Si la vida es eterna en cinco minutos, cómo de larga será en la semana escasa que ha pasado desde que saltara la liebre del adelanto electoral en la demarcación autonómica hasta su confirmación ayer a las cuatro de la tarde. Quedan como asuntos del pleistoceno la primera miguita de pan lanzada por el portavoz del Gobierno y las especulaciones de aluvión en que nos enredamos. La lección es que el escenario puede cambiar bajo nuestros pies como los más avispados consultores y lectores de posos de café no son capaces de vislumbrar. Miren Zaldibar, sin ir más lejos, o sea, más cerca. Cuidado con pensar que se gana sin bajar del autobús o sin mancharse la pernera del pantalón. Seremos un pueblo emocionalmente austero, pero los sentimientos cuentan. Vaya que si cuentan.
Por lo demás, si ha de ser el 5 de abril, sea. Como he leído ya no recuerdo a quién, cuanto antes, mejor. Si de algo estamos hasta la mismísima sobaquera por estas laltitudes es de climas preelectorales infinitos, con broncas de a duro, demagogias hediondas y desvergonzados ejercicios de cuantopeormejorismo. De hecho, cuento los días que quedan hasta la fecha en que hemos sido convocados a las urnas, y me siento acechado por una pereza estratosférica. Se nos viene encima toda la caterva de señoritingos de bolsillo holgado, autoinvestidos de portavoces de los que están a dos velas, a predicarnos que vivimos en un paisaje lunar irrespirable. Advierto desde ya que no será la mejor de las ideas tratar de contrarrestar esos embistes y esos embustes a base de pincel rosa y baño de almíbar. Hay que ganarse cada voto de uno en uno. Hasta el último cuenta.