Hijos y mascotas, según Francisco

Empezaré diciendo que, por muy rojas que parezcan sus proclamas actuales, para mí el Papa Francisco no dejará de ser aquel cardenal Jorge Bergoglio que fue un sumiso silente de la dictadura argentina. Incluso cuando me siento representado por una de sus bonitas frases actuales, no puedo evitar acordarme de que espolvoreaba sus sonrisas y sus bendiciones a criminales que robaban niños, torturaban con saña a hombres y mujeres o los lanzaban al mar desde aviones. Que yo sepa, este es el minuto en que ni ha pedido perdón por ello ni ha ofrecido una explicación mínimamente creíble de su vergonzoso comportamiento. Se ve que no se aplica sus propios consejos.

Por lo demás, su creciente legión de adoradores laicos y laicistas deberían pararse a pensar que su sorprendente ídolo es un tipo que cree que la interrupción voluntaria del embarazo es un pecado que lleva de cabeza al infierno. O que los homosexuales pueden ser muy majetes y dignos de una palmadita en la espalda, pero también unos desviados sin lugar en el reino de los cielos que deberían tratar de curarse. O que los hombres y mujeres de la Iglesia, empezando por él, deben ser célibes y, por supuesto, abstenerse del trato carnal, incluso con fines reproductivos. Y ahí es donde quería llegar, porque un tipo que ha renunciado (se supone) a procrear tiene las santas (nunca mejor dicho) pelotas de dar lecciones sobre paternidad y maternidad. Su último rapapolvo urbi et orbi ha sido porque, según él, las parejas de hoy han dejado que las mascotas ocupen el lugar de los hijos. Dice que es algo que menoscaba la humanidad. Y yo no digo ni que sí que no, pero le animo a predicar con el ejemplo.

Mascarillas, una aclaración

Compruebo por ciertas reacciones que mis letrajos de ayer iban pasados de vitriolo. Personas por las que siento gran estima se las han tomado como una colección de insultos gratuitos y me lo han hecho saber. En general, además, la mayoría de las respuestas venían envueltas en una formulación respetuosa. Eso hace que mi sentimiento de culpa sea mayor. Me parecería una excusa pobre decir que mi pretensión no era ofender puesto que parece evidente que lo he hecho. Y no exactamente a los principales destinatarios de mi diatriba que no eran los que no se ponen la mascarilla en exteriores sino quienes presumen públicamente de no hacerlo como si fuera una heroicidad.

Es con esas tipas y esos tipos en concreto con quien tengo algo personal. Lo que intentaba decir en mi columna de ayer es que a estas alturas de la pandemia me la bufa bastante ver rostros sin mascarilla en la calle. Salvo que se acerquen a mí en la parada del autobús o en una cualquier situación de concentración para echarme el aliento, de los suyo gastan. Lo único que les pido es que no me den la murga con sus chorradas contra el tapabocas y, vuelvo a repetir, que no me presenten su morro a cielo abierto como una muestra de rebelión del carajo contra el sistema. Añado también que me sobran las lecciones presuntamente científicas con citas a expertos que sostienen que la mascarilla en exteriores sirve de bien poco. Solo por pura intuición, ya comprendo que no es la panacea. Pero ocurre que también hay otros expertos con (por lo menos) la misma autoridad que creen que sí ayuda para frenar el virus. Por si resultara que esa teoría es cierta, yo la llevo. Sin más.

Malotes antimascarillas

Justo un peldaño por debajo de los antivacunas y dos de los negacionistas rabiosos, nos han salido unos malotes de lo más enternecedor. Son los que, a raíz de la reciente norma que vuelve a hacer obligatorio el uso de mascarillas en exteriores, se han puesto megamaxifarrucos y se proclaman aguerridos desobedientes. “¡Pues yo no me pienso poner el bozal en la calle!”, porfían tontos del haba como Arcadi Espada, Macarena Olona o el más corto de luces de nuestro barrio. Deben de sentirse como los Sans-culottes de la revolución francesa o las feministas que quemaban los sostenes cuando hacerlo suponía jugársela de verdad. En este caso, estamos apenas ante el mendrugo postureo de enfants terribles que no llegan a mocosetes consentidos. Ni merece la pena desearles que otro mastuerzo como ellos les atice a la jeta descubierta un buen estornudo con tropezones que, pasado el periodo de incubación, los lleve a una estancia de dos semanas boca abajo en la UCI.

Por mi parte, y dado que la inmensa mayoría de mis congéneres cumple con lo determinado incluso sin estar convencidos de su verdadera utilidad, me importa una higa lo que hagan estos Martin Luther King de pacotilla. Me basta con saber que su pretendida rebeldía se debe a la seguridad de que en este punto de la pandemia interminable no va a venir un guardia a cascarles una multa. Otra cosa es que al tener su bocaza destapada tras mi cogote en la parada del bus, me reserve el derecho de pensar para mis adentros que son tipos y tipas que, amén de creerse más listos que los demás cuando son lo contrario, rezuman insolidaridad por cada poro de su piel.

Clases presenciales, por supuesto

Todas las comunidades del Estado han acordado por unanimidad que la vuelta a las aulas el próximo lunes sea presencial en todos los niveles educativos. De entrada, es una excelente noticia que ha habido el mayor de los consensos allá donde suele primar la división y hasta el intercambio de trastos a la cabeza. Ojalá cunda el ejemplo. Y yendo ya al fondo, nos encontramos ante una decisión absolutamente lógica que se encuadra, sin más y sin menos, en el principio de pura realidad. En el punto de la pandemia en el que estamos, incluso con la explosión de contagios (o quizá, justamente por la explosión de contagios), no cabía hacer otra cosa que agarrar el toro por los cuernos y apostar por las clases en vivo. Lo contrario habría sido un paso atrás.

Con todo, y siguiendo el mismo principio de realidad que citaba, hay que tener claro que es altamente posible que en las primeras jornadas se acumulen las incidencias. Ojalá no ocurra, pero debemos estar preparados para un considerable flujo de aislamientos preventivos y aulas cerradas. Lo indican la intuición y el cálculo de probabilidades. Si ocurre, sería de gran ayuda que los habituales capitanes A Posteriori se abstengan de echar las redes en el río revuelto. Era antes cuando debían haberse hecho escuchar y, como venimos contando, el acuerdo tiene el aval de la comunidad educativa y de autoridades sanitarias de prácticamente todo el arco ideológico. Es de esperar que si surgen problemas, se mantenga la misma unidad para hacerlos frente. Si esto sale bien, habremos avanzado un buen trecho en el camino de la ansiada convivencia con el virus.

Vayamos paso a paso

Casi 9.500 positivos en la CAV el pasado domingo. Son más de la mitad que en Alemania, que tiene 83 millones de habitantes frente a los 2,2 millones que suman Araba, Bizkaia y Gipuzkoa. La incidencia es estupefaciente: 4.469, el doble que hace una semana. Y ojo, que frente a esa verdad a medias del escaso impacto en los hospitales, ahora mismo tenemos 560 personas ingresadas en planta por covid y 132 en la UCI. En el histórico contemplamos cifras más altas, eso nadie lo niega, pero tampoco cabe tomarse a la ligera estos registros. Mucho menos si, como queda a la vista de todos, y como no dejo de señalar desde hace dos semanas, la brutal explosión de contagios tiene prácticamente colapsado el sistema sanitario en su puerta de entrada. No hay manos suficientes (y no podría haberlas de ningún modo, digan lo que digan los listos desde la barrera) para gestionar las pruebas.

Lo desconcertante es que en esta situación se sigan lanzando las campanas al vuelo. Algunos de los medios que se tienen por más serios anuncian la inminente consecución de la tan cacareada y hasta ahora fallida “inmunidad de grupo”. Y yo digo que ojalá sea así, y no niego que hay cierta lógica en lo que se nos dice. Pero no puedo evitar recordar que también la había cuando se nos aseguraba que la íbamos a conseguir con el 70 por ciento de la población vacunada. Ya hemos visto que no es así, del mismo modo que también hemos comprobado que haber padecido la enfermedad hace relativamente poco tiempo no está impidiendo la reinfección. ¿Cómo podemos saber que no ocurrirá lo mismo con los contagiados por la variante ómicron dentro de dos o tres meses? Vayamos paso a paso.

Lo inesperado de 2022

Sonrío al ver los avances de lo que nos deparará el nuevo año. Más allá de lo que está programado o previsto a ciencia cierta, el resto son puras artes adivinatorias. Vuelvan mentalmente a los inicios de 2021 y comprobarán que prácticamente todo lo que ha determinado el año han sido los acontecimientos inesperados. La situación actual de la pandemia es el ejemplo más claro. Intuíamos, sí, que las vacunas supondrían un avance decisivo para evitar muertes e ingresos hospitalarios, pero no sospechábamos que llegaríamos a las uvas de anteayer en el fragor de contagios de la sexta ola y sin alcanzar la tierra prometida de la inmunidad de rebaño.

Tampoco se contemplaba ni remotamente que volvería a entrar en erupción un volcán en Canarias y que se mantendría escupiendo lava y ceniza durante casi cuatro meses. Y qué les voy a contar de la política. Curiosamente la vasca, la que en tiempos fue la más convulsa, es la que menos sobresaltos nos ha dado. En la española, sin embargo, tela. Ni el más fino de los analistas habría sido capaz de anticipar que Pablo Iglesias abandonaría primero el gobierno y casi inmediatamente después la política en activo, tras darse una notable bofetada como candidato a la presidencia de la Comunidad de Madrid. De hecho, esas elecciones tampoco estaban contempladas en la bola de cristal ningún sabio, y todavía menos que las ganaría por goleada Isabel Díaz Ayuso, convirtiéndose así en la figura política emergente del momento. Medio escalón por debajo en ese ránking está ahora Yolanda Díaz, que en los albores del año pasado tampoco estaba en ninguna quiniela para lideresa. Ardo en deseos de ir conociendo todo lo inesperado de 2022.

No es ilegal, pero sí indecente

La Audiencia Nacional ha hecho lo que tenía que hacer. Los actos convocados en Iruña y Arrasate no son perseguibles penalmente ni susceptibles de ser prohibidos porque no son ilegales. Otra cosa es que sean del punto a la cruz indecentes e inmorales desde muchos puntos de vista. El primero que cito, aunque quizá no sea el más obvio o el más sangrante, es que toman como excusa una causa no solo legítima sino noble como es la exigencia de una política penitenciaria justa para colar de rondón lo que de aquí a Lima no es siquiera un homenaje sino un acto de exaltación a algunos de los criminales más sanguinarios de nuestro tiempo. ¿O es que hay otra manera de nombrar a Henri Parot, autor probado de 39 asesinatos sin haber vertido hasta ahora nada remotamente parecido a una reflexión crítica?

La conversión en héroe y mártir de alguien con ese siniestro currículum es toda una declaración de intenciones. Lo mismo que lo fue haber impreso su nombre y retirarlo del cartel anunciador del evento de Arrasate solo cuando se montó la gresca. Nos conocemos los suficiente para saber de qué iba la convocatoria. Roza lo insultante que el máximo responsable de la entidad organizadora asegure que la marcha es “compatible con la solidaridad con las víctimas”. ¿Qué solidaridad hay en escoger como bandera de la denuncia de las políticas penitenciarias de excepción a un vulnerador sistemático y no arrepentido de los los Derechos Humanos? ¿Cuándo fue la última vez que el autor de esas palabras, Joseba Azkarraga, expresó no ya su cercanía a las víctimas sino su rechazo a la actuación de los victimarios? Ya les digo yo que ha pasado mucho tiempo.