El burka de la presunta igualdad

Con la manifiesta desigualdad que todavía padece la mujer incluso en sociedades desarrolladas, abocamos el ocho de marzo con el preludio de una sentencia, cuando menos sorprendente, del Tribunal Supremo, que arguyendo la libertad religiosa de la mujer arroja un velo aun más tupido sobre la esperanza de que la igualdad en libertad tenga visos de alcanzarse.

Es sabido que en nombre de la libertad se cometen los mayores atropellos y que más pernicioso que los crímenes de los perversos es el silencio de los buenos, trucados en cómplices. Bajo este silencio estruendoso entiendo la sentencia que permite el uso del velo integral, pretextando que su prohibición limita el ejercicio de la libertad religiosa de la mujer; van más allá los altos magistrados al aducir que las medida prohibitivas, además de no ser en absoluto necesarias para proteger a la mujer, podrían provocar el efecto perverso de negar la integración en los espacios públicos a la propia mujer.

Como si con el burka vieran y fueran más vistas, oyeran y fueran más oídas. Preguntaría al alto tribunal si aseguran esto sabiendo que de no salir enmascaradas/encarceladas sus señores maridos/dueños y amos no les dejarían salir a comprar, a la escuela, al médico… Cruel reconocimiento de la realidad desigual. Sarcástico su magistral desconocimiento del islam, endosando a la respetable religión musulmana lo que es producto de una sharia de fanáticos impuesta para aherrojar a la mujer. A quienes toman el nudismo como religión de vida, ¿les permitirían estos mismos jueces ir desnudos por las calles? En aras de su libertad religiosa ¿por qué no?

Avalando el uso de este sudario de la dignidad humana bajo la justificación de la libertad religiosa, podrían permitirse también azotes, la ablación del clítoris o la yidah contra el infiel; y cambiar la fiesta semanal al viernes y las vacaciones de semana santa al albur del ramadán; y por qué no poner médicas sólo para musulmanas o abrir las piscinas municipales en horarios exclusivos para ellas, mientras ellos regodean sus ojos en cuerpos en bikini. De paso, que no condenen a quienes arrojan una cabra desde el campanario en la fiesta patronal aduciendo libertad religiosa.

 Al juzgar la igualdad, tal vez deba recordarse que en la empresa privada la mujer trabaja 59 días al año gratis, consecuencia de su menor salario a igual categoría. En sus doscientos años el Tribunal supremo nunca tuvo una presidenta; también podría pasar por costumbre religiosa.

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