El machismo se rearma

Volví a escuchar ayer, como cada 8 de marzo —da igual con o sin pandemia—, el consabido latiguillo acompañando esta o aquella declaración: “Todavía queda mucho”. Y sí, no es mentira, aunque para mi estupefacción, siento que al tópico le ha crecido musgo. Ya no es que haya por delante un camino por recorrer; es que en muchos ámbitos y en ciertos aspectos se ha retrocedido.

Lo comprobé con espanto recopilando material para La maraña mediática, la nueva sección que publico en las webs del Grupo Noticias. Incluso conociendo el ganado cavernario casi como la palma de mi mano, no daba crédito al hediondo machirulismo de las andanadas que fui leyendo. Lo mismo llamaban a las feministas trastornadas y faltonas, que las tachaban de “hormiguitas que se sienten superiores” o de siervas de la plutocracia. Eso, por no mencionar a todos los opinadores con colgajo que las acusaban de estar ejerciendo mal la lucha por la igualdad. Todo, con una visceralidad y un desparpajo que hablan a las claras del envalentonamiento de los trogloditas. ¡Los que se han empoderado han sido ellos! Por alguna razón, sienten que sus mensajes casposos no solo no van a ser afeados, sino que, además, serán jaleados con estrépito por una legión de cenutrios que también han decidido no cortarse a la hora de mostrarse tan necios como son.

Micrófonos cerrados

Dicen que lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas. Y se asegura lo mismo sobre las conversaciones de plumillas con políticos antes de que se encienda la lucecita roja o después de que se apague. Esto último, claro, siempre es según el color del medio y las siglas del político en cuestión. Anda que no habrán sido pocas las veces en que las declaraciones verdaderamente sustanciosas, las que se han difundido urbi et orbi, han sido las captadas al despiste en los instantes previos o posteriores a la entrevista o al canutazo teóricamente oficiales.

Les hablo, por si se están perdiendo, de la publicación, con casi tres meses de retraso, de unas bocachancladas de la ministra Irene Montero sobre la relación entre el pinchazo de asistencia del 8-M y el miedo al coronavirus. Uno, que va para muy viejo, sonríe ante la indignación de quienes sienten como sacrilegio la filtración de un presunto off the record —que no es exactamente una piada de colegueo— y el engorilamiento de los que creen haber hallado un Watergate a la hispana. Ni tanto ni tan calvo. Como tantas veces, basta cambiar los nombres y las adscripciones ideológicas para darse cuenta de que las reacciones serían exactamente inversas. O sea, que menos lobos y más aprender una máxima de varios oficios: nunca hables ante un micrófono cerrado.

8-M, yo también

Llego a esta columna como quien va al diván, lo confieso. Ténganlo en cuenta, si vale el contradiós, para no tenérmelo en cuenta. Quizá me comprendan mis compañeros de género, palabra que ya ni sé si cabe en un diccionario que apunta maneras de catecismo. En un día como este me siento incómodo, como el belga por soleares de Sabina. Y no crean que es por machito fuera de sitio en una fecha donde el achique de espacios, supongo que justo y necesario, nos convierte a los tíos en secundarios.

Ni ganas, se lo juro, de hacer como esos otros concienciadísimos seres con colgajo entre las piernas que en ocasiones como esta sacan a paseo su buenrollismo condescendiente, que es uno de los machismos más estomagantes del catálogo. Qué asquito, esos fulanos perdonavidas que se ponen blandiblubs y creen que por decir “nosotras” están contribuyendo a la redención del sexo que en su fuero interno toman por débil. Qué ascazo, los menganos tocaculos, maltratadores sin matices o babosazos verbales que ya ayer se pusieron el avatar morado en Twitter y Facebook y andan dando lecciones de una igualdad que no distinguirían, valientes cabrones, de una onza de chocolate.

¿Ven? Por ahí va mi descoloque, en la incapacidad de subirme al carro de los topicazos repetidos hasta la náusea. O de hacerme el ciego y el mudo ante quienes han hecho de todo esto una fuente de pingües ingresos y de ensanchamiento del ego. Por no hablar de la descaradísima institucionalización de lo que supuestamente es un movimiento contestatario y de rebelión ante el sistema. ¡Joder, que hasta la reina Letizia hace huelga! Bueno, y por decirlo todo, yo también.