ya largo y resuelta a rehacer su vida. Alquiló un camión para los muebles. Ella lo hizo en el tren. Pudo de esta manera organizar la casa.

Pasado el tiempo lograron que el padre no pagara completa la multa, pero en el Banco Guipuzcoano no le admitieron. Se trataba de un nacionalista y era peligroso aceptar una persona represaliada. El Banco Guipuzcoano no estuvo a la altura. Alguien debería estudiar el comportamiento de  los bancos vascos y de cómo se quedaron con todas las cuentas y depósitos de los nacionalistas represaliados. Fue un robo, no resarcido. Ojalá Gogora cree una beca para estudiar este tema no tocado, y que esos bancos paguen por lo menos esa investigación. Hay miles de historias como estas, que se deben conocer pues esto ha pasado en este país llamado Euzkadi.

Quien no conoce la historia está condenado a repetirla

Sábado 7 de enero de 2023

En ocasiones, escucho entre gente decir cosas que en años no escuché, cosas como que con Franco estábamos mejor y similares (dichas muchas veces por gente joven o que pertenecían a ideologías contrarias al franquismo), ¡Que fácil  es hablar de forma frívola de las dictaduras cuando no se han vivido!,.

Esto se debe bajo mi punto de vista,

1.- a que la gente no encuentra su lugar en la sociedad y luego existe un cierto desencanto con los proyectos políticos, como puede ser la democracia u otros, pero

2.- también creo que mucha culpa de esto, se debe a que no hay un relato crítico, democrático y común (entre historiadores, colegios, universidades, medios de comunicación, intelectuales, políticos, ciudadanos de la calle, etc.), de lo que fue la II República, el golpe de estado, la guerra civil, la dictadura, la transición y la restauración de la monarquía parlamentaria, y  al no existir dicho relato común (como si por ejemplo existe un relato crítico democrático común en Alemania sobre lo que fue la Alemania nazi y la II guerra mundial), al no existir dicho relato, cada uno tiene una idea sobre lo que allí pasó (lo viviese o no) y además permite también que entre esas opiniones entren opiniones tendenciosas radicales de extrema derecha, porque como no se hizo, ni se hace, ni se va a hacer un trabajo así (como el de Alemania), pues hay lo que hay y podría incluso llegar cualquier cosa y además

3.- esto que pasa con la falta de un relato histórico democrático común, también ocurre con la falta de un concepto político democrático común sobre que es la propia democracia…, en la que como ocurría en el caso anterior de la falta de relato histórico común, cada uno da la opinión que quiere, entran opiniones incluso de la ultraderecha, todas las opiniones pesan igual (tanto del que sabe del tema, como del que no) y así pues puede acabar imponiéndose cualquier cosa, incluso atacar a principios democráticos desde el totalitarismo, en nombre de la democracia y cosas así.

Recordemos el dicho «Los que no conocen su historia, están condenados a repetirla» y como aquí, nadie sabe de nada…, pues eso…, aunque recordemos también aquel otro dicho que decía, «Cuidado con lo que deseas, que a lo peor lo consigues», de ahí la importancia de hacer bien las cosas, pero si se hacen mal o simplemente no se hacen, pues es lo que hay y aquello se puede volver a repetir: 

Sony

Emilio Olabarria recomienda este libro

Viernes 6 de enero de 2023

Emilio Olabarria, profesor universitario, letrado de larga trayectoria institucional como parlamentario vasco, diputado y miembro de la mesa del Congreso así como miembro del Consejo General del Poder Judicial, articulista, asesor  y un todo terreno de la política me ha enviado esta foto con el siguiente texto:

“He leído  con mucho gusto e interés este  libro de mis amigos  los dos Iñakis  y  en primer lugar quiero destacar que me agrada el soporte papel, porque me gusta tocar sus páginas a la hora de leer. Sobre el libro decir que lo he degustado en un santiamén porque es ameno, original, brillante y cuenta cosas con las que estoy de acuerdo y, muchas de ellas las he vivido.  Lo recomiendo”.