Villarejo es Villarejo

Nunca dejará de sorprenderme la facultad del infecto ex comisario Villarejo para llevarnos del ronzal. Nos echa un puñadito de maíz, y nos lanzamos a picotearlo con fruición. Sobre todo, claro, cuando la largada del tipejo deja en mal lugar a quienes nos resultan antipáticos o cuando alimentan nuestras tesis. Ocurre así que se le toma como argumento de autoridad si denuncia los marrones del PP o la monarquía, pero si saca trapos sucios de Podemos y su antiguo líder, entonces no procede concederle ningún crédito porque es un cloaquero sin escrúpulos. Y viceversa, por supuesto, en función de la bandería en que se milite.

Con ser siempre así, lo penúltimo ha batido todos los registros. La insinuación, luego matizada por él mismo, de que el CNI no fue diligente para evitar los atentados islamistas de 2017 en Barcelona porque quiso dar un susto al independentismo ha sido tomada más allá de la literalidad. Prácticamente, se está vendiendo la especie de que el organismo de inteligencia español urdió la matanza como escarmiento. Comprendo lo goloso políticamente de un planteamiento así, pero se parece un congo a las teorías conspiranoicas que nos largaron Losantos y Pedro Jota sobre el 11-M. Sí parece, porque eso está documentado y nadie ha sido capaz de desmentirlo, que el Imam de Ripoll, cerebro de la masacre, tenía tratos con el CNI. Era, teóricamente, confidente, aunque a la vista de lo sucedido, queda claro que se la metió doblada a los espías españoles. Esa torpeza y otras deberían investigadas. Pero de oficio, no porque un enredador nauseabundo como Villarejo suelte no sé qué porquería en sede judicial.

Réquiem por Cospedal

Réquiem político, me apresuro a precisar el título de la columna, no vayamos a jorobar, que tiene uno el recuerdo fresco de lo que pasó con una tal Rita Barberá, cuya última cena fue un whisky y un pincho de tortilla en la soledad de un hotel. Deseo fervientemente que el destino no le reserve un final tan cruel a quien hasta anteayer tuvo tanto mando en plaza. Bastante triste ha sido su vertiginosa caída en desgracia, de cuya moraleja deberían tomar nota todos los que olvidan que son mortales —metafóricamente, insisto— y que los vientos no soplan eternamente a favor. Cifuentes, Sáenz de Santamaría (¿habrá tenido algo que ver?), Aguirre, el mismo Rajoy… por no mencionar a los que han acabado en el trullo. Piensen en la cantidad de torres altísimas que hemos visto venirse abajo en poco tiempo.

Del hundimiento particular de la ya ex tantas cosas no se sabe si llaman la atención más los cómos o los porqués. Se ha ahogado en diferido en las fétidas cloacas a las que descendió, según me jura alguien que conoce muy bien el PP por dentro, justamente buscando el modo de limpiar su partido. Como una versión manchega de Fausto, no le quedó otra que pactar con el diablo Villarejo. La tremebunda paradoja es que la mierda se quitaba echando más mierda y quedando para los restos como una bomba de relojería andante. El miércoles venció el último plazo. Sonó el tic-tac postrero, y María Dolores de Cospedal entró en el pasado. Artificiera de sí misma, se detonó antes de que la detonaran, no sin evitar la tentación de dejar tres folios de suicidio —político, reitero— en los que negaba todo y lo admitía al mismo tiempo.

De Delgado a Cospedal

Era cuestión de tiempo que la cenagosa e interminable fonoteca del madero podrido Villarejo regurgitase una grabación que mostrase en porretas a algún ser humano con ojos del Partido Popular. Le ha tocado —también es verdad que tenía muchos boletos, ¿verdad, Soraya SdeS?— a la hasta anteayer soberbia mandamucho María Dolores de Cospedal. Conforme a la coreografía habitual, un presunto diario digital ha ido suministrando las piadas de la doña y su maromo, el tal Del Hierro, en progresión geométrica. Primero la puntita, luego una dosis cumplidita y después, el tracatrá final. O bueno, semifinal, porque tiene pinta de que quedan más jugosas entregas.

Más allá de la gravedad de lo revelado por las cintas marrones, que apenas es medio diapasón sobre lo que ya imaginábamos, el episodio nos sitúa ante el espejo de la política española. Primero, porque queda tan claro como ya sospechábamos que las cloacas del estado eran frecuentadas indistintamente y con igual desparpajo por tipas y tipos de las dos siglas que han conformado el asfixiante bipartidismo aún sin extinguir del todo. Segundo, y diría que especialmente relevante, porque las reacciones de los partidos de las pilladas en renuncio prueban la asquerosa hipocresía que impulsa sus actuaciones.

Cuando la cazada fue la ministra de Justicia del gobierno de Pedro Sánchez, el PP saltó a la yugular y el PSOE clamaba que era una infamia seguir el juego a chantajistas sin escrúpulos. Ahora los papeles están exactamente invertidos. Desde estas modestas líneas reclamo idéntica vara para ambas Dolores, Delgado y Cospedal. Y por supuesto, lo mismo para el Borbón viejo.

Sobre las cloacas

Ciento y pocos días después de su sorpresiva elevación a los cielos monclovitas, el sanchismo, atizado por todos los costados, como corresponde a cualquier gobierno que se precie, opta por la defensa de carril, declararse víctima de una conjura masónica. O de las cloacas, que es el término consensuado en el argumentario de los nuevos mandarines para nombrar al malvado monstruo informe que se está hinchando a soltar soplamocos a los pardillos llamados para la gloria de convertir la sombría Hispania rajoyana en la luminosa Pedronia, tierra libre de conflictos, penas y penillas.

Al primer bote, cabría recordar a lo Reverte que al poder se llega cagado, meado y llorado. Enfadarse y no respirar no es (o sea, no debería ser) una opción. Tampoco está de más recordar que el flanco en el que están recibiendo las hostias, el de la moralidad de los gestores de lo público, es exactamente el que utilizaron como bandera para despoltronar al anterior y encaramarse al timón. ¿Cómo es que ahora son bagatelas los que anteayer eran motivos de dimisión y/o cese fulminantes?

Claro que lo que menos cuela es hacerse de nuevas y llevarse las manos a la cabeza con las tales cloacas. Si personalizamos, como procede, la rata en jefe del sumidero del que hablamos se llama José Manuel Villarejo Pérez, y realizó buena parte de sus servicios más hediondos por encargo de conmilitones muy significados del actual presidente del Gobierno español. Si, como acabamos de escuchar con tristeza, una fiscal tenida por independiente (hoy ministra) le reía las gracias machistas y comentaba con él en tono jocoso ciertos delitos graves, era por algo.

¿Se queda Delgado?

De momento, Sánchez aguanta a su ministra de Justicia. Lo escribo con cierta prevención, después de haber tenido que comerme hace tres semanas una columna que empezaba de un modo muy parecido, solo que la que estaba entonces haciendo equilibrios en el alambre era la titular de Sanidad. Ni tres horas después de recibir el apoyo a machamartillo de su reclutador, Carmen Montón se hizo el harakiri porque al cúmulo de renuncios en que había sido cazada, se sumó el vergonzoso descubrimiento de haber copiado de la Wikipedia su trabajo de fin de máster chungo.

Si comparamos situaciones, se diría que la de Dolores Delgado es más peliaguada. Lo que se le atribuye, desde luego, se antoja de una gravedad mayor. Esta vez no es un título obtenido en un Phoskitos ni la evidencia de un fusilamiento intelectual. De entrada, son unas palabras muy gruesas, de esas que no se le perdonarían a nadie de la acera ideológica de enfrente. Un motivo de tarjeta roja de libro, según el catecismo actual, empeorado por el compadreo con el siniestro comisario Villarejo que queda patente en la grabación de marras. Y todo, después de haber mentido contumazmente al asegurar que apenas conocía al fulano o que los contactos con él se habían reducido a imponderables de carácter profesional.

Esos jijí-jajás que hemos escuchado todos, incluso concediendo alguna manipulación por parte del malvado polizonte, no dejan lugar a las dudas. Delgado debe dimitir o ser destituida. Por haber llamado maricón a Marlaska, por las gracietas sobre fiscales y magistrados con menores, por sus amistades peligrosas y por haber faltado reiteradamente a la verdad.