Vísperas

La historia de este pueblo, país, terruño o como cada cual prefiera nombrarlo es la de una espera interminable, teñida a veces de impaciencia y otras, las más, de resignada rutina. A fuerza de haber aguardado en tantas ocasiones con los pulsos desbocados trenes que descarrilaban antes de alcanzar nuestro andén, optamos por vacunarnos contra la decepción con la botica que cada uno tenía más a mano. Escepticismo, pretendida indiferencia, rechazo, evitación, escapismo, cinismo puro y duro… Todas esas actitudes, que en el fondo no eran más que una camisa de fuerza en que embutir y neutralizar la condición eternamente expectante, nos han servido para ir tirando en los tiempos en que cada titular alejaba más el horizonte que queríamos pisar.

¿Ha llegado el momento de desprenderse de la coraza anti-frustración? Cuesta responder a eso. Son demasiadas cántaras de leche en pedazos, infinitas pieles de oso que vendimos a cuenta y tuvimos que reintegrar después con intereses de desencanto. Nuestros ojos ya no aciertan a distinguir la evidencia del ensueño y viceversa. Queremos creer pero no nos atrevemos a hacerlo. Simplemente, no soportaríamos un desengaño más. Y luego, claro, está el miedo. ¿Y si eso tan maravilloso que ha dado sentido a nuestras vidas y ha justificado nuestros discursos durante años no se parece a lo que habíamos imaginado? A ver si va a ser cierto lo que dicen de lo malo conocido y de lo fantástico por conocer.

No lo sabremos hasta que ocurra y lo bueno es que está ocurriendo ya. De ahí las preguntas, las dudas, los desasosiegos, el ingenuo autoengaño de hablar de ello para proclamar que no hay que hablar de ello. De ahí también la resistencia de quienes ven que tendrán que buscarse un momio nuevo, los leves pero significativos virajes de algunos apóstoles del no y, por resumir, este estado de vísperas no declarado pero asumido incluso por los que dejaron de esperar.

¡Deprisa, deprisa!

Este proceso de nuestras entretelas tiene ritmos caprichosos. Lo mismo se pega una temporada de desesperante calma chicha que, como está ocurriendo estos días, arrea un demarraje que nos deja la cintura hecha un ocho. Vaya jornadas llevamos encadenadas. Recapitulemos: adhesión de los presos de ETA al Acuerdo de Gernika, comisión de verificación del alto el fuego funcionando ya a pleno pulmón y a cara descubierta, órdago a pequeña de Patxi López, harakiri de Ekin a lo Torcuato Fernández Miranda, y, como rúbrica, comunicado de baja intensidad de la banda mostrando su disposición a ser monitorizada.

Normal, que al búnker que lleva decenios viviendo —cada vez, con menos rubor— a la sombra de la serpiente le entren sudores fríos y, oliendo cercana la temida casilla de llegada, clame que todo esto no es más que una estrategia electoralista de un Gobierno que se queda sin telediarios. ¿Lo es? Hombre, ninguno hemos nacido ayer. En la noria política, casualidades, las justas. Es obvio que hay una relación causa-efecto (o viceversa) entre estas prisas de penúltima hora y la proximidad del 20-N.

Lo único que se me ocurre lamentar al respecto es que las elecciones no hayan sido antes. Ese cuidado que nos habríamos quitado. Bendito electoralismo el que tiene como resultado desatascar cañerías por las que ya no esperábamos ver correr el agua. Cuánto mejor eso que andar timando al personal con los tocomochos habituales de creación de empleo o impuestos a no sé qué ricos que seguirán sin pagar.

Otra cosa es que este sprint final desesperado vaya a tener la deseada recompensa de una parte de los que ahora corren como alma que lleva el diablo en búsqueda del tiempo perdido en indecisiones. La Historia es tan cabrita, que a nadie deberá extrañar que los libros de dentro de unos años cuenten que ETA se acabó un martes por la tarde al auspicio de una mayoría absolutísima del Partido Popular.

Tiempo y espacio

Desde el estante perdido en que dejé aparcado el libro de notas del bachillerato llegan las risas sardónicas de mis aprobados raspados en Física (de Química mejor no hablamos). Igual que los humanos, siempre dispuestos a interpretar cada hecho a beneficio de obra, mis calificaciones peladas dan por sentado que el probable desmentido involuntario de los científicos del CERN a Einstein son la tardía demostración de la injusticia que padecieron. Si el grande entre los grandes de la ciencia podía estar equivocado, tanto más aquel penene al que apodábamos con nula originalidad Bacterio o el gris cátedro que nos asaba a fórmulas que parecía inventarse según las escribía en el encerado.

Ni idea sobre dónde acabará el asunto este de los neutrinos, la velocidad de la luz y los viajes al pasado. Tal vez en nada, en una corrección a la corrección que vuelva a dejar las cosas en su sitio. Incluso aunque sea así, nos quedan un par de momentos Nescafé que nadie podrá robarnos. No tengo palabras para expresar el gustirrinín que me dio ver la noticia compitiendo en las portadas digitales con el paso adelante de Palestina en la ONU, la adhesión de los presos de ETA al Acuerdo de Gernika, o la asamblea de Kutxa en que salió por goleada sumarse a la fusión.

Llámenme místico si quieren, pero veo en todas esas informaciones algo parecido a una conjunción planetaria. El mensaje de cada una de ellas es que las verdades inmutables lo son hasta que dejan de serlo. Quizá con la excepción del caso palestino, el resto habrían resultado impensables —como poco, impredecibles— hace apenas unos meses. No digamos hace un par de años. Pero resulta que en uno de esos recovecos en que se besan con lengua el tiempo y el espacio se obra el prodigio. La cerril resistencia cede y parece lo más natural del mundo estar donde se dijo que jamás se estaría. Una lección: las certidumbres más firmes son provisionales.

Aprendizajes y urgencias

Algo sí hemos aprendido en materia de acciones y reacciones. No hace tanto tiempo, la sentencia del caso Bateragune habría sido seguida de una o varias noches de cristales rotos y contenedores humeantes. Esta vez la cosa parece que se ha quedado en unas pintadas aquí o allá y, lo mejor de todo, en palabras. Muchas de ellas, cierto, todavía del viejo catecismo de soflamas cuarteleras. Pero las importantes, las que han sembrado de zozobra y confusión la acera de enfrente, venían impregnadas con otro barniz. “Que nadie abandone el camino” tiene, aunque no lo parezca, muchísima más potencia expresiva que el rudimentario “Egurra!” con que se llamaba a agitar el avispero en los días que queremos dejar atrás.

La mala noticia —que es buena según se mire— es que en el otro lado no van a renovar el lenguaje ni las formas. Seguirán con la retahíla verbal incendiaria, que es la que pone a su parroquia, y por descontado, aumentarán la dosis de carbón de la llamada maquinaria del Estado, mayormente por la parte del émbolo judicial. ¿Será la ilegalización de Sortu el siguiente paso? Nadie lo descarte. Ocurre que si se produce, una vez más nos encontraremos ante el regador regado. Como comprobamos en mayo —y también en 2001, no lo olvidemos— el Dios de las urnas escribe con renglones torcidos. No hay mejor campaña electoral que la te hacen a coste cero los del equipo contrario.

En el desarrollo de esta ecuación falta, como de costumbre, despejar la incógnita de las tres letras. Desde hace un año vengo sosteniendo que su traducción numérica es cero. Tal vez entre sus naipes quede algún basto, pero como se les ocurra echarlo a la mesa, saben de sobra que no sería precisamente al contrincante oficial al que harían la cusqui. Al contrario: los tahúres del búnker recuperarían buena parte de lo perdido en las bazas anteriores. Por eso es tan urgente que quien mejor puede hacerlo saque a ETA de la partida.

Ética

Quítenle la tilde al título y les quedará “etica”, es decir, un diminutivo de ETA, las tres letras que encierran las obsesiones y perversiones de una legión de salidos intelectualoides con balcón al kiosco. Ahora que están tan de moda los equipos multidisciplinares, se debería crear uno integrado por psiquiatras, veterinarios y exorcistas que traten de desentrañar lo que se esconde tras la compulsiva búsqueda de la triada alfabética allá donde miren. ¿Salivarán como el chucho pavloviano cuando ven u oyen pronunciar las palabras biciclETA, ETAnol o mETAcarpo? Me apuesto mi improbable futura pensión a que sí.

Y si se trata de hallar el grial en vocablos de la fabla diabólica de los vascones, a la avenida de jugos gástricos le sigue un movimiento de colita histérico. Es lo que ocurrió en el episodio que les vengo a contar. Confieso que no es una exclusiva ni nada parecido. Lleva un par de días de rule por el ciberespacio y doy por hecho que ocho de cada diez de ustedes están al cabo de la calle. Sea, pues, por los otros dos y, sobre todo, porque en estas cuestiones no hay que temer la repetición.

Nos remontamos al sábado, 27 de agosto. La víspera, día grande la Aste Nagusia de Bilbao, se había celebrado en la capital vizcaína una manifestación para reivindicar, según la convocatoria, “que la palabra de nuestro pueblo sea respetada”. El Mundo ilustró la noticia en su primera página con la fotografía de unas personas que sujetaban una pancarta en la que se leía “ETA”. Para hacerlo más siniestro, la nota al pie rezaba: “Los abertzales toman Bilbao”. En el resto de los medios pudimos ver el trile. El lema completo era “Inposaketarik ez”. Pero al ojo de águila avituallado por Pedro Jota Ramírez le sobraron letras. Se ganó el azucarillo. Descubierto el fraude, el de los tirantes, encantado de haberse conocido, galleó: “Es una foto de Pulitzer”. En Twitter nació un trending topic: #pedrojETA.

Balance en blanco

Un año y un día desde que ETA anunció, en ese lenguaje suyo que tanto entretiene a filólogos vocacionales y descifradores de posos de café, el “cese de las acciones armadas ofensivas”. La noticia es que no es noticia o que si ha fungido como tal, ha sido simplemente por el apego que le tenemos a los aniversarios de lo que sea. Las efemérides no pasan de moda en el periodismo. De hecho, aquí tienen a otro plumífero enredando -o enredándose- con una. Sería demasiado cínico criticar lo que uno mismo practica.

Como contrapeso a tan poco original proceder, intentaré proponer en estas líneas una mirada que salga de los terrenos trillados por los que casi inevitablemente transitamos los que tenemos acceso a teclado o micrófono con balcón a la calle. Ya saben suficientemente de qué pie cojeamos cada uno y de qué materiales nobles e innobles están hechas nuestras obsesiones. No digo que no les aportemos nada, porque supongo que si se toman la molestia de leernos o escucharnos, sacarán algo en limpio, aunque sea la reafirmación de su discrepancia. Esta vez les pido que den un paso más y traten de escribir, siquiera mentalmente, su propia columna de balance de estos doce meses sin atentados. De eso iba lo del planteamiento novedoso que sugería.

Tal vez no les salga en el primer bote, así que les ayudo espolvoreando algunas de las preguntas que, siguiendo mi método habitual, yo mismo me hubiera formulado antes de ponerme a redactar. Por ejemplo: ¿Estamos mejor ahora que en septiembre de 2010? ¿Ha cambiado algo sustancial en nuestras vidas a lo largo de esta vuelta de calendario? ¿Ha variado el escenario político general? Si la respuesta a lo anterior ha sido afirmativa, ¿quiénes dirían que han trabajado a favor y quiénes se han dedicado a poner palos en las ruedas? ¿Hay alguna explicación a esas actitudes? Pueden añadir los interrogantes que se les ocurran. Ya les he dicho que era su columna.

De Casablanca a Irun

Aunque la escena mítica de Casablanca es la de la despedida en el brumoso aeródromo, mi favorita es la de la clausura del local de Rick. No hay manual de ética parda tan instructivo como la visión del caradura Capitán Renault, parroquiano número uno del garito, ordenando el cierre mientras farfulla con mal impostada dignidad: “¡Es un escándalo, es un escándalo! ¡Aquí se juega!” Cambien el café que regentaba Humphrey Bogart por el bar El Faisán de Irun, y estarán en el escenario de otra grandiosa exhibición de cinismo e hipócrita desparpajo.

Es gracioso ver cómo los que tienen la cartografía a escala 1:1 de las cañerías del Estado y podrían moverse por ellas con los ojos vendados se hacen los recién caídos del guindo y claman en falsete su sofoco por el soplo -aún presunto- que unos guripas les dieron a los malos para que pusieran tierra de por medio. En su sobreactuación de taller de teatro de bachillerato, no dudan en tachar de felonía el episodio ni en señalarlo como prueba de la colaboración del Gobierno español con una banda terrorista.

Los más montaraces hasta piden que enchironen al pérfido Pepunto Rubalcaba y a su faldero y sustituto en Interior, Antonio Camacho, que algo tuvieron que ver con todo aquello. Probablemente lo consigan, porque el asunto está en manos de ese casino de croupiers con toga llamado Audiencia Nacional. Sería, en todo caso, una especie de justicia poética, porque a lo peor ambos enfilados y otros de la parte baja del escalafón han hecho méritos en su dilatada trayectoria para acabar a la sombra, pero entre ellos no debería estar su proceder en este caso.

Podemos fingir rasgado de vestiduras como el Capitán Renault, pero somos lo suficientemente mayorcitos para saber que no vivimos en la tierra de los Teletubbies. Lo del Faisán tuvo un contexto, el intento de conseguir la paz, que si no lo justifica, sí lo explica. No fue, ni de lejos, para tanto.