Una de cada cuatro chicas de 16 a 18 años sufre violencia psicológica de control por parte de su pareja; control directo físico o control de sus relaciones digitales, pero control a fin y a la postre. Tal vez por ello, en lo que llevamos de año se han detectado un 17,7% más de delitos contra la libertad sexual que en 2020. Me inclino a pensar que ambos datos estén relacionados. Y por darse entre jóvenes me hace ser más pesimista y preguntarme qué estamos haciendo mal, o no haciendo, los mayores.
Como siempre que llegan fechas recordatorio como ésta del 25N, Día Internacional de la Eliminación de la violencia contra las mujeres, no puedo dejar de pensar y, sobre todo sentir, que la mejor celebración sería que no existiera porque ya no fuera necesaria. Pero la realidad es que, en Euskadi, de enero a septiembre ha habido dos asesinatos, Conchi en Sestao y Erika en Gasteiz, para dolor en nuestra memoria; y se han denunciado 4.003 delitos con 3.265 mujeres víctimas de violencia de género, solo por el hecho de ser mujer. En tan solo nueve meses.
La semana pasada, organizada por la Asociación Mujer Siglo XXI, he disfrutado de la Cumbre en Bilbao de Mujeres Empresarias, Directivas y Profesionales del Arco Atlántico: Aquitania, Navarra, Galicia, Asturias, Cantabria y Comunidad Autónoma Vasca; mujeres empoderadas, líderes en sus respectivos campos profesionales, que se replantean de continuo cómo ha de ser su presencia en la esfera de lo público, empezando por incrementar su participación, porque de media solo representan el 30% del total de ejecutivos; por eso empujan con fuerza en pos de la igualdad real en todos los campos de la actividad profesional.
Frente a este empuje de estas mujeres tan bien preparadas y claves en el desarrollo socio-económico de nuestro entorno, está el lado oscuro de las 5.038 mujeres que en la Comunidad Autónoma Vasca necesitan vivir con protección policial, 61 de ellas con escolta permanente 24 horas al día, sin olvidarnos de los más de 60 hombres que han de llevar pulsera de localización para evitar que reintenten el maltrato físico, las injurias, las vejaciones o algo peor sobre sus parejas o ex.
Vivimos tiempos de incertidumbre, de postpandemia, de crisis energética, de cambio climático, sin olvidarnos de la inmigración económica, de los 65 millones de refugiados políticos, de la ocupación manu militari de Palestina, del Sahara, del Tibet…, pero en este siglo XXI la violencia contra las mujeres sigue siendo una herencia lacerante contra el 50% de la sociedad, no contra un grupo marginal, sino sobre la mitad de la humanidad. Todos esos riesgos citados son ciertos, tanto como que el 50% vivamos bajo el riesgo de una mayor vulnerabilidad ante la violencia por el mero hecho de ser mujer, un riesgo contra el que hay que seguir clamando.
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