Hacerla, pagarla

Empezaré por lo obvio. Aplaudamos que el peso de la ley haya caído sobre quienes se creyeron por encima de ella. Se llamen como se llamen y hayan sido lo que hayan sido. Destacados dirigentes del PNV, por ejemplo. O altos cargos de la administración pública. Alfredo de Miguel y el resto de los ya oficialmente condenados tendrán tiempo de pensar en la cárcel que no está nada bien valerse de un carné y, menos, de una posición de privilegio en una institución que debe estar al servicio de la ciudadanía para engordar su cuenta corriente. Sí, la suya. En la sentencia no se dice que un solo céntimo haya ido a un lugar distinto del bolsillo de los implicados. Ni siquiera el Bobby Kennedy local que mezcló sus aversiones con sus ansias de medrar ha sido capaz de sugerir que lo afanado ha servido para pagar ni una fotocopia en Sabin Etxea.

Por lo demás, menos lobos con lo del “mayor caso de corrupción” en Euskal Herria. Es verdad que un euro sería una infamia, pero es que el botín no llega a 200.000 euros. Con eso no se paga ni los cagaderos de la sede del PP de Bilbao. Que ya hay que tener desparpajo, Alonso, Fanjul, Oyarzábal, y otros musguitos crecidos en la megacorrupción pepera sin cuartel, para venirse tan arriba por esta decisión en absoluto criticable de la Justicia española. Y aquí es donde enlazamos con los escandalizados de la contraparte. Se me saltan las lágrimas viendo a los denunciadores sin cuartel de la arbitrariedad togada hispana haciendo la ola a los otras veces tan vilipendiados magistrados a sueldo del estado opresor. Eso, claro, sin mentar que no hay ni habrá mayor corrupción que la que ustedes saben.

¿Y la Universidad?

Oigan, y ahora que ya tenemos bastante claro que Cifuentes está a punto de pasar a mejor vida política (y lo de mejor, ya verán cómo será literal), ¿qué tal si dedicamos unos párrafos a los usos y costumbres de la Universidad? No, no me refiero solamente a esa inmensa casa de masajes intelectualoides que está demostrando ser la Rey Juan Carlos, sino a la Universidad en su conjunto, y a las públicas en particular.

Y, de acuerdo, para reducir el crujir de dientes y las hiperventilaciones que ahora mismo estoy intuyendo en muchos lectores, podemos empezar recalcando que no se puede generalizar, que la inmensa mayoría de los que participan en la Enseñanza Superior son personas que se lo curran y que actúan con la máxima honradez. Como conozco a bastantes, no dudo en absoluto de que sea así, pero justamente por eso me extraña más su capacidad para no ver o para no querer ver el mamoneo sideral que se gasta en prácticamente todos los campus.

Hablo de endogamia, de camarillas, de accesos a través del sótano, de aprobados y suspensos de libre albedrío, de materias que en función de quién las imparta (o a quién) son un hueso o una maría, de supuestos trabajos de investigación que son una seguidilla de copiapegas, de ilustres docentes con diez faltas de ortografía por página, de becas a medida para niños buenos llamados a ser delfines, de programas compuestos por marcianadas sin ningún interés académico, de asignaturas que chorrean grosera ideología con la que hay que tragar para no catear. Y, claro, como en el caso que ha originado todo esto, del regalo sistemático de títulos tan pomposos como prescindibles.

Íñigo Alli, qué rostro

Vengo a proponerles una ola gigante por Iñigo Jesús Alli Martínez, quinto culiparlante más pirulero del actual Congreso de los Diputados y recordman sideral de la dureza de jeta. Si los tendrá de titanio el vividorzuelo de UPN, que tras la pillada escandalosa con el carrito del helado, todavía tiene el desahogo de poner cara de cordero degollado y hacerse la víctima.

Qué figura, el regionalista beatón. Sale en los papeles, incluidos algunos de los que le bailan el agua, que el gachó se ha fumado una quinta parte de las sesiones completas de la legislatura y se ha pasado por el arco del triunfo nada menos que 77 votaciones, y todo lo que tiene que decir es que vale, que igual no ha estado muy bien por su parte, pero que, ya si tal, devuelve el dinero. Bueno, ni eso. Solo la parte de la pasta que corresponde a las ausencias que empleó en hacerse un máster para directivos privados de la Universidad del Opus —a 27.900 leureles la pieza, oigan—, pero que se queda con la de las pellas que hizo “para ayudar en casa a mi numerosa familia porque creo en la conciliación real de la vida personal y profesional”. Como lo leen. Imaginen a cualquier currela de a pie faltando al tajo y saliendo por la misma petenera.

Así las gastan los que luego van de la rehostia en verso de la pulcritud moral. Las que habrá soltado por esa boquita contra el rojoseparatismo desde la tribuna de oradores las veces que sí ha tenido a bien fichar en la Carrera de San Jerónimo. Solo Carlos Salvador, su compadre de hemiciclo, le hace sombra en el innoble arte del exabrupto al peso. Retratado queda como el bribón que se embolsa un potosí sin sudarlo.