La muerte clandestina

EN nuestra sociedad consumista y sumamente vitalista, con anuncios para mayores protagonizados por “seudo-viejos” que más parecen cuarentones canosos y treintañeras algo ajadas, está claro que hemos optado por vivir de espaldas a la muerte. Como si esperásemos esa “muerte de la muerte” que J. Cordeiro y D. Wood anuncian para el 2045. La muerte se ve cada vez más como el final, sin trascendencia posterior, quizá consecuencia del hedonismo imperante tras el abandono paulatino de las creencias religiosas;y como muestra, Hallowen sustituyendo al día de difuntos. Muerte aséptica en el hospital, mortaja por tanatopractor, velatorio en el tanatorio, funeral sin cuerpo presente, incineración o la fría sepultura en intimidad de tapadillo… casi todo encaminado a la semi-ocultación de lo único evidente hasta hoy en la vida: la muerte.

Así que mantener la reflexión sobre suicidios, eutanasia, muerte asistida, cuidados paliativos y el testamento vital resulta extemporáneo más allá del primer flash mediático que la muerte da como noticia de alcance.

Los suicidios nos suenan lejanos, aunque en 2017 aumentaron un 3,1% hasta los 3679 muertos en España, casi el doble que los fallecidos en accidentes de tráfico, sin contabilizar los intentos frustrados. Las multas valen contra los accidentes, pero frente a los suicidios deberían hacerse otras cosas. También la eutanasia nos suena lejana y hasta ajena, excepto si es noticia con nombre propio: Sampedro, Goodall, Maribel Tellaetxe, Angel Hernández y su esposa M. José Carrasco, o ahora Larraitz Chamorro, que reclama ser liberada de una vida que para ella ya no lo es, como reconoce la justicia francesa permitiendo desenchufar al “vegetativo” V. Lambert.

Precisamente la cátedra de Derecho y Genoma Humano en Deusto ha celebrado esta pasada semana la XXVI edición del Congreso Internacional sobre Genética, biotecnología y medicina avanzada. Además de nuevas técnicas genéticas, sobre la mesa han tenido la eutanasia y los cuidados paliativos. Hablar de eutanasia cuando solo 10 comunidades prestan servicios paliativos parecería correr en exceso, pero si ponerlos en marcha cuesta 200 millones, ¿por qué no funcionan ya? El mismo coste que supondría iniciar un programa de eutanasia como derecho a la muerte digna. Aunque un 87% se pronuncia a favor de legalizarla, y así se lo piden a los partidos, solo 286.000 personas (0,6% de la población, aunque en Navarra y la CAV sea el 12%) han registrado en España sus últimas voluntades médicas en un testamento vital. Falta de información, trabas burocráticas, desidia, confianza en los deudos, tabúes ante la muerte… las causas pueden ser múltiples, pero abordables de querer hacerse. Eutanasia sí, pero testamento vital poco;un contrasentido en conflicto entre lo que se dice y lo que se hace, aunque tal vez no tanto teniendo en cuenta el hedonismo vitalista circundante: la muerte llegará de todos modos, ¿para qué preocuparse antes de que llegue?, parecemos pensar. Iría más allá. Confiar para esto en los partidos me parece excesiva dejadez, así que abogaría por un referéndum sobre la eutanasia. Si ese 87% a favor es cierto, se ganaría, a no ser que como en Cataluña dé más miedo un referéndum con libertad de elección popular que la propia muerte clandestina.

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