140 años y dos días de Concierto Económico, quítenle lo bailado a la herramienta fundamental del autogobierno en los tres territorios de la hoy demarcación autonómica. Y no olviden añadir los 37 más del Convenio navarro, primo hermano de vicisitudes a lo largo de tantos y tantos calendarios. Quién iba a imaginar que lo que nació como imposición y represalia a los perdedores de una guerra acabaría siendo considerado por los herederos políticos (o así) de los ganadores como un chollo y un agravio comparativo del recopón.
No crean, de todos modos, que es nueva esta ofensiva rabiosa alentada por el figurín figurón naranja y respaldada por un número creciente de extremocentristas españoles. Un vistazo a las hemerotecas a lo largo de este puñado de decenios nos sirve para comprobar que cada cierto tiempo el jacobinismo hispano se ha emperrado en acabar con la cosa. No es casualidad que la forma que encontró Franco de castigar a las provincias llamadas traidoras de Bizkaia y Gipuzkoa fuera despojarles del Concierto.
Así que, ante la acometida de la jauría centralista, procede entonar que ladran, luego cabalgamos. Celebremos el aniversario y conjurémonos en su defensa, pero no como fetiche, herencia o tradición. Porque aunque la Historia está muy bien como conocimiento, no necesariamente debe operar como fuente de derecho automática. Lo fundamental del Concierto y del Convenio no reside en lo que fueron en el pasado, sino en lo que son en el presente y ojalá sigan siendo en el futuro: elementos que siguen concitando el consenso, ahora incluso de quienes hasta anteayer echaban las muelas ante su sola mención.
Muy buena puntualización.
Ya está bien de hablar de derechos históricos como fuente de nuestro concierto. Estos son la muletilla que sirve de razón para poder articular el engarce constitucional de Euskadi en el Estado, necesaria para que los vascos participaran de la transición y aceptaran el nuevo ordenamiento. Para bien o para mal.
Algunos dirán para mal, porque nos liga sin querer estar ligados, pero es que la alternativa no era mejor, porque no existía. Tendríamos ahora el nivel de autogobierno de Asturias o la Rioja.
Y otros dirán para bien, pero si es solo por la herramienta de autogobierno que supone, es poco. A mi entender, es mucho más: El carácter bilateral del acuerdo, y refrendado en la Constitución, marca un poderoso entronque que sitúa a cualquier abolición unilateral por parte del Estado a una situación pre-constitucional que liberaría a Euskadi de compromiso de permanencia en el Estado. La situación resultante, incluso con los 3/5 de las Cámaras, si es en contra del Parlamento Vasco, podría considerarse por los organismos internacionales, sobre todo la U.E. como causa de independencia.
No se trata, por tanto, sólo de tradición jurídica – que también- , sino de un efectivo blindaje de nuestra relación con el Estado, con lo que significa cualquier atadura, tanto si sigue anudada, como si se suelta.
El concierto, y el Convenio, nos ata, pero les ata. Claro está, en una situación democrática.
Y su fuerza radica en que es fruto del derecho positivo actual, basado, como dices, en el consenso y el acuerdo.