Ofensas a España

Se cuenta que George Bernard Shaw le preguntó a una dama con la que estaba tomando una copa si se acostaría con él a cambio de un millón de libras. Ante la respuesta afirmativa —y por lo visto, entusiasta—, volvió a interrogarla: “¿Y por veinte libras?”. Escandalizada, la mujer le interpeló con dureza: “¿Pero usted por qué me ha tomado?”, a lo que el cínico escritor irlandés y tacaño redomado replicó: “Lo que es, señora mía, ya me lo ha dejado claro. Ahora solo estamos negociando el precio”. Les pido perdón si la anécdota, seguramente falsa por lo demás, les ha parecido machista (yo mismo a veces pienso que lo es y otras que no), pero es la que me vino a la cabeza en el mismo segundo en que leí que muy pronto ofender a España estará castigado con una multa de hasta 30.000 euros. La diferencia es que en este caso, la tarifa se fija de saque, con lo que el regateo se hace innecesario. Pero igual que en el chascarrillo atribuido a Shaw, los legisladores, ejerciendo de cafishos, macarras o proxenetas, ponen de manifiesto sin gran rubor qué es para ellos la tal España cuya castidad tasan tan alegremente. Quizá deberían plantearse si al hacerlo no se están delatando como sus primeros y sus más graves ofensores.

Denle una vuelta. Estos son los tipos que nos atizan sus hondas y biliosas filípicas sobre la patria única, verdadera e indisoluble a la que hay que amar, honrar y respetar por encima de todas las cosas. Ante su sola mención, se cuadran, se inflaman, se empalman, se licuan. A ojo de regular cubero, se diría que para ellos tiene un valor incalculable, y eso, quedándose corto. Pues ya ven que no: se la alquilan por lo que cuesta un Lexus corrientito a cualquiera que tenga el capricho, la necesidad o el desvío de echarle… ejem… unos cagüentales. Y conociendo el paño, o sea, la querencia por los pagos en B de los arrendadores, es probable que hagan rebaja si no se pide factura.

Nacionalismo… español

Sostiene el periodista Gregorio Morán, con su acidez y vehemencia características, que el nacionalismo español es una versión edulcorada del fascismo. Yo no me atrevo a ir tan lejos en la diatriba, entre otros motivos, porque como insinué en un par de columnas recientes, no soy partidario de calzarle a todo quisque el baldón de fascista como quien se quita un padrastro. Lo que sí he tenido siempre meridianamente claro —y me consta que muchos de ustedes también— es que el tal nacionalismo español existe. Me dirán con razón que acabo de descubrir la fórmula de la gaseosa, pero estarán conmigo en que hasta la fecha, los primeros que negaban la mayor en actitud de basilisco con úlcera de estómago eran los que profesaban tal corpus ideológico, por llamarle de alguna manera a la cosa. Ni bajo la amenaza de secuestro del brazo incorrupto de Santa Teresa se avenían a confesar lo que a todas luces han sido, son y serán.

Pero miren por dónde habrá salido el sol, que sin mediar provocación ni coacción, la semana pasada se produjo una salida masiva del armario patriótico en forma de libro. De libraco, más bien, pues son cerca de mil quinientas páginas las que, según las emocionadas crónicas de la prensa afecta, conforman una biblia cañí titulada, agárrense, Historia de la nación y del nacionalismo español. Tracatrá, al final cantó la gallina. Firman el compendio 45 intelectuales de postín, de los que aparte de dos morigerados de cuota, la inmensa mayoría milita en la Brunete académica; les bastará que les cite a Fusi o García de Cortázar para que se hagan una idea del paño.

A diferencia de otros artefactos similares, y hasta donde he visto la lista de autores, no parece haber tuercebotas de la Historia ni ganapanes indocumentados. Y eso, qué carajo, es algo que los que defendemos otras identidades debemos saludar: al reconocerse —¡por fin!—, nos están reconociendo. Aunque sigan diciendo que nanay.

Monarquía bananera

Lo raro es que el separatismo no prenda también en Cuenca, Vitigudino o Almendralejo. Tiene que ser difícil amar a España y comprobar una y otra vez que quienes se arrogan su representación oficial son una panda de patanes con balcones a la calle. Qué bochorno infinito, sin ir más lejos, el pifostio verbenero que se montó el viernes pasado a cuenta del enésimo descoyunte de la cadera del ecce homo que a duras penas sostiene la corona hispana. Habría sobrado una nota de prensa para hacernos enterar de la nueva entrada a boxes de su desvencijada majestad. Sin embargo, los lumbreras de Zarzuela, que andan con el culo prieto viendo que se les descuajeringa el invento, no tuvieron mejor ocurrencia que convocar a los medios con pompa, boato y urgencia a las puertas de un fin de semana. Hasta los más prudentes ataron cabos, sargentos y coroneles de la legión, y barruntaron que se nos iba a hacer partícipes de algo muy gordo. La abdicación, como poco.

Pues no. Se trataba de un numerito que a los que tenemos el carné renovado unas cuantas veces nos trajo a la memoria a aquel célebre equipo médico habitual que fue radiando la muerte por entregas del predecesor de Juan Carlos en la jefatura del estado, un tal Francisco Franco, que también fue, por cierto, el que lo atornilló donde está. El mensaje vino a ser que según las últimas autopsias, el abuelo de Froilán goza de una salud excelente. Para nota, el galeno que le va a hincar el bisturí, intentando convencernos de que su paciente está hecho un chaval. Como si no hubiéramos visto a la triste piltrafa humana sesteando con baba en presencia de cuerpos diplomáticos, anunciando en un acto al gachó que acababa de hablar o trompicándose insistentemente con su propia sombra.

Si entre la patulea de pelotas cortesanos hubiera medio gramo de corazón, deberían dejar de exhibir impúdica y cruelmente ese amasijo de pieles y huesos que tanto dicen idolatrar.

España aguanta todo

Dice Joseba Egibar que el estado —el español, se entiende— no tiene futuro porque se le están cayendo todas las estructuras. Para que no se quede en frase, hace el pertinente inventario de la catástrofe: gobierno bajo sospecha, cúpula financiera y empresarial enmarronada, economía en las raspas, y de propina, la Corona campechana pillada en mil renuncios y con la imagen hecha unos zorros. A primera vista, no hay mucho con lo que refutar ese diagnóstico que, de hecho, se parece bastante a la composición de lugar que la mayoría nos hemos ido haciendo en los últimos meses a golpe de titular y evidencia. Se diría, ¿verdad?, que es cuestión de un soplido que todo se vaya definitivamente al guano. Desafiaría cualquier principio fundamental de la lógica y de la física que ocurriera otra cosa distinta al colapso irreparable. Y sin embargo, ocurrirá. España, con su mala salud de hierro, saldrá de esta y nos enterrará a todos.

Háganse con un libro de Historia y verán cómo desde Isabel y Fernando para acá, mal que bien ha ido escapando de envites bastante más peliagudos. A poco profunda que sea su lectura, en ese mismo manual comprobarán que el episodio actual, aparte de ser una minucia, encaja en la más absoluta de las normalidades. Ahí es donde quería llevarles: lo que hoy vivimos no solo no es excepcional, sino que se corresponde con lo que a lo largo de los siglos ha hecho perdurar la realidad institucional española. Y la de otros estados o naciones, no me vayan a tomar por donde no voy. Gobiernos ladrones y asesinos si tocaba, élites financieras sin escrúpulos ni ganas de tenerlos, familias reales con mil líos de alcoba y dos mil mangancias acreditadas… Con el entreverado de una Iglesia y un ejército que tal han bailado, esas son las únicas estructuras que sostienen el invento. No pueden caer porque son un todo compacto de capas de podredumbre que se van superponiendo hasta el infinito.

Por la unidad de España

Miles de personas se manifiestan en la plaza de Colón de Madrid “por la unidad de España”. ¿Y…? Están en su perfecto derecho. Cada cual dedica sus matinales festivas a lo que le plazca. Hay a quien le da por hacer ejercicios aeróbicos o anaeróbicos, quien prefiere el marianito de rigor y una de rabas y quien aprovecha para cursar visita a la parentela política. Si a unas decenas, centenas o millares de personas el cuerpo les pide echarse a la calle con la rojigualda en bandolera, no somos nadie para afearles la conducta ni mentarles la madre. Faltaría más. Que lo disfruten con salud y por muchos años, tantos como sigan considerando que deben montar el numerito..

Me asombra ver a mi alrededor semejante crujir de dientes por un acto tan fútil —gracias, diccionario de sinónimos— como esta convención de ciudadanas y ciudadanos que estiman necesario pedir lo que ya tienen. Incluso resulta divertido verlos tan afligidos por algo que, de momento, solo ocurre en sus calenturientas imaginaciones. Será la caraba cuando tengan auténticos motivos para rasgarse los correajes y echar unos berridos plañideros por la rup`tura de España, aunque temo que todavía estamos lejos del caso.

Mientras eso llega, sonriamos a su paso de la oca y descacharrémonos ante las abracadabrantes portadas que los pintan de hijos de Mola y Don Pelayo para arriba. Más que ofendernos, su zozobra debería halagarnos y, ya puestos, animarnos a acrecentarla. Pero siempre con el debido fair play, que es lo que los descoloca y les hace saltar los plomos porque lo suyo es el juego subterráneo en el lodo. Como escribí cuando parte de estos legionarios descafeinados plantaron su bicolor en la Cruz del Gorbea, no hay desprecio como no hacer aprecio. Dejémoslos, pues, que sigan celebrando legítimamente sus coros y danzas en días señalados como el doce de octubre o el seis de diciembre. Si ladran, tal vez sea porque cabalgamos.

Traidor o traidor

Ya no basta con las jugadas a balón parado, el tackling o el fuera de juego. Los futbolistas de élite ensayan en los entrenamientos hasta el modo de caer en el área para hacer picar al árbitro o pintureras celebraciones de goles hipotéticos. Tal vez sea mucho pedir que el siguiente paso sea incluir unas sesiones de manejo del Twitter para evitar incendios innecesarios o, simplemente, quedar en evidencia por patear la ortografía con el mismo ímpetu con que mandan el esférico a la grada cuando hay que defender una victoria por la mínima. Sin embargo, se hace urgente empezar a trabajar el regate en corto a los portadores de alcachofas y grabadoras. No se trata de hacer de todos los peloteros unos Valdanos o unos Lillos, porque aparte de que el resultado iría contra la Convención de Ginebra, semejantes verbos floridos no están al alcance de cualquiera. Sería suficiente con que los millonarios prematuros (copyright Bielsa) aprendieran cuatro o cinco rudimentos para no acabar de Trending Topic y saco de las hostias. En el caso de los vascos y catalanes seleccionables por España, esa instrucción es imprescindible.

Seguro que a estas alturas del despelleje a que está siendo sometido por los gañanes mayores del reino borbónico —anónimos y con pedigrí—, Markel Susaeta se arrepiente de no haber ejercitado esas disciplinas tanto como los pases en profundidad. La de veces que en las últimas horas habrá pasado por su moviola personal el infausto momento en que su lengua y su cerebro la pifiaron en lo que, aparentemente, era un lance sin peligro. En su situación, una frase que empieza con “Nosotros representamos…” sólo podía tener un desenlace funesto: traidor a una patria o a otra. En los tres segundos de tensa paradiña tuvo que elegir de dónde le lloverían las collejas. A la desesperada, quiso aferrarse al comodín y dijo “una cosa”. Lo empeoró. La fatua quedó dictada. Rojigualda, en este caso.

A qué llaman crecimiento

Menudo festín para los heraldos del apocalipsis y acojonadores compulsivos en general. Según el FMI, la economía española se va a pegar en 2013 un morrón todavía mayor que el de este año. Sobre 105 estados, este del que somos súbditos por imperativo ocupa el puesto 104 en el cuadro de crecimiento mundial. Sólo Grecia, ese infierno en la tierra, saca peores notas. En los puestos inmediatamente anteriores del pelotón de los torpes, Portugal, Chipre, Italia y Eslovenia, cuyas cifras vienen precedidas de un vergonzante signo negativo. Vengan unas orejas de burro y una motosierra para seguir recortando derechos a los zotes del planeta.

¿No sienten curiosidad por saber quiénes son los alumnos aplicados, el espejo donde debería mirarse la escoria internacional a la que pertenecemos? Pues vénganse a la parte alta del gráfico y admírense del pedazo 15,7% que va a crecer Mongolia, del 14,7 que medrará Irak o del 11 de escalada que le aguarda a Paraguay. Son los supercampeones del PIB ascendente. Tras ellos vienen Kirguistán, Mozambique, China, la República Democrática del Congo, Ghana, Turkmenistán y Costa de Marfil. Ya ven qué curioso. Con alguna leve salvedad, los Cuarenta Principales de la supuesta prosperidad son todos esos países de los que generalmente sabemos por sus guerras, hambrunas, matanzas de civiles indefensos, mafias instaladas en el poder, conculcaciones de derechos a tutiplén y, en general, injusticias sociales sin cuento.

Conclusión: cuando Lagarde y el resto de los señoritingos del FMI hablan de crecimiento, en realidad quieren decir desigualdad extrema, explotación impúdica y regreso a la edad media. El capitalismo cabrón del siglo XIX se antoja un paraíso en comparación con los modelos propuestos. Para dar el estirón y salir guapos en sus clasificaciones de comportamiento económico ejemplar hay que comer sin rechistar toda esa mierda doctrinal. ¿Estamos dispuestos a hacerlo?