El hatillo del hambre

 

 

Hace unos meses los obispos vascos en una reunión con adinerados de Neguri les solicitaron su contribución económica para financiar la vista de Benedicto XVI a Madrid. El boato organizativo –infraestructura, medios de comunicación, transporte, recepciones oficiales…- rodea a una visita que bajo bandera de hacer Iglesia moverá un montante turístico-económico de más de 50 millones euros. No tenemos noticia de que les hayan pedido tamaño estipendio para que no mueran de hambre en Somalia. En pleno centro de la maravillosa París, junto a la torre de san Jack, proporcionan comida y bebida a los sin techo; son unas decenas de menesterosos y como en otras ciudades europeas es una situación puntual y controlada, porque frente a las hambrunas históricas, desde mediados del siglo pasado en Europa las necesidades básicas de alimentación más que cubiertas están sobresaturadas; de hecho rozamos una epidemia de obesidad inmisericorde en niños/as, quienes probablemente serán adultos obesos. Como consecuencia de nuestra propia saciedad, en el reparto de calorías-proteínas-vitaminas se nos ha olvidado que lo que aquí tomamos de más en otros lugares lo tendrán de menos. Hoy, en Somalia y en los campos de refugiados de Kenia son más de cuatrocientos mil los que aspiran a tener agua y comer al menos una vez al día. En este tercer mundo lo que para nosotros puede ser un mero riesgo evitable, pasar hambre, para ellos es un peligro mortal. Será por la guerra alentada desde occidente -las armas son buen negocio-, por la sequía o por la manipulación geoestratégica de la producción alimentaria o por las malas cosechas en cultivos mono-cerealistas impuestos desde multinacionales… el resultado salta a la vista, comemos frente al televisor mientras de fondo escuchamos que centenares de miles de refugiados somalíes carecen de todo y que cada seis minutos muere un niño “de hambre”. Mientras glotoneo mi comida cambio de canal y contemplo el alborozado divertimento-recibimiento que Madrid dispensa al Papa católico-universal. No es que estemos lejos de cumplir los objetivos del milenio, sino que retrocedemos y cada día son más quienes a la malnutrición endémica añaden ahora la hambruna puntual, aunque en el mundo se produzca hoy más que ayer. Conocemos a tantos religiosos/as que están dando el callo para que el hambre no se lleve esas vidas que la incongruencia de la parafernalia de la visita papal es un insulto al hatillo de supervivencia de esos apóstoles.

Morir en balde, morir de balde

 

La muerte no es una extraña ni su presencia una anécdota, pero cuando hace unos días nos dejaba para siempre una conocida recientemente jubilada, aun conociendo su cáncer galopante, ha partido entre el escozor amargo por el escaso margen que la parca le había dado para disfrutar de ese suplemento de vida tras la jornada laboral. En el extremo casi opuesto del arco vital será muy difícil que unos padres asimilen la muerte de su hija adolescente atropellada. Pero aunque éstas sean muertes y muerte en sí mismo sea dolor, podemos endosarlas al elenco de lo inevitable, sea por enfermedad, sea por edad avanzada o bien por accidente fortuito. No es 8 de marzo ni 25 de noviembre y por eso el recuerdo es más agudo, porque escuchamos a la madre de Nagore Lafarge y no acertamos a ver el porqué de su muerte, ni a dar explicación alguna al asesinato de Rosario Román la semana pasada en Hernani, ni el de la joven barakaldesa Cristina Estebanez, ni al de Yanela en Beriain (Navarra), ni a los acaecidos en Madrid, Barcelona, A Coruña,. Durango … a lo largo de este año, porque en cada uno de los 38 casos de asesinadas a manos de sus parejas o ex, ha habido una dejación activa en el cumplimiento de las leyes de protección, en la ejecución de los acuerdos judiciales, en la salvaguarda de las amenazadas y en el control y vigilancia de los agresores, porque en la mayoría de los casos, los asesinos eran verdugos de repetición ya condenados por maltrato y amenazas. Todas estas muertes eran evitables por previsibles, pero aun con el cúmulo de magníficas leyes de protección de la mujer… el asesino ha llegado hasta donde los guardines de ley le han permitido. Ni enfermedad ni accidente, ni edad provecta ni fatal casualidad… vil asesinato en crónica de una muerte anunciada. Ahora toca llorar y lamentarse, pero aunque las elegías tras la muerte de una persona queden muy bellas, la realidad es que quien se va ya no vuelve. Me gustaría ser Jorge Manrique para darle suficiente esplendor lírico a la carga emotiva de mi modesta prosa, pero no soy más que una juntapalabras que tan solo aspira a que la última asesinada sea de verdad la que cierre la lista y no la penúltima como trágicamente hasta ahora viene sucediendo.

Riesgos de lujo

Hace una semana decretaron una alarma por ascenso de temperatura que hace unos años no hubiera pasado de ser calorina asociada al solsticio de san Juan. Todavía está en la memoria cercana colectiva la alarma (alarmista) por el riesgo del recombinado-H1N1 y su patología, la gripe A.

Antes fue la gripe aviar y alarmas varias por riesgo terrorista, luego alertas de epidemias y pandemias. Anteayer fue el enésimo aviso sobre la creciente obesidad infantil, pandemia de grasa expansiva que acolcha a la población escolar y que seguramente incidirá en la salud del niño/a hoy pero sobre todo en la del adulto mañana, con el lastre repercutido en la  atención cardiovascular, hipertensión, diabetes…

Tenemos la penúltima alarma de riesgo en el mercurio en acelgas, espinacas y pescado azul (¡ay, sabroso bonito!). Sufrimos bajo la suspicacia de crisis económica y sus secuelas: paro, pérdida de bienestar, futuro incierto…; soportamos alarmas de riesgo de accidentes laborales, de tráfico, por inundaciones y/o fenómenos atmosféricos; el riesgo cierto del efecto invernadero y cambio climático con secuelas de que desaparezcan anegadas las islas coralinas Tuvalu del Pacífico en una/dos décadas o la amenaza algo más retrasada para las Maldivas…

 Según el filósofo Innerarity, en nuestra sociedad vivimos todo esto casi muertos de miedo, a pesar de que los peligros más reales y altamente probables de muerte de hace uno/dos siglos (guerra, epidemias, infecciones, falta de asistencia y alimento…) se hayan reconvertido hoy en meros riesgos como los arriba citados consecuencia de nuestro desarrollo; por cuya causa vivimos en una inseguridad como nunca antes, huyendo hacia adelante con total falta de confianza.

 Tal vez junto a esta carencia de confianza tampoco tengamos una correcta administración de la incertidumbre globalizada ni una gobernanza mundial con la suficiente y necesaria mutualización de la soberanía de los estados que permita solventar no sólo esa carencia, sino también problemas concretos como la crisis económica de Grecia (en realidad, es de todos) o la desaparición de las Tuvalu, que también debe ser tomado como un problema global. Es probable que estemos todavía viviendo el mundo de ayer y no hayamos dado aún con nuevas teorías de interpretación de lo que está sucediendo, cuyo uso nos permitiría por ejemplo atender a los indignados, eliminar la prima de riesgo económico e impedir la desaparición de las Maldivas. So pena de que el propio desarrollo nos devore junto a estos riesgos de lujo incluidos.

Felicidad en tiempos de crisis

Confirmado: «el dinero no compra la felicidad«. Aunque hayamos visto nuestras calles bien concurridas por «indignados», en la última encuesta del Instituto Coca-Cola el 69% de la ciudadanía se declara feliz aun en la actual depresión económica.

Este sugerente 69% es feliz con la familia, amigos y compañeros de trabajo, le gusta conocer y ayudar a otros y disfruta de sus hobbies. Por su parte, en la Universidad Victoria (Wellington, Nueva Zelanda) han publicado un megaestudio sobre 420.000 entrevistas realizadas en 63 países durante 40 años, donde concluyen que la libertad y la autonomía personal son mucho más importantes para el ser humano que el dinero.

 Para llegar a tan sesuda afirmación, aserto del antiguo adagio popular arriba citado, han utilizado indicadores del bienestar cotidiano como el estrés, la ansiedad y la salud psicológica; en la conclusión final se presenta el dinero como imprescindible para garantizar cierto bienestar al proporcionar necesidades básicas de alimentación, vivienda y salud, pero que conseguido éste, pierde toda su importancia, ergo no sirve para comprar la felicidad. Muy por delante del dinero en el camino hacia la felicidad, se citan la autonomía (capacidad para hacer sin dependencia) y la libertad de decidir, es decir, el dinero proporciona la autonomía, pero es ésta la que garantiza la felicidad.

De ser cierto todo lo anterior, son sorprendentes los datos del Informe sobre la riqueza en el mundo de Merrill Lynch y CapGemini. Destaca que el número de ricos -más del millón de $- en todo el mundo superó en 2010 los 10,9 millones de personas (8,3% más que en 2009); pero no sólo han aumentado los «ricos normales«, sino que los «asquerosamente súper ricos» son 103.000 -aumentan el 10,2%-, y sus súper fortunas se han incrementado un 11,5%.

No importa que expertos como el economista Nicholas Stern avisen de los desafíos a futuro: cambio climático y pobreza, porque esos ricos siguen atesorando 43 billones de $, evidentemente mucho más allá de lo que se necesita para cubrir el bienestar básico. Sólo el Estado es excepción en 2010: de 143.000 ricos el año pasado se ha retrocedido a 140.100, así que desde 2007 se han perdido en el camino un 14,5% de grandes fortunas hispanas. Puede que de esta mengua surja la felicidad ciudadana del 69% en tiempos de crisis ¡Qué aprendan los ricos del mundo a ser felices de verdad!

Reclamaciones a terceros

Desde hace años y prácticamente en todas las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas-CIS el paro figura como preocupación más acuciante de los ciudadanos/as (para el 84%), pero aparentemente no parece haber responsabilidad en primera persona: ora empresarios ora el gobierno, tal vez la banca o una etérea injusta sociedad discriminatoria, pero casi nadie se presenta como parte alícuota del problema.

Los mismos encuestados (el 47%) citan la economía como «coco malo«, pero el escamoteo del IVA en facturas y contratos B o directamente sin declarar representa el 22% del PIB en mercadeo negro-oculto y aunque todos sepamos dónde está, aparece como ejecutado por extraños ajenos a nuestro entorno social, no por mí misma, el albañil o el tendero del barrio; nadie da a entender que él viviera alguna vez por encima de sus posibilidades, ni que se endeudara más de lo razonable para «hacer negocio» comprando segunda vivienda en un «tocomocho» donde iba de listo, ni que alguien pidiera crédito para irse de vacaciones … no, no, nada de esto, sino al contrario, miramos a inmobiliarias y a bancos (los presuntos «tontos del timo») junto con los políticos como responsables únicos, como si ninguno de los encuestados hubiera jamás entrado ni por asomo en el juego del engaño mutuo. En esta lista de imputaciones a terceros otra constante ya clásica es la clase política (un 22% así lo percibe), los políticos en sí mismos son un problema.

La crisis económica, la falta de lluvia en mayo, la burbuja inmobiliaria, el guirigay sobre el examen de química en la Selectividad, el paro, las acampadas de indignados, el eclipse lunar, el déficit de infraestructuras, que algunos pepinos amarguen aun sin Escherichia coli, la escasez de ayudas sociales, que no gane el real Madrid… con razón real o no, todo, casi todo, se echa a la mochila de políticos y hasta es posible que como tótem social deban estar en el candelero público, pero de ahí a utilizarlos de chivos expiatorios tapadera de nuestras propias desnudeces…. No porque los empresarios, banqueros y políticos me caigan bien, mal o vayaustedasaber, sino porque siendo apenas unos 80.000 los políticos profesionales que viven-comen del pesebre público, es difícil aceptar que la culpa sea sólo suya mientras 44 millones somos conspicuos ciudadanos intachables diciendo ¡yo pasaba por aquí! Lo cierto es que releyéndome yo también dirijo mis indignadas reclamaciones a terceros ajenos.