SI el Bilbao de hace dos décadas y su entorno fueran una persona no sé lo que soñaría hoy día, acaso que ella misma es el sueño.
Recuerdo las estaciones de autobuses desperdigadas por todo el Botxo y tener que coger un autobús en Henao para ir a Vitoria-Gasteiz, otro en Autonomía (antes Gregorio Balparda) para hacerlo a Villarcayo y otro en la plaza de la Encarnación para acercarme a Ondarroa. Por eso, cuando el pasado viernes veía las colas de curiosos y usuarios en la nueva estación intermodal de autobuses, “más parece un aeropuerto” decían, me impactó este nuevo cambio como otra muestra más de la velocidad a la que se trasforma Bilbao. Me imagino que cuando desde el mismo lugar se acceda al AVE (si termina volando hasta la Villa), estaré aún más impactada.
Ya no puedo ver romper como lo hacía de niña las olas bravas de mar abierto en el espigón de Santurtzi y a lo lejos en el exterior del puerto, Zierbena. Ni pasar todos los días de Portu a Las Arenas y viceversa sin turista alguno maravillándose de la estructura férrea del ingeniero Palacio;ni las largas colas esperando en el puente de Deusto;ni los humeantes Altos Hornos en Sestao y Barakaldo y las botaduras en los astilleros Euskalduna de Bilbao o Celaya bajo el actual puente Rontegi…
Pero mi nostalgia no añora en exceso el pasado y cuando fui testigo del acuerdo para traer el Guggenheim a Bilbao firmé mis crónicas posicionada a favor, mientras muchos y muchas que ahora sacan pecho pensaban que era un despropósito, una bilbainada sin futuro alguno. Por eso me alegro de su éxito y de que se celebran eventos internacionales como las finales europeas de rugby, el encuentro The World’s 50 Best Restaurants, la Vuelta Ciclista a España, los Premios Europeos de la Música MTV EMA 2018 y otros muchos actos de atracción mundial. Hasta la selección española de fútbol jugará tres partidos de la próxima copa de Europa 2020 en San Mamés con polémica incluida;y aunque me importe un comino el balompié y prefiriera a la selección de Euskadi, tampoco hago ascos a que el tirón del balón deje sus buenos dividendos en el Botxo. Todos parecen querer venir a Bilbao y si invitas a un amigo/a comprobarás que acepta encantado. Bilbao tiene duende con nuestras calles llenas de turistas (o visitantes), admirando a Puppy y el titanio del Guggy, fotografiándose junto al Bizkaia zubia, ascendiendo a Gaztelugatxe o deambulando entre un buen surtido de pintxos por el Casco Viejo.
Pero disfrutar de este sueño de “oasis económico-social vasco” no puede ocultarnos la otra parte del espejo, las 334.000 personas en exclusión social en Euskadi con 90.000 como “sociedad expulsada” en situación crítica. Todavía no somos Venecia, ni Amsterdam ni estamos copados como Baleares o Barcelona, pero en nuestras zonas “turistizadas” los precios de restaurantes y comercios se han disparado, la vivienda es inasequible para el joven autóctono y se me hace raro solicitar vez para subir al puente colgante o visitar San Juan de Gaztelugatxe… Bienvenido sea el campeonato de Europa y demás eventos con sus beneficios, pero que no sean la gallina sobreexplotada de los huevos de oro, porque del sueño podríamos pasar a la pesadilla.nlauzirika@deia.eus