Conversos acelerados

Espectáculo bien poco edificante. Una manga de garrulos, policías municipales de profesión, le montan un tiberio a su responsable político porque les ha quitado el juguetito que sirve para dar hostias a mansalva y sin necesidad de justificación, oséase, las Unidades de Antidisturbios. Es el clásico “Te vas a cagar, civil mingafría” que hemos visto tantas veces —y algunas, muy cerca—, en versión corregida y aumentada. Unas capuchitas por aquí, unas rojigualdas por allá, algún brazo viril que se pone tieso con la Viagra de la épica, el consabido guantazo al móvil de una periodista acompañado de un exabrupto machirulo, y lindezas como “puto gordo” o “rojo de mierda” proferidas al destinatario de la gresca, Javier Barbero, a la sazón, concejal de Seguridad de la (noble) Villa de Madrid. Como atinadamente apuntó el atribulado edil, la escena se corresponde en forma y fondo con cualquier acto de extorsión fascista. Y sí, puede estar gastada la palabra, pero aquí no cabe otra, así que la silabeo: fas-cis-ta.

Ahora bien, anotado lo anterior, creo que sin dejar lugar a la menor sospecha de tibieza, también les cuento que no pude evitar descuajeringarme de la risa al contemplar cómo llegaba al rescate del munícipe en apuros… ¡su coche oficial! No me digan que ahí no hay una paradoja, una parajoda, una moraleja, una moralina, o como poco, materia para una chirigota, dos milongas y tres ditirambos. Item más, cuando una vez a salvo pero aún con las rodillas temblonas, el gachó se ciscaba en las muelas de la Policía Nacional por no haber entrado a saco contra la pitufada levantisca. Carajo con los conversos.

Desprecio a la izquierda

Qué barullo, oigan, allá al fondo a la izquierda. O quizá solo al fondo, que últimamente la otra palabra empieza a repeler a los doctores en Ciencias Políticas con calculadora porque han echado cuentas, y la conclusión ha sido, por lo visto, que ya no vende una escoba. “No es la izquierda la que va a traer el cambio; va a ser la gente”, pontificó el otro día el cátedro y caudillo de masas Iglesias Turrión en frase que bien podía haber firmado el remilgado Rivera. Respondía, después de acusarles de chantajistas, a las miles de personas que proponen concurrir a las elecciones generales en una sola lista, siguiendo la estela indiscutiblemente triunfal de las candidaturas plurales que ya gobiernan, por ejemplo, en Madrid y Barcelona. “La izquierda, quedáosla”, remató, a la diestra (ejem) de Dios Padre, el apóstol Iñigo Errejón, como si él mismo y su señorito no tuvieran acreditadas centenares de soflamillas de la más pura ortodoxia dizque zurda. Incluyendo, oh sí, medio loas al padrecito Stalin, que mató lo suyo, pero trajo —palabras de Pablo que, como casi todas las que ha pronunciado, están grabadas— el estado de bienestar.

Daría un rublo por saber qué opinan sobre estos gargajos despectivos de sus líderes los muchísimos fundadores de Podemos que siempre llevaron a gala ser de izquierda. Y no digamos ya los que exhibían el vocablo junto a un apellido aun más contundente: anticapitalista. Desde —lo reconozco— mi cómoda posición de escéptico resabiado al que le va poco en la vaina, aguardo el desenlace del enésimo encontronazo entre el fulanismo y los principios. Sospecho, eso sí, quién ganará.

Pieza cobrada

Cuánta murga sobre la nueva política, para que al final consista en que media docena de tuits antiguos pongan en el disparadero a un concejal recién nombrado. Debe de ser tremendo el viaje en catapulta desde el conocimiento en un ámbito reducido a ver tu careto en todas las portadas sin excepción. Claro que, si es comprensible el cabreo por las malas artes, lo que no se entiende es la sorpresa. ¿Tantos Doctores en Ciencias Políticas por centímetro cuadrado, y nadie había previsto que los expulsados del paraíso emprenderían la madre de todas las acometidas cuando los buenos aún anduvieran con la resaca de la verbena —anticastas, sí; pero castizos— en Las Vistillas?

Era de parvulitos de agit-prop que así sería y así fue, con el resultado seguramente no esperado ni por los linchadores de cobrarse la pieza. Eso también merece una apostilla: cae Guillermo Zapata, un tipo que quizá estuvo muy desafortunado pero que claramente no es un desalmado, y se va de rositas el tal Pablo Soto, autor de kilo y medio de piadas abogando por la elegancia social del apiolamiento de enemigos del pueblo. Háganselo mirar los perros de presa, pero también los que han preferido sacrificar a uno y salvar al otro. Que con 36 añazos es muy joven y tiene mucho que aprender, le justificó Manuela Carmena. Toda la razón, otra vez, Don José Mujica, hablando del infantilismo eterno de cierta izquierda.

Respecto a las otras mil lecciones de este episodio, anoten las fuerzas del cambio —lejanas y cercanas, ojo— que si conquistaron los votos asegurando que no son como los de enfrente, ahora les toca demostrarlo… aunque duela.