ADIO, agur irakurle maitaleok, bihotz bihotzetik. El tiempo pasa volando y aquel uno de julio de 1977 ascendiendo por primera vez las escaleras a la redacción de DEIA en Bolueta queda tan lejos/tan cerca a la vez como el tránsito de los veinte años del bolero, pensando que es un soplo la vida. Son tantos los años compartiendo con ustedes mis queridos lectores estas líneas al calor de los lunes, que despedirme sin dolor sería un trasplante de corazón sin derramar una gota de sangre. Así que, en este trasplante hacia otra dimensión vital lo que espero es no quedar exangüe y para eso me llevo mis recuerdos, porque como recapitulaba el poeta americano William Merwin, «lo que recuerdas es lo que te salva».
Entre las mejores @desdeotramirada
Podría intentar salvarme atesorando recuerdos de cosas materiales como los libros escritos, los premios recibidos o los reconocimientos profesionales, pero no, porque mis recuerdos salvadores están en las personas que he podido conocer a través de esta magnífica y casi nunca bien reconocida profesión de juntaletras de la que durante cuatro largas décadas he hecho mi pasión. Todavía me emociona releer la dedicatoria personal de Aita Barandiarán o la del Dalai Lama; o recordar las largas charlas con Suárez o las entrevistas con todos los lendakaris, iniciadas con Leizaola, o con los/las consejeros de Sanidad o con todos los Ararteko que han sido; no puedo olvidar a José María Gorordo, impulsor de mis incipientes pasos periodísticos, ni a Iñaki Azkuna que me apadrinó en el apasionante mundo de la información científica y sanitaria. En esta lista podrían entrar muchos científicos, escritores, artistas, deportistas, políticos…, personas tan importantes que ya son personajes de la Historia, con mayúscula. Pero en realidad, en mi kolko más íntimo, a quienes no puedo olvidar es a los centenares de médicos, enfermeras, personal sanitario y científicos que me han prestado todos estos años sus saberes para que yo fuera su voz, mejor dicho, su pluma-altavoz. Honor que me han hecho hasta premios Nobel como Yamanaka, Allison, Nordhaus o Patapoutian.
Menos aún olvido a tantas y tantas mujeres que han depositado en mí su confianza para trasmitir sus denuncias, su dolor, sus quejas y sus demandas, gracias a las que ha cambiado, mucho y a mejor, la situación global de la mujer en las últimas décadas. Me llevo los pequeños recuerdos de las intrahistorias de un mundo que hace unas décadas fue nuevo para mí, el de la cooperación, que hoy es parte de mi sentir diario. Benín, Burkina Fasso, Sahara, Ghana, Camerún, Eritrea, Ruanda… no son países en el mapa, sino caras con ojos de personas concretas que me hablaron de sus realidades, ilusiones y esperanzas, personas que aspiraban a vivir una vida. Aunque en mi corazón permanezcan todas, unas están más presentes, porque algunas de las que portaban esos ojos que todavía me miran fueron asesinadas en la guerra de Ruanda de 1994. Todavía me respira acelerado el corazón al recordarlas.
Algunas de las citas que hago son grandes y como tal pudieran parecer las más importantes, pero al echar la mirada atrás reflexiono con el escritor Frank Clark «todo el mundo trata de realizar algo grande en su vida, sin darse cuenta de que la vida se compone de cosas pequeñas»; reconozco que Clark toca de cerca la diana de mi realidad. Porque si en mi lista de despedida están todas esas cosas, los recuerdos que de verdad me llevo son el café de cada día compartido con los compañeros, el pitillo de cuando fumaba, la discusión con aquel otro, las prisas de última hora, el artículo de alcance que no llega, la entrevista que no cuadra, la dedicatoria del diagramador Fernando al diseñarme mi última maqueta del periódico diario, la cálida despedida de Maite(s), de Juan Carlos, de Olga, de Sandra, de Arantza, de Rosana, Alazne, de Juanjo Baños (aunque sea el superjefe)…, y así de una larga lista de quienes han sido compañeros/as, pero sobre todo, amigos del caminar por las cosas pequeñas que son los recuerdos que nos salvan…, porque todo pasa menos esos recuerdos. Incluso si a alguno ofendí con el olvido, que reciba mis disculpas en el recuerdo salvador
Adio, agur, bihotz bihotzetik.
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