Unas víctimas no son ‘las víctimas’

Entre el despiste, la (mala) costumbre y la no disimulada intencionalidad, muchos periódicos mentían ayer al titular que “las” víctimas han convocado una manifestación para exigir que se impida “la vuelta de ETA a las instituciones”. He echado mano de las comillas para señalar las dos trolas que contiene el enunciado. La segunda es atribuible a las organizaciones que han hecho el llamamiento. Se pongan lo estupendas y vocingleras que se pongan, la banda jamás ha estado como tal en ninguna institución. Y aun tragando la rueda de molino político-judicial de que todo el monte de la izquierda abertzale ilegalizada fue orégano con aroma a ETA, ese potito tóxico no vale para el presente. Si algo dejan claro los estatutos de Sortu es su desmarque por quintuplicado de las pistolas y las bombas. Por tanto, pretender que los hipotéticos cargos electos de la formación serán terroristas es, además de algo que huele a materia querellable, una falacia del nueve largo.

Clase de lengua de EGB

Con tener su miga esa manipulación que quedará impune gracias a la dispensa para calumniar de que gozan ciertos colectivos, me escandaliza todavía más la otra falsedad que entrecomillaba. Sí, ese articulo determinado aparentemente inocente que se antepone al sustantivo. No nos perdimos esa clase de lengua en la vieja EGB, ¿verdad? Decir “las víctimas” supone incluir a todas y cada una de ellas. Anda que no llevamos años dándole vueltas a quién sí, quién no, quién más, quién menos, para que ahora resulte que ya se había hecho un censo oficial completo y cerrado. Que no nos vendan motos. No son “las” víctimas (curioso, que también se sobreentienda que todas los son del terrorismo), sino “unas” víctimas muy determinadas y con unas obediencias muy concretas las que han llamado a secundar la marcha callejera del 9 de abril en Madrid.

Es todavía más descacharrante que se arroguen la representatividad exclusiva cuando canta ópera que la convocatoria obedece, justamente, a reyertas internas en el mismo corazón de los patanegras del victimismo. Resulta que hace unas semanas -el 5 a las 5- las huestes escindidas de la oficial AVT y reagrupadas en la fundamentalista VCT que acaudilla Francisco José Alcaraz montaron un happening en la capital del reino. La cacharrería consignil era la habitual, pero lo único que se pretendía era marcar paquete, además de dejar en feo a su antigua nave nodriza. Acusado el golpe, la AVT ha contraatacado llamando a un nuevo sarao. Así que no son “las” víctimas sino “unas” víctimas. Unas de tantas.

El álbum de fotos de Gadafi

Es posible -ojalá- que para cuando se publiquen estas líneas el chusco matarife que atiende por Muammar Al-Gadafi haya visto cumplido su sueño visionario de convertirse en mártir, siquiera metafórico, y vuele con destino a cualquiera de los muchos países dispuestos a adoptar al patético vejestorio disfrazado de Michael Jackson. La historia nos demuestra que, salvo que les den pasaporte in situ como a Trujillo o Ceaucescu, los tiranos que son y han sido tienen garantizado un exilio de champán y diamantes. Por afinidad, lo lógico en este caso sería que lo recibiera su compinche de gamberradas y lingotazos de petróleo Ahmedineyad. Sin embargo, como el iraní tiene también las barbas a remojo, no es descartable que el Hermano Líder y Guía de la Revolución acabe confirmando los chauchaus y se acoja a sagrado junto a su primo postizo transoceánico Hugo Rafael Chávez Frías.

Escrito lo anterior, dispongo voluntariamente el cogote para que me lo repasen a collejas los que siguen pensando que el de la boina roja es la vanguardia del altermundismo y no un iluminado con pintas que entre sus pisoteados tiene a buena parte de la izquierda transformadora venezolana. Supongo que no sirve de nada recordar que no hace tanto tiempo al propio Gadafi que ahora llamamos sátrapa y genocida se le reían las gracias y se le sacaba la cara porque le tocaba la moral al imperialismo. ¿Lo del atentado de Lockerbie, con casi trescientos muertos? Falacias de la CIA, que lo tiene enfilado porque no se arrodilla y el pueblo está con él. Ya lo estamos viendo estos días.

No falta ninguno

Vaya en descargo del ingenuo córner rojizo que los que moran en él no son los únicos que le han hecho la ola al semidiós del pelo ensortijado. Bastante más vergonzoso ha sido ver a sus pies a toda la colección de paladines del llamado mundo libre. Si al final se las pira, se llevará con él un bonito álbum de fotos. Tiene su punto esa en la que aparece en una esquina vestido de cantante de soul en compañía de Berlusconi, Sarkozy, Medvedev, Obama y Ban Ki.Moon. Junto a Zapatero tiene por lo menos otras cuatro, incluyendo una inenarrable en la que viste un tunicón de polipiel rojo, mientras sujeta con la mano derecha el antebrazo del leonés y mantiene la izquierda en sus partes. Y no faltan en el repertorio otras en las que comparte carcajadas con Aznar, al que regaló un pura sangre, o con el rey Juan Carlos. Todo un book de la ignominia.

Otro 23-F y sin novedad

Como cada año por estas fechas, sólo que esta vez con más pandereta por lo redondo de la efeméride, las esquinas se nos llenan de sacamuelas y charlatanes varios que pregonan la verdad verdadera del 23-F. Los reclamos son imágenes y grabaciones nunca vistas, testimonios inéditos, actas que habían permanecido a buen recaudo y otro sinfín de cachivaches medio esotéricos que, salvo honrosas excepciones, no tienen más finalidad que mejorar las jodidas cifras de venta al número o de share, cuando no de embarrar más el campo para borrar las pocas pruebas que queden. Si alguien tuviera las seis vidas necesarias para meterse entre pecho y espalda todo el material publicado sobre aquello, acabaría de frenopático. Hay casi una versión para cada consumidor. Parece increíble que haya dado para tanta literatura lo que en el imaginario colectivo ha quedado como el chusco video de primera de un guardia civil garrulón acojonando pistola en mano a los presentes en un parlamento que todavía no se había quitado de encima las caspa franquista.

El rey no sabe nada

Según una anécdota apócrifa, hace unos meses Juan Carlos de Borbón tuvo el desahogo de decirles a los miembros de una asociación de víctimas de los atentados del 11 de marzo de 2004 que debían abandonar toda esperanza de saber algún día la verdad sobre la matanza porque a él todavía le ocultaban lo que pasó el 23-F. La desfachatez regia, equiparable a que el Dioni dijera que no se explica cómo llegaron a su furgón los trescientos kilos con los que se fue de naja a Brasil, confirma que quienes estuvieron en aquel ajo dan el capítulo por cerrado y duermen a pierna suelta. Las abundantes pruebas que han acumulado los investigadores fiables se han mezclado con las fantasías animadas de los vendepeines y la verdad se ha echado a perder. Con suerte, dentro de otros tres decenios, cuando ya no le importe a nadie, un trabajo que se quedará para los académicos más cafeteros pondrá al descubierto a tanto demócrata-de-toda-la vida que tuvo algo que ver con la cutre cuartelada.

Resignado a ese desenlace, mi conmemoración es íntima y personal. Vuelvo a aquellas horas de mi preadolescencia con la misma nostalgia tontorrona e inofensiva que me despierta escuchar una canción de Los Pecos o ver un capítulo de Curro Jiménez. Mi padre comprando dos sacos de patatas por si acaso y José María García metiendo el micrófono al teniente general Aramburu Topete cual si fuera un ciclista al final de una etapa son mis recuerdos más vivos de ese día. Es curiosa la memoria.

Savater y la (in)dignidad

Hemos visto los suficientes thrillers yankis para saber, sin habernos matriculado en criminología, que a buena parte de los asesinos múltiples les pierde el narcisismo. A Fernando Savater le pasa lo mismo. No contento con el daño de sus fechorías dialécticas, ha sentido la onanista necesidad de explicar que tras ellas no había el menor aliento ético sino más bien una pulsión ególatra veinte pueblos más allá de lo enfermizo. “No estoy enojado con el terrorismo; al contrario, me he divertido mucho gracias a él”, se ha jactado entre repulsivas carcajadas el plusmarquista galáctico de la inmoralidad. Y aun ha añadido que aunque le da penilla que ETA se haya llevado por delante a unos cuantos de sus amigos, no hay mal que por bien no venga, porque eso le ha regalado a él quince o veinte años de juventud que, sin matarile de por medio, habría dedicado “a mis libritos o a ser académico, como tantos otros”.

Mercado del dolor

La confesión es tan repugnante que hace inútil cualquier esfuerzo por calificarla. Ni echando mano de todos los adjetivos del diccionario se puede llegar a empatar con el autorretrato vomitivo que componen sus palabras y sus miserables risas al pronunciarlas. Desisto, pues, de esa vía y, superando las náuseas -parece mentira, pero uno no acaba de acostumbrarse-, señalo la enseñanza de este acto de exhibicionismo impúdico: mientras sembraba muerte, dolor y destrucción, ETA ha sido un gran chollo para decenas de individuos sin escrúpulos que se han hecho un nombre y un capitalito chapoteando entre la sangre, y mejor todavía, si era la de sus próximos, que cotizaba más en el macabro mercado del victimismo.

En el colmo de la perversión, esta patulea de sacamantecas nos han cantado las mañanas y nos han mentado a las madres en nombre de una dignidad y una justicia que no distinguirían de una onza de chocolate. Se han multiplicado en asociaciones, foros, fundaciones, clubs y cofradías con estricta reserva del derecho de admisión y atribución de la verdad en régimen de monopolio. Lo gracioso era que luego pleiteaban entre sí y se intercambiaban acusaciones de herejía por un quítame allá esta subvención o por fulanismo puro y duro. Cómo olvidar a Iñaki Ezkerra, desatornillado de la poltrona de uno de esos chiringuitos, clamando que sus conmilitones le habían hecho más daño que ETA. Qué espectáculo ver a Calleja llamando antiterrorista de discoteca a Isabel San Sebastián. Sólo faltaba que alguno presumiera de habérselo pasado teta en estos años de plomo, y lo ha hecho Savater.

La delicada operación retorno

Me han sorprendido las reacciones displicentes ante el anuncio de que se están dando los primeros pasos para facilitar la vuelta de las personas que tuvieron que poner centenares de kilómetros por medio por culpa de ETA. Ese resorte automático que mantenemos permanentemente engrasado y en alerta saltó sin dar lugar a la reflexión. Demagogia, oportunismo, improvisación, clamamos al primer bote, poniendo de manifiesto otra vez que, aunque pretendamos estar preparados para eso que tanto decimos anhelar, aún tenemos un carro de asignaturas pendientes y otro de tics que somos incapaces de quitarnos de encima. ¿Por qué ha de despertarnos sospechas que desde ya mismo se empiece a trabajar sobre un problema que sabemos que es dolorosamente real e innegable? Cuando esto sea razonablemente normal, deberán volver los que se fueron porque su vida y la de los suyos corría un riesgo cierto.

¿Cuántos y quiénes en concreto? Ese será el asunto más delicado de discernir por culpa de los malnacidos que durante años se han refocilado en el dolor ajeno. Es el momento de pedir cuentas -nunca mejor dicho- a los que se sacaron de la punta de su inmoralidad la cifra de doscientos mil que fue engordando de tertulia en tertulia hasta doblarse. Alguien debería exigir a Fernando Savater o a Gotzone Mora, entre otros intoxicadores, la lista de nombres y apellidos de los cuatrocientos mil exiliados que farfullaban tener censados. Hasta el propio Rodolfo Ares, que el otro día tuvo el cuajo de afear la conducta de los que habían enmerdado el asunto a beneficio de obra, sabe que no son ni la mitad de la cuarta parte.

Generosidad

Habrá que descontar de ahí, además, a los que mi siempre añorado Javier Ortiz bautizó como chulos-de-ETA, esos que un día se presentaron en tal o cual redacción de Madrid con un currículum de una sola línea que consistía en una difusa amenaza, generalmente imaginaria. Cuántos nombres se nos vienen a la cabeza, ¿eh? El caso es que aun restados esos y los ficticios, resultará que tenemos unos cuantos miles de conciudadanos que un día debieron hacer las maletas porque creían que les iba la vida en ello. Si no vamos de farol cuando apelamos a las enormes dosis de generosidad que necesitaremos en el paso de página, no nos puede parecer mal que se les eche una mano para el retorno. El solo hecho de que se lo planteen ahora y que el Gobierno se haya puesto manos a la obra es, además, el reconocimiento más claro de que también los que tienen el ‘no’ en la boca creen que esta es la buena.

Más divididos de lo que pensamos

O empezamos a desprendernos de rencores y recelos o de bien poco nos va a servir ese pasado mañana sin ETA que casi rozamos con la yema de los dedos. Resultaría un sarcasmo que cuando no estén las pistolas ni las bombas que, como dice Andu Lertxundi, tantos debates nos han hurtado, descubramos que seguimos siendo incapaces de ponernos de acuerdo siquiera en el día de la semana en que estamos. Y ojalá se quedara ahí la cosa, en una absurda discrepancia, un choque de terquedades a las que por lo visto somos tan dados. Pero según nos acercamos a ese día siguiente que no tendrá forma de tal, me asalta el miedo a que sea más grave por culpa del resentimiento y la desconfianza que ha ido anidando en cada capa de ese milhojas quebradizo que llamamos sociedad vasca. Nos aprestamos a cerrar la gran herida y, me temo, a reabrir e inaugurar en el mismo viaje muchas otras, tal vez más pequeñas pero no sabemos cómo de profundas.

NaBai como síntoma

Algunas de esas llagas han comenzado a supurar abundantemente en las últimas semanas. Ya hablé aquí del seísmo en Nafarroa Bai, pero vuelvo sobre él, porque creo que es una reproducción a escala perfecta de la idea que quiero transmitir en estas líneas. Basta prestar oídos con un mínimo de distancia a cualquiera de las partes para comprender que tras el naufragio no hay -no solamente, por lo menos- diferencias ideológicas, sino inquinas primarias y en más de un caso, odio químicamente puro y sospechas cruzadas de traición. El más contumaz militante de UPN no soltará sobre alguien de Aralar o EA los sapos y culebras que son capaces de arrojarse mutuamente algunos seguidores de estas dos formaciones. Y si enfrentamos en el ring metafórico a un púgil del PNV y a otro de la izquierda abertzale ilegalizada, las guantadas serían infinitamente más feroces que si el otro contendiente fuera el mismísimo Miguel Sanz. Bien es cierto que, en justa correspondencia, la ojeriza que se profesan entre los sostenedores de las dos siglas de la derecha foralista o entre las distintas banderías del PSN es también de dimensiones cósmicas.

Eso último prueba que, fuera ya del asunto concreto de NaBai, el diagnóstico es extensible a todo el dramatis personae de la tragicomedia política vasca. Nadie se fía de nadie, todos se guardan con memoria de elefante dos docenas de cuentas pendientes y sus respectivos intereses. Somos un galimatías de deudores y acreedores que se esperan con la cachiporra a la vuelta de cada esquina del país. Lo irónico es que estamos condenados a entendernos.

Operación Contador

Algo huele a podrido en el giro copernicano que ha dado el caso Contador. De la noche a la mañana, Pedro J. Ramírez acoge en su regazo al candidato a casi seguro juguete roto, le quita la roña en dos o tres portadas de El Mundo con editorial adosado, lo presenta como mártir en el Marca (que también es suyo), le regala una presencia estelar en su canal de la TDT, y las afiladas lanzas se van volviendo inofensivas cañas. Hasta el presidente del Gobierno español y -para no ser menos- Mariano Rajoy claman públicamente por su inocencia y, como si no hubiera problemas más sangrantes, se explayan sobre la injusticia presuntamente cometida con el pedaleador. En esas llega la Federación española de ciclismo, se hace un puro con la sanción de dos años propuesta por la que creíamos todopoderosa UCI, y el de Pinto se vuelve a subir a la bici tan ricamente, previa nueva entrevista exclusiva en Cope, actual aliada mediática de su padrino con tirantes.

Querrán luego que no criminalicemos -también en este ámbito se emplea el dichoso verbo- el ciclismo y que confiemos con los ojos cerrados en la lucha de sus estamentos por la limpieza del deporte. Eso, los caciquillos (chupópteros, diría García) que viven como marajás de clásica en clásica y de criterium en criterium. Los otros, los políticos y los prohombres de la comunicación, pretenderán hacernos tragar que no ha habido trato de favor con el gladiador que con sus triunfos ha engordado el patrioterismo cañí. Habrían actuado igual con un pobre globero de los que quedan a siete horas en la general. Tararí. Nos han venido a decir, en realidad, que se pasan al Barón de Coubertain por la axila y que les importa media higa que las medallas que se cuelgan cual si ellos también hubieran subido el Tourmalet se hayan conseguido de forma más que sospechosa.

Que legalicen el dopaje

Después de esto, creo que la actitud más honesta sería legalizar y hasta promover el dopaje como sana práctica competitiva que, de propina, redundaría en beneficio del espectáculo. Además de ver a los txirridularis coronar los puertos como sputniks, cada media docena de etapas habría alguno que palmaría entre espasmos porque a su médico se le había ido la mano con la EPO. Y para el avituallamiento, claro, chuletones de Irun bien inyectados de clembuterol. Esto último, lo sé, no tiene ninguna gracia, pero no se me ocurre otra forma de no tomarme a la tremenda lo que los que han absuelto a Contador han dado por bueno: las carnicerías de por aquí arriba son como los coffeshops de Amsterdam.