Los datos turísticos del año van de récord. Inestabilidad en Turquía, Egipto, desasosiego en París… el resultado es que hasta en Bilbao da al ojo la circulación turística mapa en mano.
“Entre la Mallorca que viví en los setenta y la que conozco hoy hay muchísimos cambios, pero el más aparente es que en la zona donde yo vivía ya no hay población autóctona”, me dice un mallorquín exilado voluntariamente. El turismo con su mayor poder adquisitivo y nuevas formas de consumo, la ambición de algunos propietarios e inmobiliarias y el afán institucional por explotar la gallina turística de los huevos de oro, ha exiliado a los antiguos inquilinos a lugares más económicos, arrastrando de paso al comercio tradicional de la zona a la desaparición sustituido por multinacionales y franquicias. Mallorca es solo el epítome de otros muchos lugares de esto que podríamos llamar gentrificación.
He turisteado por varias ciudades y como turista disciplinada he acudido a los lugares recomendados en las guías: catedrales, murallas, castillos, museos, centro histórico, restaurantes típicos… todos, o casi, los que por allí pululábamos éramos foráneos. En las catedrales y museos cobran por entrar y casi hasta por rezar, de modo que el turista por una vez paga, pero el de la ciudad prefiere rezar en iglesias gratuitas. Los restaurantes eran muy típicos y la comida muy de la zona, digo yo, pero en las mesas contiguas solo escuchaba alemán, inglés, catalán, francés, mil acentos diferentes del castellano y hasta euskera… todos los verbos y acentos menos el de la zona que exclusivamente utilizaba el camarero/a y no siempre, porque rumanos y marroquíes son más baratos. En las calles del centro anunciaban cosas “típicas”, pero los comercios tradicionales brillaban por su ausencia y los carteles se vende/alquila o traspasa resultaban habituales, tanto como la presencia de flamantes franquicias igualitas en todas las ciudades. Comercios donde muchos ciudadanos (muchos mayores y pensionistas) no pueden comprar, por lo que han tomado las de Villadiego. “No les importamos; de hecho nos querrían ver en el centro histórico turístico como figurantes en un barrio/parque temático, vestidas de serranas disfrazadas de nosotros mismos para las fotos de los turistas”, zahiere con sorna una ciudadana del común.
Pero no todo es negativo, porque el turismo-plaga gentrificador tiene su aspecto de negocio/motor económico: los turistas consumen y dejan dinero que genera puestos de trabajo. Pero claro, trabajo al gusto y cadencia del turismo que es voluble y dependiente de múltiples factores; si algún día sopla otro aire el negocio se volatiliza y entonces nos acordaríamos de la producción propia.
Ahora que por Bilbao ya es frecuente que un turista te pregunte mapa en mano por donde ir a El Arenal, recuerdo aquello de “cuando veas las barbas de tu vecino pelar, pon las tuyas a remojar”, o ¿tal vez sería mejor dejarse mallorquinizar?