Hoy me van a permitir que les hable de mi libro, o sea, de mi programa de radio, que en realidad no es mío, sino de tantas y tantas personas que lo han venido forjando durante seis años. Empezando, faltaría más, por Xabier Lapitz, que es quien le ha puesto voz, cara, alma, corazón y vida a Euskadi Hoy de Onda Vasca desde su heroico nacimiento. Ahora que no nos lee nadie, les confesaré que, egoístamente, habría preferido que las cosas siguieran como estaban.
Yo era feliz en Gabon, pequeña y manejable locura nocturna compartida con militantes de la comunicación. Ni éramos ni aspirábamos a ser la releche. Siempre me ha provocado un pudor indecible venderme como lo que Cortázar llamaba la última chupada del mate. Más, sabiendo que a diestra y siniestra del dial hay productos —públicos y privados— que se pulen en una hora de emisión lo que a nosotros nos llegaría para un mes. Con encontrarnos cada noche a los cómplices a uno y otro lado de las ondas, teníamos de sobra. Y —les decía antes de dispersarme— habría seguido así lo que dieran de sí su paciencia o mi garganta.
Pero, como en la canción de Silvio, las causas y los azares nos fueron cercando, hasta que un día me vi aceptando la mudanza, no niego que con la esperanza recóndita de que Xabier cambiara de idea en el último minuto. Como no lo hizo, desde el lunes pasado me tienen levantándome a la hora a la que antes me acostaba. Me acompaña un cóctel de vértigo y miedo, pero también las impagables sensaciones de trabajar con personas que humana y profesionalmente superan el diez, y de poder saludarles a ustedes con un Egunon, Euskal Herria!