Listísimas

Pasan lustros y no pierde ni un ápice de vigencia el principio sobre el reparto de puestos en la mayoría de las organizaciones políticas que dejó enunciado Alfonso Guerra. “El que se mueve no sale en la foto”, sentenció lapidariamente el entonces número dos del PSOE, que a los efectos de colocación y eliminación de efectivos, era el número uno. Se trataba, desde luego, de un aviso a navegantes, pero también de la descripción de una realidad difícilmente refutable: un partido necesita cohesión y observación de la jerarquía. Eso se consigue, no nos engañemos, rodeando al líder de personas fieles o, si se prefiere la versión suave, de personas de su confianza. Otra cosa es que lo sean por convicción, porque no queda otro remedio o porque la recompensa merece el esfuerzo.

Es verdad que la reciente moda de las primarias ha variado algo el procedimiento. Todos tenemos en mente media docena de casos, empezando por los de los propios Pedro Sánchez y Pablo Casado, en los que ha ocurrido lo inesperado. Quizá por eso mismo, porque conocen de primera mano los peligros de no tenerlo todo atado y bien atado, uno y otro se han aplicado el cuento y de cara a la inminente torrentera de elecciones han elaborado listas casi literalmente a su imagen y semejanza. Sánchez se ha librado de hasta el último susanista y ha instalado a su guardia de corps en los lugares preminentes. De lo suyo gasta. Con mayor descaro que su rival, Casado directamente ha laminado a la vieja guardia y la ha sustituido por frikis como Cayetana Álvarez de Toledo o Juan José Cortes, cuyo único mérito político consiste en ser padre de una niña asesinada.

Ahora sí pueden

Palabrita del niño Jesús que me había hecho el propósito de no escribir en un tiempo sobre la formación emergente. ¿Autocensurándose a estas alturas, columnero? Pues un poco sí, más que nada, por instinto de supervivencia neuronal. No imaginan lo cansino que es vérselas con un puñado de fans fatales pertrechados de una escasísima variedad de exabruptos arrojadizos y/o difusas amenazas. Ocurre —y he ahí el sentido de estas líneas y de la quiebra de mi intención de mantenerme alejado del cáliz— que no es necesario publicar pieza nueva para merecer tales atenciones.

Basta una anterior, como la del pasado jueves en que me explayaba sobre la horizontalidad vertical (o viceversa) de la cosa, poniendo como ejemplo que la cúpula madrileña de Podemos había desautorizado a la sección vasca en su resolución de presentarse a las elecciones forales. Como quiera que 48 horas después el titular se dio la vuelta —ahora sí les dejan presentarse—, han comenzado a llegar a mi vera los cobradores del frac. Unos me exigen que me trague mis palabras y otros que me las meta por el conducto rectal. Alguno, más elegante, simplemente se guasea de mis dotes de adivino.

A todos les remito a la anotación que hice en mi sufrido muro de Facebook el mismo día de autos: “A pesar de lo escrito, apuesto a que habrá marcha atrás en esta decisión. El coste es demasiado alto. No veo a bastantes de los integrantes de Podemos Euskadi, veteranos de mil batallas, dejándose acogotar por unos parvenus”. Más abajo, añadía: “La publicación de la cuestión es lo que, según mi apuesta, provocará la marcha atrás”. Diría que ha sido tal cual.

Podemos Euskadi no puede

Recuerdo perfectamente, porque no ha pasado ni un año, cuando nos contaban que Podemos, entonces naciente, sería la recaraba en pepitoria de la horizontalidad y la participación. A diferencia de las rancias, caducas, decrépitas, trasnochadas (y me llevo una) formaciones del régimendelsetentayocho, que se organizan cual mazmorras verticales donde los de arriba sostienen el látigo y los de abajo dicen amén Jesús, la nueva criatura política aportaría un modo de funcionamiento por ósmosis. No habría jefes ni indios. O mejor: cada integrante del invento sería, según le placiera, conviniera o le diera por ahí, mandante y/o mandado en una suerte de armonía total basada en la perfección —¡Omm, ommm!— que simboliza el sagrado círculo.

Ha sido necesario muy poco tiempo para comprobar en qué han devenido aquellas fantásticas (y fantasiosas) intenciones. No hay un partido en la casta castosa, casposa y pastosa con una estructura jerárquica ni la mitad de férrea que el que encabezan —y la palabra no es casual— Iglesias, Errejón, Monedero, y cada uno en un escalón descendente, el resto de los componentes del organigrama. Salvo un puñado de accidentes en alguna autonomía, municipio o pedanía, la disciplina dactilar de la cúpula se ha ido imponiendo con precisión de cirujano. Y si la voluntad del gurú no se cumple de saque, lo hace en segundas nupcias. Como ejemplo cercano, la sucursal en la demarcación autonómica vasca. Salieron los que no tocaban. Pero muy pronto, en su primera decisión soberana, la de concurrir a las elecciones forales, Madrid (sí, ¡Madrid!) les ha explicado quién es Tarzán y quién es Chita.