Las ha hecho y dicho de todos los colores, sabores y tamaños, pero ni aun así esperaba uno que Patxi López plagiara sin ruborizarse el argumentario cavernícola más rancio. Como si estuviera haciendo oposiciones a tertuliano de Intereconomía o columnero de La Razón, el lehendakari con inminente fecha de caducidad se ha subido al toro de Osborne para proclamar que los vascos deben sus pensiones a la solidaridad española. Les doy diez segundos para que dominen el subidón de bilis y las ganas de blasfemar, pero ni uno más. Recuerden lo de las margaritas y los cerdos. Simplemente, no merece la pena gastar un microjulio de energía en rebatir esas palabras que el de Portugalete se encontró en un Phoskitos o, para ser más exactos, en su diario de cabecera, que tampoco da puntada sin hilo. Nos sabemos de sobra la canción: qué buena es la madre patria, que nos lleva de excursión y nos acoge bajo su alerón.
Ocurre que cada vez va colando menos. Hoy cualquiera que tenga a mano un ordenador con Powerpoint puede demostrar lo que le salga de los orificios nasales, ya sea que los que se llaman Gustavo tienen tendencia a la melancolía, que la sábana santa era de la marca Ualf o, como es el caso, que nuestros jubilados viven de la sopa boba hispanistaní. Será por informes y estudios. También los hay a patadas que prueban justamente lo contrario, que por aquí arriba llevamos pagadas varias rondas sin reciprocidad.
Si les soy sincero, concedo el mismo crédito —ninguno— a los analistas que empujan y a los que estiran. Algún día se harán las cuentas a camiseta quitada y veremos quién pringa y quién no. Mientras, me fío del sentido común y de los hechos puros y duros que evidencian, pese a la defensa cerrada y montaraz de López, que la marca “España” es para la economía vasca como el cartelón que en la Edad Media se ponía en las casas donde había entrado la peste. No hay manera de vender una escoba.