Colocando a Fernández

Es triste pedir, pero es más triste robar. Y hacer las dos cosas, ni les cuento. Qué argumento para una de Berlanga en blanco y negro con guión de Rafael Azcona, el protagonizado por el exministro de la triste figura, Jorge Fernández-Díaz. A la tercera ha podido colocarle su partido, el de las dos pés, en una de esas canonjías menores de las Cortes con suplemento de sueldo y su migajita de ego. “¡Yo no estoy en política para ocupar cargos!”, se aplicaba a gritos en la excusatio non petita el hasta anteayer señor de la porra. Acto seguido, se acordaba de las muelas de quienes, según él, habían roto un pacto entre caballeros. De caballeros habla, jódanse, el Don Corleonillo al que grabaron apremiando a uno de sus sicarios en el organigrama para que creara y difundiera pruebas falsas contra políticos desafectos, mayormente soberanistas catalanes.

Presidente de la Comisión de Peticiones, ya tiene su cuarto y mitad de bemoles el nombre de la cosa, es el poco deslumbrante puesto que han podido encontrarle tras mucho trajín a un tipo que empieza a oler a cadaverina política. No parece gran pago para alguien que ha rendido tan turbios pero eficaces servicios a la causa. Tampoco descarten, claro, que en cuanto amaine el temporal o estemos mirando a otro lado, le encuentren un destino pelín más lustroso. Sigo apostando por embajador, preferentemente en el Vaticano.

Por cierto, vaya risas que mientras en el Congreso español se vivía el frenético vodevil para encontrarle un plus a Fernández, en el Parlamento vasco, mi estimado Borja Sémper se dedicara a la diatriba de los cementerios de elefantes políticos.

La decisión de Arantza

A la hora de enviar estas líneas a los diarios que las publican, Arantza Quiroga no ha dimitido. Desconozco, pues, la decisión final, así que puedo comerme con patatas lo que escriba, pero me consta que la idea le ha rondado por la cabeza. Y no como calentón ni para hacerse la despechada. Mucho menos para marcarse un órdago, pues de sobra sabe que se juega los cuartos con profesionales del navajeo político que no solo no cederían en su vil comportamiento, sino que lo recrudecerían hasta arrancarle la última tira de piel. La triple A —Alfonso Alonso Aranegui— no deja heridos, salvo para reconvertirlos en fieles lamepunteras.

Sí, eso es lo jodido de todo este vodevil para los que ni somos, ni hemos sido, ni seremos del PP. Aquí la normalización —o la paz, como nos gusta decir exagerando— no tiene ningún pito que tocar. Como tantas veces, solo ha servido de coartada. En este caso, para dirimir una riña de familia, o más exactamente, para satisfacer una vieja afrenta. Es verdad que la talibanada que juega al victimeo (no se confunda con las auténticas víctimas) ha montado la barrila de rigor por los términos de la ponencia que iban a presentar los populares vascos. Eso estaba, sin embargo, amortizado. Con más datos que ayer, puedo anotar que Génova no vivía en el limbo. Si algo caracteriza a Quiroga aparte de su candidez, es su lealtad. Jamás habría dado un paso que perjudicase a sus superiores jerárquicos, y menos, sin consultarlo.

Se vaya o se quede, le deseo lo mejor a quien, aunque tarde, ha dado un paso muy valiente. Lástima que esté rodeada de esos amigos que hacen innecesarios los enemigos.

Politiqueo bastardo

Los pesimistas irredentos tenemos una máxima que se basa, no tanto en nuestra condición de cenizos, como en la tozuda constatación de los hechos: ninguna buena acción queda sin castigo. La penúltima víctima de la maldición a nuestro alrededor es el recién nombrado consejero de Empleo y Políticas sociales del Gobierno vasco, Ángel Toña. Manda muchísimas pelotas que, además de ver su intachable trayectoria de muchísimos años arrastrada por el barro, haya tenido que poner su cargo sin estrenar a disposición de la Comisión del Código ético… ¡justamente por haber actuado conforme a la ética defendiendo a los más débiles frente a la infame Ley Concursal, que es el complemento y martillo pilón de la Reforma laboral!

Bonito retrato de los que han ejercido de acusicas esgrimiendo un supuesto incumplimiento de la legalidad (española de pura cepa, por cierto) como causa para destituir a Toña. Que Borja Sémper, compañero de mil y un imputados que no se bajan del cargo ni por error, nos suelte una charla sobre la ejemplaridad es un puñetero chiste malo. Pero es mucho peor que EH Bildu, una formación que reclama la insumisión a las leyes injustas y se dice aliada de los currelas, saque el zurriago contra un tipo que actuó en conciencia para evitar a los trabajadores los daños de una norma arbitraria.

Queda como consuelo que allá donde el politiqueo se ha demostrado cutre y bastardo, hayan venido los cuatro grandes sindicatos en una unidad muy poco frecuente a respaldar sin fisuras y con un lenguaje rotundo la conducta de Ángel Toña en el caso por el que se le ha querido enmerdar. Ese gesto sí es honrado.

El gatillo de Sémper

¡Cómo andan de revueltas las placas tectónicas al fondo a la derecha! Y lo bien que lo estamos pasando, oigan, asistiendo al intercambio de guantadas y zancadillas desde el palco y como a quien no le va nada en el envite. ¿En qué acabará la tormenta en el paraíso diestro? Se me ocurren dos opciones. O el PP suelta lastre por estribor para convertirse de una vez en un partido de derecha civilizada como hay en otros lugares del mundo… o involuciona (todavía más) para competir en extremismo con las hijuelas ultramontanas que se le han desgajado. Anotación mental: manda huevos la brasa que da con que no se le rompa España una formación a la que le salen secesiones internas como champiñones tras el aguacero. Lo malo es que a los disidentes en fuga no les pueden mandar los tanques. Les queda rezar para que a Aznar no se le crucen los cables y se vaya a liderar Vox. No caerá esa breva, pero imaginarlo resulta orgásmico.

De todos los focos del incendio en el nido de la gaviota, el que más me entretiene —diría incluso que me interesa— es el que nos toca más de cerca. Ya es mala leche que el mejor diagnóstico de la situación por la que atraviesa la sucursal local de Génova se lo tengamos que tomar prestado a un pedazo de rojo como Gramsci: hay un PP vasco viejo que no acaba de morir y un PP vasco nuevo que no acaba de nacer. Si las tensiones eran hasta ahora latentes y disimuladas, parece haber llegado el momento de escupirse las verdades a la jeta. No era ni medio normal que los actuales dirigentes, los llamados Pop, encajaran sin rechistar las collejas atizadas por los del búnker.

Me resultó muy estimulante la alusión de Arantza Quiroga a “los que vienen de Madrid con billete de vuelta”. Y más, si cabe, lo que afirmó Borja Sémper en Onda Vasca: “Acabarán diciendo que somos los que apretamos el gatillo”. Cómo nos suena lo uno y lo otro, ¿eh? Nunca es tarde para caerse del guindo. Que cunda.

¡Fascista!

Empezaré diciendo que si todos los fascistas de la historia hubieran sido como Borja Sémper, seguramente en la lista de vergüenzas de la humanidad no figurarían el exterminio de los judíos ni la segunda guerra mundial, por poner un par de ejemplos de carril. Vamos, que no veo al correoso dirigente popular ni remotamente cerca de las actitudes o las garrulas ideas que provocaron tales ignonimias. De hecho, aparte de sus querencias futbolísticas merengonas, no encuentro en su proceder motivos de reproche que sean muy diferentes de los que le haría a cualquier político de cualquier partido. Como (casi) todos, está sujeto a una disciplina y a un catecismo, y cuando le ponen un micrófono delante, le toca seguir la partitura. Y aunque, de cuando en vez el irundarra gusta de marcarse unos gorgoritos que no vienen en el pentagrama, lo que no hará nunca será entonar una canción que no le haya señalado el director del coro. O sea, que el pasado jueves en el parlamento vasco le correspondía defender lo justo y necesario de la operación judicioso-policial contra Herrira tirando de argumentario. Lo hizo con tanto brío y entrenada convicción —las cámaras, ya saben, ayudan—, que consiguió arrancar en alguien de la bancada a la que se dirigía el epíteto comodín: ¡Fascista!

La cosa podía y opino humildemente que debía haber quedado ahí. Un lance sin más del juego parlamentario. ¡La de exabruptos que se escuchan cuando se está en el uso de la palabra! Contra lo que uno diría que es su carácter, a Sémper, sin embargo, le dio por tomárselo a la tremenda. La intervención del metete Maneiro, que quería chupar plano, terminó de hacer un mundo de lo que no pasaba de anécdota poco edificante. Como remate, varios compañeros del espontáneo que lanzó la invectiva se entregaron a teorizar que no se trataba de un insulto sino de una definición. Y el retrato de nuestra política quedó completado una vez más.