La dichosa bofetada

Acabarán escribiéndose tesis doctorales sobre la yoya de Will Smith a Chris Rock en la ceremonia de los Oscar de ayer. Incluso conociendo la querencia del personal por ponerse intensito a la menor excusa, tengo que confesar mi sorpresa por el nivel de profundidad séptica al que han llegado algunos sesudos análisis del momentazo de la gala. Y no sé decir si me han resultado más estomagantes las andanadas contra el camorrista luego convertido en llorica o las defensas y justificaciones de su comportamiento basándose en los clásicos “un mal día lo puede tener cualquiera”, “tampoco ha sido para tanto” o “es que hay cosas con las que no se juega”.

Personalmente, no creo que haya mucha tela que cortar ni mucha América por descubrir. Sin más y sin menos, Smith demostró que es el patán que lleva acreditando ser desde que saltó a la fama. La diferencia con cualquier bravucón de barra de bar que se lía a guantadas porque han ofendido a “su chica” es solo el sueldazo y el reconocimiento público. Y esas son dos cosas que no perderá a raíz de este episodio. Ni siquiera la estatuilla, que hubiera sido lo menos después de un número así. Es mejor no preguntarse por qué, no vaya a ser que la respuesta sea incómoda.

Por lo demás, tampoco pienso derramar media lágrima por el agredido. Es otro que, igual que el que le calzó el soplamocos, no se va a ver privado ni de su relumbrón ni de su pasta. Qué va, podrá seguir ejerciendo de enfant terrible y humorista mega-maxi-ácido con licencia para hacer chistes de lo que no tiene ni puñetera gracia, como una enfermedad capilar de una compañera de profesión. Al final, son tal para cual.

Pequeños matones

No es difícil coincidir con parte de las palabras del viceconsejero de Seguridad, Rodrigo Gartzia, sobre las imágenes de dos matones alevines pateando a un crío de trece años mientras un tercero inmortalizaba la escena con su móvil. Efectivamente, estremecen, duelen y merecen condena. Encuentro, sin embargo, más matizable, por no decir directamente discutible, la apostilla que sostiene que el vídeo demuestra que “las instituciones, las familias y la sociedad en general tenemos mucho trabajo por delante”. En la lógica puramente comunicativa, entiendo la declaración a modo de comodín. Es lo que tiene que decir un representante público. Pero como yo no lo soy, discrepo. Sobre todo, por lo que toca a las familias y a la sociedad en general. Serán, en todo caso, unas familias muy determinadas las que tengan que afrontar ese trabajo. Y si procede esa salvedad, con bastante más motivo cabrá rechazar la atribución de las culpas individuales a toda la sociedad.

Que no, a ver si nos entra en la cabeza. La sociedad no es la culpable. Ni tampoco los videojuegos, ni las series, ni TikTok. En primera instancia, los culpables son los niñatos que golpearon y humillaron al chaval y, no contentos con ello, difundieron la grabación. Pero inmediatamente después, la culpa alcanza, no a todo el cuerpo social, insisto, sino a una parte, generalmente de la élite política y opinativa, que ampara (por no decir que promueve) este tipo de comportamientos. Si estos criajos actúan como actúan es porque se saben protegidos por un colchón de valores y leyes que establecen que los actos no tienen consecuencias. Ese es el problema.

¡Dejen la hora en paz de una vez!

Otra vez toca aplicarse la misma cantinela. Mañana nos pasaremos el día recordando que a las dos de la madrugada serán las tres y el domingo echaremos un buen rato cambiando los relojes que no lo hagan automáticamente, que todavía son unos cuantos. Se supone que la ventaja este viaje es que se nos alargará la luz de las tardes, lo cual en sí mismo no está mal, pero sigue sin compensar el mareo y la sensación de descoloque que vamos a tener durante unos días. Sí, pocos, porque la capacidad de adaptación es una de las señas de identidad (qué remedio), de la especie humana. Insisto en cualquier caso en que es un quebradero de cabeza que nuestras queridas autoridades podrían evitarnos.

De hecho, estaba todo preparado para que hubiera sido así. Después de años escuchando a sabios y más sabios, la Comisión Europea anunció que en los primeros años de esta década nos quitaríamos de encima la jodienda. Se había concluido lo que los que no somos sabios intuíamos: que los inconvenientes eran mayores que las ventajas. Incluso se ponía en duda el presunto ahorro energético que quizá durante la segunda mitad del siglo pasado tuvo algún sentido. De pronto, y sin mediar grandes explicaciones, nuestro gozo se fue directo al pozo. Nos informaron de que el consenso se había roto y que había que prolongar la vaina durante unos años más. ¿Cuántos? Pues, me temo que nos queda un rato. El Boletín Oficial del Estado publicó la semana pasada las fechas de los próximos cambios de hora desde hoy hasta 2026. Así que será mejor que los que lo llevamos fatal vayamos armándonos de paciencia.

Estallido social… o algo así

Leo en un medio muy serio de esos que amarillea sin disimulo que estamos ante la amenaza de un estallido social. Mi perezosa memoria quiere recordar que no es la primera vez que asiste a la agitación del mismo espantajo. Lo vimos con la crisis-timo que siguió al reventón de las hipotecas basura. De ahí surgió, es verdad, el 15-M, que visto en perspectiva, fue una acampada muy bien intencionada que solo sirvió para que algunos vivillos recibieran su parte del pastel de la democracia representativa en forma, por ejemplo, de puestazos bien remunerados o chalés en Galapagar. Luego nos vinieron con la misma monserga de la rebelión de las masas oprimidas en la pandemia, pero todo se quedó en manifestaciones cutresalchicheras de tocados del ala que clamaban que el covid era un invento y que con las vacunas nos instilan venenos que nos anulan la personalidad. Ni se daban cuenta de que los borregos eran ellos.

Así que volver a echarme a los ojos ahora lo del estallido social me hace sonreír con escepticismo. No digo que no tengamos millones de motivos para echarnos a la calle y montar una pajarraca sideral. Lo que no me queda claro es contra quién. Comparto que las administraciones seguramente podrían hacer más. Especialmente, el gobierno español —bipartito, aunque Unidas Podemos haga como que no— está mostrando una inacción que sobrepasa lo demencial para situarse en lo funesto. Sin embargo, si miro dentro de mí, encuentro muchos más motivos de cabreo contra los pescadores de río revuelto y contra los que en nombre de la solidaridad están haciendo daño a sus presuntos iguales.

El PSOE da la espalda al 3 de marzo

Menudo carrerón que lleva el PSOE. Y ya no les hablo del Sáhara, sobre lo que me extenderé en las líneas de abajo. Hace dos semanas bloqueó la posibilidad de reabrir judicialmente el caso Zabalza. Hace siete días tumbó la posibilidad de una reforma del código penal que facilitara la investigación de crímenes del franquismo. La última, de momento, fue ayer cuando sumó sus votos a PP, Vox y Ciudadanos en la Junta de portavoces del Congreso para impedir la creación de una comisión de investigación sobre los sucesos del 3 de marzo de 1976 en Gasteiz.

Como en los casos anteriores la explicación ha sido un monumental encogimiento de hombros acompañado de excusas de pésimo pagador que básicamente se reducen a dos: no se puede o no toca. En el caso de los asesinatos de los trabajadores de la capital alavesa se ha añadido el célebre comodín de la inutilidad de las comisiones parlamentarias. Si tan claro lo tienen, deberían empezar por no solicitar ninguna (cuando gobernaba Rajoy se hinchaban a reclamarlas) o, directamente, por plantear la desaparición total del instrumento. Seguro que nos ahorrábamos tiempo, dinero y sofocos como este último y los anteriores que ustedes y yo sabemos que solo tienen una explicación: hay cuestiones que todavía son “de estado”, o sea, literalmente intocables. Es simple identificarlas. Basta mirar las mayorías que se forman para echar abajo cualquier intento de descorrer los velos que cubren los tabúes. Sistemáticamente, el PSOE se alinea con las formaciones que el resto del tiempo no duda en calificar como de extrema derecha. Y de postre, Adriana Lastra expide certificados de dignidad.

Nueva ley de tráfico, bienvenida

Le doy la bienvenida a la ley de tráfico que estrenamos ayer. Ahora solo hace falta que sus disposiciones se cumplan y se hagan cumplir. Desde luego, los precedentes no invitan precisamente al optimismo. Por el lado de los conductores, deberemos empezar reconociendo que las normas se conocen de una manera más bien gaseosa. Nos pueden sonar ciertas músicas, pero nos perdemos en la letra. Traten de explicar a alguien, por ejemplo, que, salvo que la señalización horizontal indique explícitamente otra cosa, también en las rotondas hay que circular por la derecha, sin importar qué salida se vaya a tomar, verán qué quilombo. Y luego está la interpretación laxa siempre a conveniencia que convierte un Stop en un Ceda el paso o nos hace añadir mentalmente diez o quince kilómetros a la velocidad máxima de un tramo determinado. En este sentido, me apuesto un zurito a que todo quisque se va a saltar la nueva prohibición de rebasar la velocidad máxima de la vía para adelantar.

Pero no todo es cuestión de los que vamos al volante o sobre el sillín. También quien pone estas leyes y establece las directrices para hacerlas cumplir debería preguntarse si no hay aspectos manifiestamente mejorables. ¿De verdad hay un criterio claro y objetivo para establecer una limitación de velocidad? ¿Por qué uno se encuentra un 60 en un tramo recto, con buen firme y visibilidad total y, sin embargo, un 90 en una carretera zigzagueante hecha unos zorros y sin arcén? No pregunto ya por lo difícil que es creer que en muchos puntos de la red viaria las multas no se fundamentan tanto en la seguridad como en la recaudación.

¿Habrá huelga en la enseñanza?

Esta vez no es una exageración. Se mire por donde se mire, hay que calificar como histórico el acuerdo sobre las bases para la futura Ley educativa vasca que han alcanzado PNV, EH Bildu, PSE y Elkarrekin Podemos. Sencillamente, ni en la Comunidad Autónoma ni en ningún otro lugar hay precedente de un consenso similar sobre una cuestión tan espinosa como la educación. Estamos hablando nada más y nada menos que del 90 por ciento de los escaños de la cámara donde está representada la ciudadanía de los tres territorios. Se han quedado fuera el conglomerado que forma el PP con los restos de serie de Ciudadanos y, faltaría más, Vox. Ahora que no nos lee nadie, anotaré que semejante oposición le concede más valía si cabe al acuerdo. Si a quienes hacen bandera del cerrilismo irredento no les gusta lo aprobado por todos los demás, señal de que hay motivos, como poco, para ser moderadamente optimistas.

Ahora la pelota está en el tejado de los sindicatos que, en el momento de escribir estas líneas, mantienen para el próximo viernes la convocatoria de una huelga contra el borrador de la futura ley. Mañana se reúnen las centrales para decidir qué hacen ante el nuevo escenario. Su rapidez de gatillo les ha llevado a una tesitura muy resbaladiza. Si optan por suspender el paro, parecerá que se están haciendo una enmienda a la totalidad y que reconocen su precipitación. Si, con todo, se decantan por tirar millas y mantener la huelga, se dará la significativa circunstancia de que la amplia mayoría sindical de un sector concreto se enfrentará a una todavía más amplia mayoría social y política. Parece obvio dónde está la legitimidad.