La muerte y la campaña

Dos policías nacionales asesinados en un atentado talibán contra la embajada española en Kabul. Además de los terroristas suicidas, también se han dejado la piel cuatro agentes afganos, pero esos no entran en foco. No digo ni que tenga ni que deje de tener explicación lógica. Solo constato que el ritual fúnebre se centra en quienes empiezan a ser mentados por sus nombres propios. Por supuesto, con fotos que los muestran en su plenitud vital —tremenda la del árbol de navidad de fondo, hecha unas horas antes de reventar— y hasta con perfiles biográficos que abundan en detalles de interés más que dudoso. La diferencia que va de caer uniformado en acto de servicio a hacerlo vestido de buzo desde un andamio, circunstancia que da derecho, como mucho, a unas iniciales, una edad, el lugar de residencia y una docena de líneas que terminan dando cuenta de la concentración de protesta que han convocado los sindicatos.

Esta vez los honores serán mayores. Y apostillo de nuevo que me limito a enunciar hechos contantes y sonantes. Ahí tienen, por ejemplo, el concurso del pésame más sentido entre los políticos a la caza del voto. No crean que solo ha participado el cuarteto de candidatos a vivir en Moncloa. También han hecho sus pinitos elegíacos, para multiplicar el caudal de vergüenza ajena, terceros suplentes de esta o aquella lista. “La muerte entra en la campaña electoral”, llegó a titular no recuerdo ya qué medio digital. De saque, me pareció un cóctel de velocidad y tocino traído por los pelos, pero a la vista de los acontecimientos posteriores, me temo que el encabezado era absolutamente adecuado.

Mariano llega entero

En este punto del baile del abejorro electoral es justo y necesario entonar un elogio a Mariano Rajoy Brey. Lo escribo sin haber mediado ingesta alcohólica y, palabrita del niño Jesús, lejos del menor asomo irónico. Al Tancredo lo que es del Tancredo. Que levante la mano quien solo hace año y medio se imaginara que el tipo llegaría a boca de urna tan entero. Cualquiera que no se haga trampas en el yoyó reconocerá que los augurios de apenas anteayer lo pintaban hecho un Ecce Homo —concretamente el de Borja— a punto de caramelo para regalar el juguete a los requetenovedosos del barrio.

Pues ya ven que nanay. Acháquenme si quieren alguna versión extraña del síndrome de Estocolmo, pero a mi estos días el notario compostelano se me está antojando un coloso. Bueno, vale, quizá es solo que sus rivales en la lid están menguando cual filetes con clembuterol al contacto con la sartén. ¿El tuerto en el país de los ciegos? Por ahí creo que va la cosa, sí, añadiendo un curioso fenómeno que aún no han estudiado los gurús demoscópicos: el acojono que provocan los de enfrente, y en particular, Iglesias Alcampo, le está propiciando un tantín así de futuros votantes.

No, por supuesto no le darán ni para acercarse a la mayoría absoluta, pero sí para amortiguar el tantarantán que se le vaticinaba. Con una migaja de suerte, incluso, para poder sumar un nuevo rodillo con quien, a pesar de los disimulos y las bofetadas de pressing catch castizo que se cruzan, no deja ser su media naranja. Literalmente, naranja, ustedes ya me entienden. Nos va a descacharrar que la segunda transición también esté atada y bien atada.

Sánchezzzzzzzz

Entre los enormes bostezos que me provoca esta anodina campaña, leo y oigo que Pedro Sánchez está al borde de la extremaunción política. No en un mentidero, ni en dos, ni en tres. Con la excepción de una importante cabecera que, con moral arrendada al Alcoyano, sostiene que su chico se está comiendo al resto de los candidatos con patatas, de babor a estribor del espectro mediático se entonan cantos fúnebres por el cabeza de cartel del PSOE. Noqueado, acabado, finiquitado, desahuciado, apuran cronistas y analistas el diccionario de sinónimos, apoyándose en la, según parece, mejorable actuación del susodicho en el debate de marras.

Como les contaba ayer, yo apenas me aticé medio minuto de la cosa en directo, amén de un liofilizado de momentos escogidos al azar en una de las mil grabaciones que contaminan internet. Si he de ser franco, el Sánchez que vi no estuvo particularmente desacertado. Quiero decir, en relación a las capacidades que ha venido demostrando desde su alumbramiento con fórceps como presunto líder. No nos engañemos: más allá de su indudable apostura —vale, también para gustos—, al hombre le da para lo que le da, que es bastante poco, tirando a absolutamente nada. Es abrir la boca y proclamar de un modo rayano lo ofensivo que no tiene ni pajolera idea de lo que habla.

¿Se dará el bofetón que le vaticinan casi todos? Solo puedo decirles que hace un par de semanas me comprometí en público a suscribirme seis meses a La Razón si, como apuntaban algunas encuestas, Ciudadanos relegaba al PSOE a la condición de tercera fuerza, y que empiezo a arrepentirme muy seriamente de mi ligereza.

Una campaña más

Bueno, pues ya está. Voy marcando una muesca más en la culata. Otra campaña y, de momento, sereno. ¿Con ganas? Tanto como eso no les diré, pero tampoco voy a negar una cierta dosis de incertidumbre. Maldito síndrome de Pandora, que le hace a uno vivir en una noche de reyes infinita, incluso cuando no se juega casi nada.

Ya, que cómo puedo decir eso si estamos ante el final del bipartidismo, o según los más pintureros, en los albores de la Segunda Transición. Supongo que porque no he superado el atado y bien atado. O por la misma memoria clara, y además documentada con infinidad de lecturas sobre la cuestión, de lo que pasó en la primera.

Bienvenida sea, si se cumple, la novedad de las cuatro grandes fuerzas (alguna, a lo peor no tan grande) y lo imperioso que será pactar. Pero me pongo a hacer las cuentas y no acaba de convencerme ninguna de las sumas. De hecho, hay alguna, la que se me antoja más probable, que no augura nada demasiado venturoso para el futuro del trocito del mapa desde el que escribo y respiro.

Por lo demás, no puedo evitar sonreír —antes de ponerme a temblar, como en el enunciado de la famosa sección de La codorniz— viendo cómo no hay encuesta oficial u oficiosa que no vaticine la victoria del PP. Hostiándose un tanto, perdiendo la mayoría absoluta y lo que quieran, pero a la postre, mojando la oreja a todos sus competidores, y de propina, consiguiendo moderar los discursos y bajar los humos de los que iban a tomar al asalto palacio de invierno y ahora ya dicen que llamarán educadamente a la puerta.

Que sea lo que quieran Atresmedia, Mediaset y, por supuesto, Bertín Osborne.

Citas con Mariano

Al final va a ser un genio de la lámpara. Dice ahora Mariano Rajoy que hay que dejar a Catalunya fuera de la batalla electoral. Como si no cantara a millas que el asunto es el hierro ardiendo al que, tras su cuatrienio negro, fía las posibilidades de no mudarse de Moncloa. Perdido todo lo demás, le queda envolverse en la bandera rojiamarilla y venderse como la reencarnación de Santiago cerrando España.

La cosa es que, de momento no le va mal. Mucho mejor de lo esperado, y cito como prueba que haya conseguido atraerse cual satélites a los líderes (o así) de los otros tres grandes (o así) partidos autodenominados nacionales. Qué inmensa pardillez, por cierto, la de Pablo Iglesias teniendo que rogar ser llamado a la cita con los mayores, y perdiendo el culo para ir cuando el magnánimo dedo del pontevedrés marca su teléfono para convocarlo como plato de segunda mesa.

Podrá rezongar lo que quiera el baranda de Podemos y tratar de colocar la moto de que irá a montar un pollo, que la foto que quedará será la del estadista —sí, Rajoy, es la releche— que se atrajo al supuesto rojo del barrio porque, a pesar del millón de diferencias en prácticamente todo, coincide con él en que el valor supremo es que la patria no se rompa. Y si vuelven a leer la última parte de la frase, se darán cuenta que es verdad, como también lo es si cambiamos a Iglesias por Pedro Sánchez, y no digamos por Albert Rivera. Sin más y sin menos, la encarnación por partida cuádruple de la archifamosa sentencia de Josep Pla: no hay nada más parecido a un español de derechas que un español de izquierdas. Sobre todo, en lo identitario.