Eternamente Yolanda

Parece que a Yolanda Barcina se le acaba la baraka, que es la sugerente palabra árabe para decir lo que aquí se ha venido nombrando como folla, nata, chamba, o más gráficamente, tener una flor en el culo. Los mismos genios de la lámpara regionalista que le concedieron la gracia de llegar a ser lo que ni sus orígenes ni su currículum hacían imaginable le andan ahora segando la hierba bajo los pies. Con la resignación cristiana que se le supone, la doña podrá decir que el señor se lo dio y el señor se lo quitó. Ese señor, no busquen más pies al gato, se llama Miguel y se apellida Sanz, que en esta hora del derribo ha escogido a su paisano Alberto Catalán para que ejerza de rayo destructor. Contrariar al padre sin pararse a comprobar que esté muerto y bien enterrado se paga muy caro en política.

También puede ser que le esté componiendo a la aún presidenta de Navarra una necrológica prematura. Al fin y al cabo, escribo a 150 kilómetros del epicentro del terremoto y, probablemente, sin ser capaz de desprenderme del todo de ese simplismo con que los vascos de la demarcación autonómica tendemos a despachar los asuntos del viejo reino, que es para nosotros una geografía más sentimental que carnal. ¿Será que desde esta cercana lejanía (o viceversa) se me escapa algún ripio de la tragicomedia foral y a la heroína aparentemente a punto de hincar la rodilla le quede una milagrosa vía de escape? Supongo que tardaremos muy poco en comprobarlo, pero si tengo que apostar, va lo que cuesta un billete de villavesa a que la Señora (Copyright Jiménez) está a rato y medio del finiquito.

Eso sí, me juego también un volován relleno del Gaucho a que en la huida hacia adelante dejará más de dos fiambres en su partido y no menos de cuatro pufos en el Gobierno. Por no hablar, claro, del marronazo para alguna formación opositora —adivina, adivinanza— cuya peor pesadilla es tener que mirarse al espejo de las urnas.

El factor humano

Tendemos a pensar, bien es cierto que porque nos dan motivos para ello, que los políticos ya salieron políticos del vientre de sus madres. Como solo los conocemos en esa faceta —y a muchos, desde tiempo inmemorial—, se diría que forman parte de una especie diferente a la del resto de los mortales, con sus propias leyes, determinismos genéticos, y pautas de comportamiento. Y no es así, sino exactamente al contrario. Para lo bueno, lo malo y lo regular, son humanos. Bajo la cubierta de Armani o Elena Benarroch hay seres de carne y hueso con las mismas o parecidas pulsiones, virtudes y miserias que acarreamos los demás. Es ahí donde tenemos que acudir para entender (o tratar de entender) sus tantas veces peculiares conductas.

La actualidad nos regala un ejemplar perfecto para el profundizar en esta teoría. Sea lo que sea lo que ha acabado con una carrera tan prometedora como la de Santiago Cervera, la razón última, o quizá la primera, está en el factor humano. Quedaría por establecer, lógicamente, la naturaleza de ese factor. Los que se pasan la presunción de inocencia por el forro de sus conveniencias y juzgan y condenan en el mismo viaje dan por hecho que al expresidente del PP navarro le perdió la codicia, que es cien por ciento humana. No es una hipótesis inverosímil del todo, habida cuenta de los abundantes precedentes, pero a mi, supongo que por el conocimiento previo que tengo del personaje, me cuesta creerla.

Como, al fin y al cabo, esto va de especulaciones, aventuro la mía. A falta de más datos, creo que Cervera ha sido víctima de un cierto narcisismo bañado en quintales de ingenuidad. Se creyó el prota de una de esas series negras de las que tanto hablaba en Twitter y se pilló los dedos en la famosa rendija de la muralla. Con gorro de lana y bufanda de doble vuelta, para más recochineo y automortificación. No hay nada más humano que ir a por lana y salir trasquilado.

Culebrón foral

Pepa y Avelino, Concha y Mariano, el dúo Pimpinela… Nos quedamos necesariamente cortos cuando buscamos en el bestiario bufo con quién comparar a la grotesca pareja asíncrona que gobierna en Navarra. Barcina y Jiménez, la una con el mantón de manila foral y español y el otro con el puño flojo sujetando una rosa chuchurría, forman por derecho una categoría propia de la tragicomedia política. Sólo el ya descuajeringado tándem López-Basagoiti ha sido causa de tanto solaz, alipori y destrozos irreparables como el par simpar que administra en pésima avenencia el viejo reino. Tal vez, de hecho, en la estrepitosa ruptura a sartenazos de la santa alianza vascongada tengamos el botón de muestra de cómo va a acabar el serial en la tierra del Amejoramiento.

No me fiaría. Como tengo en el lado oscuro de mi currículum el visionado en vena de una docena de culebrones, principalmente mejicanos, venezolanos y colombianos, conozco algunas leyes del género. Desde que parece que está a punto de llegar el desenlace hasta que efectivamente llega te da tiempo a fumarte un estanco, preparar unas oposiciones a notarías y completar la maqueta del Taj Majal de una de esas colecciones por entregas semanales. Se diría, sí, que el puñetazo en la mesa que dio el viernes pasado Lizarbe —quién te ha visto y quién te ve, Juan José— sonaba a últimatum. Pero también se sabe que la paciencia política, sobre todo cuando tienes un puñadito de cargos en gananciales, es como el tubo de la pasta de dientes; siempre parece que no puede salir más y sin embargo, si aprietas, sale. Y podemos remitirnos a los precedentes: hasta la fecha, la firmeza demostrada por el PSN ha estado entre la gelatina y las natillas.

¿Le queda una gota de sangre roja al partido que sigue cerrando sus congresillos (no es ofensa; se llaman así) puño en alto y entonando La Internacional? Lo sabremos en el próximo capítulo. Por si acaso, no apuesto.

Foral y bananera

A Yolanda Barcina se le inflaman los carrillos y se le alteran los pulsos cuando proclama, con esa pose suya de vedette de compañía de revistas de provincias, que Navarra seguirá siendo foral y española. Como si no se notara que, en sus labios, esa letanía para poner pilonga a la talibanada requeté lleva una apostilla elíptica: “y bananera”.

Al tiempo, que no pinten un plátano como complemento a las cadenas en el escudo. Nada representaría mejor los modos y maneras que luce la casta gobernante, especialmente desde que a su cabeza va la antigua alcaldesa de Iruñea. La última: obligados por el escándalo a renunciar a las dietas de marajás que cobraban por sestear en los consejos de administración de las empresas públicas, los creativos integrantes de la mayoría que manda se han sacado de la chistera algo llamado “complemento de responsabilidades”. Lo que deja de entrar al bolsillo por aquí, se mete por acá.

Efectivamente, dan por hecho que sus gobernados son idiotas y no van a caer en la cuenta de que les están chuleando otra vez. Y en sus mismísimas narices, además. La cosa es que así va a ir al boletín oficial: en lo sucesivo a sus excelencias les pagarán dos veces por lo mismo. ¿O es que sin el cobro del plus gobernarían irresponsablemente? Eso se da a entender, lo cual no deja de ser una curiosa confesión de parte. La jodienda es que el sobresueldo no va a evitar que lo sigan haciendo igual.

Ya me imagino la réplica: “La política tiene que estar bien pagada. En la empresa privada cobraríamos más”. Si eso es tan cierto, la pregunta es qué hacen realizando un tremendo sacrificio que nadie les ha pedido ni, según ellos, les va a agradecer. Devuelven las llaves del coche oficial y el acta, y se marchan en pos de la plenitud económica que les aguarda al otro lado de la moqueta. Quitando aquellos a los que les deban favores, el resto viviría, con suerte, con mil quinientos euros al mes.

Vicepresidente Jiménez

Antes de las elecciones del 22 de mayo, Roberto Jiménez, el rampante y trepante líder del PSN, obviaba el nombre de su presunta rival, Yolanda Barcina, y se refería a ella como “la señora”. Como suele ocurrir con tantas gracietas de campaña, cuando los votos estuvieron contados, al ingenioso vendedor de humo el chiste se le volvió calabaza. La “señora” chascó los dedos y llamó a su presencia a Jiménez para endiñarle una de esas ofertas que un partido en liquidación por derribo no se puede permitir el lujo de rechazar. Magnánima ella, antes de usarlo como felpudo durante la inminente legislatura foral, permitió que su futuro siervo tuviera unas migajas de gloria haciendo como que negociaba supuestas mayorías de progreso. El mismo timo que hace cuatro años, pero corregido y aumentado.

Es curioso, no obstante, que pese a la profunda huella que dejó aquella felonía, las tres fuerzas que ahora representan las ganas de aire fresco en Navarra volvieran a morder el anzuelo. Probablemente les pudo más la intensidad de su deseo que su capacidad de análisis. Alguien que te la da con queso la primera vez, la segunda te la pega con un calcentín, y más, como es el caso, si se trata de un tipo que desconoce voluntariamente la existencia de cualquier cosa parecida a unos principios. Desgraciadamente, salvo honrosas y contadas excepciones, es la clase de personas (más bien, de individuos) que se llevan el gato al agua en la política. La ideología es un lastre muy grande camino de la cima.

Habrá que reconocérselo como mérito. Cualquiera con media gota de pundonor que hubiera cosechado un fracaso tan bochornoso como el suyo, habría cogido el abrigo y estaría a esta hora conduciendo un quitanieves en Vladivostok. Él no. Él se ha colocado como palafrenero y a la vez mascota de “la señora”, con derecho a utilizar resmillería con el membrete de Vicepresidente del Gobierno más reaccionario del hemisferio norte.

Barcina y la pintada

Yolanda Barcina ya tenía una foto en Basaburua. Se la sacó en el mismo rally donde, pasándose por el arco del triunfo el código de la circulación, completó el álbum de instantáneas que atestiguaban que, siquiera por unos segundos, había pisado las 272 demarcaciones sobre las que aspira ordenar y mandar con la vara de su padrino, Miguel Sanz. Pero a la coleccionista compulsiva de imágenes le debía de saber a poco ese retrato apresurado y clónico de los otros 271 que se hizo al lado de las placas con el nombre de los pueblos. Necesitaba que la inmortalizaran junto a un souvenir gráfico con más intensidad dramática, algo que la presentara -sobre todo, ante quienes no la conocen y, por tanto, son más fáciles de engañufar- con ese coraje pinturero de sus ex-socias San Gil, Otaola o Esperanza Aguirre.

¿Qué tal una pared de ladrillo cutremente blanqueada sobre la que una firme mano armada con spray negro hubiera escrito Gora E.T.A., así, con puntos entre las siglas, a la antigua usanza? ¡Fantástico! Esa era la idea. Y allá que se puso en marcha rumbo al norte el Barcibús, sin que nadie se parase a solicitar el pertinente permiso municipal para hacer un acto público. ¿Para qué? ¿Acaso el Séptimo de caballería mandaba una instancia a los pieles rojas para advertirles de su llegada? Esas formalidades no proceden en las acciones de conquista, o sea, de reconquista.

La intrépida comitiva llevaba lo necesario para adentrarse en tierra hostil. Como se sabe, al kit básico -atril, megafonía, carteles- hay que añadirle como elementos imprescindibles unos aguerridos periodistas que cuenten la hazaña al mundo. En este caso, además, era menester completar el lote con un puñado de entusiastas que hicieran de asistentes al mitin, pues no se esperaba que hubiera muchos nativos por la labor.

Todo salió a pedir de boca. La prensa afín da gozosa fe de ello. Sepa la Chula Potra quién reparte aquí las bofetadas.

NaBai: no hagamos un drama

Tras la ruptura suelen arreciar los trastos a la cabeza, que ya volaban desde tiempo antes anunciando el inminente e inevitable final. Es una inútil pérdida de energías. Los reproches muerden la mano que los alimenta con mayor saña que el tobillo al que son lanzados. Es mucho más práctico, aunque sea una cursilada del nueve largo, aplicarse el bálsamo Tagore. Si lloras por la pena o por la rabia de no ver el sol, las lágrimas te van a coronar con la cabronada de no dejarte ver las estrellas. Añadamos que no estamos hablando de amor, sino de política -donde los sentimientos son de atrezzo-, y concluiremos que no procede hacer un drama de lo que ha ocurrido con Nafarroa Bai.

A nada nos lleva el sorteo y adjudicación de culpas. A menos todavía nos conduce que el resultado del descasamiento sea aumentar el saldo de rencor entre los que fuera o dentro persiguen el mismo fin. Que si EA ha pretendido jugar a dos barajas, que si el PNV se ha pasado de intransigente, que si Aralar se cree que el juguete es suyo, que si la Izquierda abertzale ilegalizada ha querido cargarse el invento, que si los independientes no lo son tanto… Todos tienen un argumento arrojadizo con su correspondiente dosis de razón y su pertinente contrarréplica. Desde el córner, los adversarios a batir en las urnas sonríen y hasta se dan el lujo de amagarse entre ellos, sabiendo que pactarán tras las elecciones. Hasta ayer temblaban ante la cada vez menos remota posibilidad que se les vuelque la tortilla foralista.

Aritmética

La cosa es que eso sigue siendo igual de soñable tal y como han quedado las cosas tras el último episodio. Hay un miedo cerval al efecto de la Ley D’Hont sobre las escisiones, parejo al mito que circula sobre lo bien que se porta con las coaliciones. Basta estudiar un puñado de procesos electorales con perspectiva para comprobar que esto último no ocurre tanto. En política la suma de dos y dos rara vez da cuatro.

El éxito hasta la fecha de NaBai ha ido más allá de las siglas e incluso de las ideologías que la han conformado. Sus votantes no se corresponden milimétricamente con los que cada formación tenía -o tendría- por separado. Eso no tiene por qué cambiar con la ausencia de EA que, en la hipotética unión con la izquierda abertzale que hasta ahora estaba fuera del juego, puede cosechar también un resultado interesante. Exactamente igual que van a hacer PP, UPN y, con toda probabilidad, PSN, será cuestión de esperar a que las papeletas estén contadas para ver si la aritmética es propicia.