TENER A JUAN CARLOS CERCA, MANCHA.

Jueves 29 de junio de 2017 

Bueno, pues parece que el Emérito se ha molestado  porque no le han invitado al cuarenta aniversario de aquellas elecciones generales del 15 de junio de 1977.

El hombre tiene su corazoncito y lo considera una injusticia para su figura histórica. Responsable del 23F, responsable de una relación nada respetuosa con su mujer Sofía, responsable de amantes y cacerías, responsable de cobrar comisiones y sin que nadie sepa su fortuna, responsable  de haber sido puesto ahí por el dedo de un dictador, se considera ultrajado porque fue él, como  ha dicho, quien estaba a los mandos del camión.

Raúl del Pozo Séptico, ese columnista pelota de la Corte le pregunta versallescamente en el Mundo   si no creía que no invitarle a la conmemoración de Democracia sería como no invitarle a Napoleón a la conmemoración de la Batalla de Austerlitz. Y el tipo, creyéndose Napoleón le contesta que sí. En la pregunta y en la respuesta hay trabajo a tiempo completo para dos siquiatras. Yo, en lugar de Austerlitz, hubiera cambiado la batalla y puesto Waterloo y  su Majestad, como es un inculto de tomo y lomo, también hubiera dicho que sí. Pero lo de ayer fue su Waterloo. El día de su derrota.

Ya saben ustedes que París tiene su estación Austerlitz y Londres Waterloo. La historia es de según quien la cuenta.

Juan Carlos el Campechano es  un trasto que molesta por su conducta, por su trayectoria, por sus carcajadas sin sentido, por su borbonismo de garrafa  y ya nadie le tiene en cuenta, porque España es así, señora baronesa.

Bien es verdad que de la pifia del miércoles, tiene responsabilidad su hijo que busca que el piélago que ensucia el manto de su padre no le toque a él y por supuesto a su inmaculada  mujer.

Bonita foto para conmemorar la transición.

Lo malo es y será la pléyade  de pelotas que tratarán de desagraviarle y nos lo meterán hasta en la sopa. Y lo harán en breve.

Pero el bien, no el mal, está ya hecho.

¡Que Dios guarde al rey!. Pero bajo siete llaves.

 

UN ACTO PLANO EN LAS CORTES FRENTE AQUEL HISTÓRICO CON EL ORFEÓN.

Miércoles 28 de junio de 2017

Este miércoles se han reunido las Cortes Generales para recordar el cuarenta aniversario de las primeras elecciones democráticas, tras el fallecimiento del dictador, el 15 de junio de 1977. Y me parece muy bien. En tiempos revueltos conviene echar un poco la vista atrás para analizar el camino recorrido. Y si, además, Juan Carlos de Borbón se molesta porque no le han invitado, mejor. Sic transit gloriae mundi. Miren en que queda el motor del cambio.

Y lo celebro y me gustaría que el Parlamento Vasco, además de reconocer y recordar a las víctimas, que está muy bien y es su obligación, eche también la vista atrás, para analizar el recorrido. La historia no tiene un solo componente y aquel fue fundamental a pesar de que HB dijo en 1980 que aquellas elecciones eran para elegir un parlamentucho sin competencias y para formar un parlamento vascongado y que ellos nunca irían a él. Por eso es bueno hacer pedagogía con la historia para que la ciudadanía analice la solidez de las pretensiones de unos y otros y en que quedan aquellas ideologías de trinchera que no conducen nunca a nada salvo al enfrentamiento y a la esterilidad.

Hace cuarenta años, en marzo de 1977, en Chiberta al PNV se le conminó a no acudir a las elecciones de aquel mes de junio mientras hubiera presos en las cárceles. Les dijimos que iríamos para sacarles. Así fue. El discurso de Xabier Arzalluz se consideró el mejor de aquella primera legislatura. Tras aquella votación, no quedó un solo preso de ETA ni de ninguna sigla en las prisiones españolas. ETA se ocupó de llenar de nuevo las cárceles. Por eso a este gente tan patriota no les gusta mirar atrás ni hacer la menor autocrítica.

Tras aquellas elecciones, lo primero fue ir a Gernika, crear la Asamblea de Parlamentarios vascos y poner en marcha la reivindicación del segundo estatuto conocido posteriormente de Gernika. ETA, mientras, mataba y mataba.

En 1999 José Juan González de Txabarri era miembro de la Mesa del Congreso. Trillo su presidente. Propuso fuera el Orfeón Donostiarra a cantar en el hemiciclo. Se aprobó. En los escaños estaban Suárez, Arzalluz, González, Fraga, Guerra… y un largo etcétera. Fue un puntazo. Nada parecido al soponcio de hoy ante un panorama que ha cambiado de manera total y si bien es cierto que el acto ha sido una pequeña feria de vanidades, sobre todo porque van los reyes y todos quieren un selfi con ellos, recordar que ahí empezó a funcionar una blanda e incompleta democracia, no está mal. El sistema requiere también su liturgia y ya vemos lo que da de sí llevar bebés al hemiciclo, bautizar a los demás como la casta, besarse en exhibición pública y otras delicias de hace dos años, hechas por un Podemos que pronto se ha dado cuenta que ese camino no lleva a ningún sitio.

Es preferible el Orfeón Donostiarra cantando canciones internacionales y en euskera, gallego y catalán en la Casa de los Leones que escenitas del Café de Chinitas.

Por otra parte creo que el Parlamento Vasco, la última vez que hizo un acto parecido fue recordar un aniversario, no recuerdo cual, con un discurso de Nestor Basterretxea, autor del símbolo que está colgado encima de la Mesa. Aquello me pareció algo desorbitado   hecho por gentes, quizás bien intencionadas, que creyeron que la política es una mera anécdota. Yo no fui ante aquel disparate. No se encontrará en los anales de hechos conmemorativos de una institución, que el discurso principal fuera el de quien dibujó su símbolo, trabajo que, por cierto, fue muy bien pagado. Se puede incluir en el programa, pero no convertirlo en su parlamento principal si quieres que a tu parlamento se le respete como lugar de leyes, de debates, de encuentro, de referencia histórica, y no de anécdotas escultóricas.

Confiemos que en 2020, sea quien sea el que esté al frente de la institución, y cuando el parlamento vasco cumpla cuarenta años, se hagan las cosas con fuste y quede para las nuevas generaciones el relato de una lucha democrática seria para ir fortaleciendo con competencias consistentes a un recién nacido que en sus balbuceos no tenía ni tan siquiera sede, aunque si una parte de sus representados lo despreciaba, mientras apoyaban una enloquecida lucha armada.

Queda mucho por hacer. En dicha sede í falta Navarra e Iparralde, pero las dos terceras partes de los vascos tienen en Gasteiz su sede representativa. Y queda crear una Asociación de Parlamentarios Vascos que en su día no se pudo hacer, pero que hoy es inexplicable no exista.

 

Y AJURIAGUERRA COGIÓ EL NEGUS

Martes 27 de junio de 2017

Una entrevista de Iban Gorriti. Fotografía Oskar Martínez

Las claves

“Hay dos pactos, el de verdad y el virtual, el que nos ha presentado la ‘caverna’ española.”

“La historia la escribe el vencedor y se la cree el vencido; y mucha responsabilidad es nuestra”.

Koldo San Sebastián e Iñaki Anasagasti quieren acabar con la historia contada por los vencedores y por eso publican un libro sobre la verdad del Pacto de Santoña.

Bilbao. El exdiputado Iñaki Anasagasti y el periodista Koldo San Sebastián han presentado esta semana lo que califican como la “verdad” de un episodio histórico difícil que ellos titulan como El otro Pacto de Santoña (Catarata, 2017). “Como jelkides nos sentimos muy orgullosos de lo que hicieron nuestros mayores”, su-brayan lo autores.

El título ‘El otro Pacto de Santoña’ puede hacer pensar que hubo dos.

-K.S.S. Sí, hay dos pactos. El de verdad y el virtual, el que nos ha presentado la caverna española y ciertos historiadores a la violeta que sin datos, atribuyen aquel pacto a una traición. Y si hubo alguna traición fue la de la República hacia unos vascos que se defendían sin artillería, sin balas, sin aviones, sin fusiles, con el bloqueo de sus puertos y con un Mola que bombardeaba un día sí y otro también, y, a pesar de eso, les costó tres meses llegar a Bilbao y cubrir esos 45 kilómetros. El hecho de que casi cinco mil niños tuvieran que marcharse te dice la brutalidad de aquella guerra, con 600 bombardeos y un loco como aquel asesino de Mola que nos dijo “si no os rendís, arrasaré Vizcaya. Tengo medios sobrados para hacerlo”.

Resuman cómo fue, qué ocurrió en su forma de ver el Pacto de Santoña.

-I.A. Fue la manera de resolver airosamente una derrota militar y tratar de salvar a los responsables habida cuenta del salvajismo de los militares sublevados. Los vascos y los nacionalistas no nos habíamos sumado a una cruzada, habíamos apostado por la legalidad republicana, por los rojos, y eso había enfurecido a Franco y sus militares porque rompía esa imagen de “alzamiento en defensa de la religión” y, sabedores de su odio prefirieron rendirse ante unos italianos que buscaban un éxito militar, sabiendo, como dijo el lehendakari Aguirre que se había perdido una batalla, pero no la guerra. Lo malo es que el pacto, ante la presión de Franco, fue traicionado por los italianos que entregaron a los vascos, aunque hicieron de mediadores para que los españoles no se ensañaran demasiado.

¿Y por qué Santoña?

-I.A. Fundamentalmente por la cárcel del Dueso, pues el pacto nunca se firmó y se negoció en varios lugares. Se podía haber llamado el Pacto de Laredo, el de Ajuriaguerra-Cavalleti, el vasco-italiano, pero se ha quedado como el Pacto de Santoña y a mí el libro me hubiera gustado llamarlo “Y Ajuriaguerra, volvió”. Aquello ejemplifica como nada la cercanía, el concepto de la lucha común entre los burukides del PNV y los gudaris. Siguieron su misma suerte en la cárcel y ante los pelotones de fusilamiento como Florencio Markiegui alcalde de Deba y el burukide Ramón Azkue, jefe de Eusko Gudarostea. Ajuriaguerra fue condenado a muerte y salvó la vida por un pelo, pero estuvo seis años en la cárcel.

¿Qué aportan en este libro?

-I.A. Pues cuarenta años de relación, de hablar con muchos responsables hoy fallecidos, de coger un papel por aquí y otro por allá, de documentación de Santiago Aznar y Ajuriaguerra, de la lista de los fusilados en Santoña, de cartas, de un trozo de paracaídas alemán, de hablar mucho sobre esto y leerlo todo, sobre todo los ataques que se le han hecho a dicho pacto. Y en esto llevamos cuarenta años recopilando datos.

Se le acusa al Gobierno Vasco de no destruir las fábricas de la Margen Izquierda.

-K.S.S. Tiene gracia. ¿Lo hicieron en Madrid, en Barcelona, en Gijón, en Santander…? ¿Por qué los vascos tenían que destruirlo todo para que la población al día siguiente pasara hambre y se llevaran esas industrias a otros lugares. Y eso fue un acuerdo de la última reunión del Gobierno Vasco, con representantes de todos los partidos, desde el PC, hasta el PSE, pasando por los republicanos y el PNV. Aquel Gobierno funcionó tan bien y tan en sintonía que eso es lo que tienen que criticar. Eso es lo que hicieron por encargo del Gobierno Leizaola, Aznar y Astigarrabia. A este el PC quiso convertirlo en chivo expiatorio, pero estuvo a la altura.

¿Puentes de Bilbao sí?

-I.A. Habíamos tenido un traidor en el Cinturón de Hierro, Alejandro Goicoechea que dio los datos de por dónde había que entrar y por allí entraron, y había que impedirles la comodidad de la entrada volando los puentes que fueron reconstruidos prontamente. Y aunque la Universidad de Deusto en un acto, sin apenas publicidad, acaba de reconocer el gesto de Leizaola de impedir la voladura de toda la Universidad y su biblioteca, siguen sin darle el nombre de Leizaola a nada. Yo se lo pedí al rector Oraa, en relación con la nueva biblioteca y me mandó a paseo. Eso en otro país no ocurre.

Al Hospital de Urduliz se le puso el del consejero Alfredo Espinosa…

-I.A. Eso consta en el hall, pero desde el médico jefe a la última enfermera le llaman Hospital de Urduliz y no de Espinosa, cuando la conducta de este hombre fue ejemplar. Volvió a estar con el Gobierno Vasco desde Baiona pero el aviador Yanguas le traicionó aterrizando en la playa de Zarautz, lo fusilaron y antes de morir le escribió al lehendakari Aguirre una carta memorable. Solo por eso se debía insistir en que se le llame Espinosa al hospital, como al Ramón y Cajal, se le llama Ramón y Cajal, pero aquí no hay el menor sentido de la historia, aunque Azkuna le dedicó una calle en Miribilla, pero apenas se le ha recordado en el 80 aniversario de su fusilamiento este miércoles pasado. Aquí si no hablas de presos estás en barbecho.

¿El libro no lo publica una editorial vasca?

-I.A. No, porque nos pasamos hablando de identidad y la historia le interesa a muy poca gente. Y si un político no tiene perspectiva histórica, no debería dedicarse a la cosa pública. Pregunta tú a políticos vascos sobre Santoña y te dirán cuatro generalidades. Ni lo saben, ni les interesa y eso hace que leer cueste tanto y editar mucho más. Hemos editado el libro en Catarata que te lo distribuye de cine, pero a la que hemos tenido que comprarle de antemano algunos libros y en eso nos ha ayudado. Alguien más sensible que los demás, porque si tocas la puerta de la administración que se gasta en una recepción lo que cuesta la edición de dos libros de estos, te vas a encontrar con la puerta en las narices. Y lógicamente nosotros no cobramos nada, sino que ponemos dinero de nuestro bolsillo.

¿Qué lección sacan, por lo tanto, de Santoña?

-I.A. Mira, la historia la escribe el vencedor y se la cree el vencido. Y hasta ahora ha sido así. Y mucha de esa responsabilidad la tenemos nosotros. Decía Dulce Chacón que somos hijos del silencio de nuestros padres y responsables de la ignorancia de nuestros hijos. Y nosotros nos rebelamos ante eso, aunque en plan llanero solitario. Santoña es una historia triste pero de una nobleza sublime. Ahí tienes mucha miseria, pero mucho más el honor, la valentía, la denuncia ante el irrespeto a la palabra dada, la solidaridad, el odio franquista al nacionalismo vasco, la irresponsabilidad republicana, y lo orgullosos que como jelkides nos sentimos de nuestros mayores.