Plutofobia

Venga, inventemos palabras. Si una señora de muy buen vivir acuñó el término aporofobia con grandes ovaciones desde la grada progresí, cabrá pensar que existe lo opuesto o, por lo menos, lo complementario. Recordemos que el neologismo que tanto gustirrinín provoca entre los chachipirulis pretendía definir el odio a los pobres. Luego, lo divertido e ilustrativo, como ya contamos aquí, era que en realidad se trataba del odio que unos tíos que jamás han pasado una puñetera estrechez atribuyen, olé sus bemoles, a ciertos pobres que tienen el atrevimiento de protestar porque de un tiempo a esta parte su vida se ha puesto todavía más complicada. Siempre ha habido clases y subclases.

Anotado lo anterior a modo de contexto, apunten mi propuesta, que quizá hasta ya está contemplada en los diccionarios oficiales u oficiosos: plutofobia, oséase, asco indecible a los ricos. Y da igual a los de familia que a los que se lo han currado a pulmón desde la miseria absoluta o a los que han amasado un capital por cualquier método. Amancio Ortega, que en su día fue descalzo por su pueblo, es un ejemplo, pero no me meteré en un charco tan hondo. Señalaré a Rafa Nadal, que viniendo de la clase media (si algún día existió), a base de talento y aptitudes que no están al alcance de cualquiera, ha ganado un buen dinero. Y eso le hace digno del desprecio y del sojuzgamiento al pormayor, como acabamos de ver en las diatribas que ha recibido por haberse puesto el traje de faena para echar un cable en las inundaciones que han provocado graves daños en su entorno. Tiñosos en pijama encontraban sospechosa su actitud. Patéticos plutófobos.

Generalitat, ¿por qué?

¿Qué gana la Generalitat denunciando como “ayuda de estado ilegal” el acuerdo con el Gobierno español que acaba con la histórica discriminación a las empresas vascas conectadas a la alta tensión? Me lo pregunto desde que en Onda Vasca empezamos a trabajar esta noticia —sí, fuimos nosotros los que la sacamos, aunque luego fuéramos víctimas de la habitual rapiña de la profesión—, y sigo sin encontrar la respuesta. No paso del perro del hortelano, de los amigos que hacen innecesarios los enemigos, del escorpión y la rana o, en fin, del inveterado —¡y muy español, hay que joderse!— pecado capital de la envidia.

Tan triste como suena. Uno mira y remira las circunstancias y no atisba otro asidero. Ese pacto, arrancado con sangre, sudor y lágrimas, no supone ningún privilegio. Todo lo que hace es acabar con un agravio que implicaba, ahí estaba el tumor, un lastre insufrible para las compañías secuestradas por el perverso mecanismo eléctrico.

Y aquí viene la segunda parte de esta reflexión, más desazonadora todavía. No ha sido a 600 kilómetros sino en casa, donde los acusicas del Palau de la Plaça de Sant Jaume han encontrado sus más entusiastas justificadores. Las argumentaciones han ido desde el socorrido “Eso pasa por pactar con el PP corrupto” al memo “Se lo merece Urkullu por no apoyar el procés”, aunque la más reveladora es la que sostiene que la denuncia es muy procedente porque la medida beneficia a las empresas explotadoras de personas. Eso, en labios de los mismos que hace unos días, tras caerse del caballo camino de Damasco, repetían que lo que hace falta es una “auténtica política industrial”.

Cobrar por ser españoles

¡Milagro, milagro! El baranda de la Comunidad Valenciana ha visto la luz de la financiación territorial y ya no piensa que los ciudadanos de la CAV y Navarra son unos morrudos que viven a cuenta del sudor de los sufridos españoles. Gracias a la intercesión del lehendakari —¡Santo súbito!—, Ximo Puig salió de Ajuria Enea predicando que el Concierto (y entendemos que también el Convenio) no tiene nada de injusto ni es insolidario. Es verdad que, aún un poco apegado a su fe antigua, sostuvo que la prueba de la bondad del régimen propio está en que cabe en la Constitución española.

Le perdonaremos la minucia en atención a la rápida enmienda de su comportamiento anterior. Eso sí, a modo de penitencia, le sugerimos que haga labor de apostolado con su vicepresidenta, Mónica Oltra, que desde que se firmó el acuerdo sobre el Cupo no ha parado de soltar cargas de profundidad tiñosas. Y en las mismas anda el compañero de Oltra en Compromís, Joan Baldoví. Quién iba a sospechar que un tipo generalmente tan razonable, militante del Bloc Nacionalista Valencià, esté tan ofuscado con el supuesto privilegio. ¿Se ha parado a imaginar qué habría ocurrido en su Comunidad, donde se han batido récords siderales de mangoneo, si hubieran tenido que recaudar impuestos?

Claro que, en orden a decepciones, a este servidor le ha resultado especialmente doloroso, aunque nada sorprendente, que Carles Puigdemont haya escupido que hay españoles que cobran por serlo. Con amigos así, quién necesita enemigos. Qué reveladora, por cierto, la ovación que le han dedicado al president los notables del terruño que ustedes están pensando.

Tontos del Cupo

Los tontos del Cupo son una moda de ida y vuelta en bucle como los pantalones de pata de elefante. Aunque siempre permanecen ahí, en estado de latencia, de cuando en cuando reaparecen todos a una y con estrépito para bramar sus cánticos tiñosos. Qué mejor oportunidad para la vuelta a las andadas que los titulares gordos sobre el último acuerdo alcanzado por los gobiernos español y vasco (o por el PP y el PNV, que no sé si monta tanto). ¿Cómo es eso que de la noche a la mañana, estando las arcas españolas con telarañas, les largan a los insaciables vascones 1.400 millones del ala? Un atraco, un agravio intolerable, una vergonzosa cesión a los chantajistas periféricos, y así, hasta llenar cien barriles de bilis.

Y no crean que los bufidos salen solo de las gargantas de costumbre. La cosa no se limita a los inquebrantables de la rojigualdez. Hasta los requeteprogres presuntamente comprensivos con la vaina de la plurinacionalidad andan echando espumarajos. “¡España se rompe por el ministerio de Hacienda, señor Montoro!”, se tiró de los pelos en el Congreso el tenido por razonable Joan Baldoví. Por similares derroteros dialécticos han hecho slalom desde la bancada morada Iglesias, Errejón o la intrusa de tertulias Montero. No pasa de moda Josep Pla: no hay nada más parecido a un español de derechas que un español de izquierdas.

Quizá debamos echarle pedagogía. Por intentarlo, que no quede. Lástima que no podamos clonar a Pedro Luis Uriarte. Con todo, soy escéptico tirando a pesimista. Es verdad que esta bronca sobre el Concierto o el Convenio se basa en la ignorancia, pero diría que más en la maldad.